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Las palabras, como es sabido, son grandes enemigas de la realidad
Joseph Conrad

Escritos

El Nombre del Padre. Una Marca | Hugo Piciana
por Andrea Barone

Parece que la salida de este libro del psicoanalista Hugo Piciana ha venido como anillo al dedo para escribir sobre él y a partir de él en esta ocasión de ESTO NO ES UNA REVISTA. Más allá del “tema” de este número, podríamos hacer funcionar este libro como un homenaje también, anudándolo al modo de una cadena de anillos que enlazan como hilos lógicos distintas generaciones de psicoanalistas, tres nombres propios, entramados también con algunos otros fundamentales; lazo de una historia discursiva y escrita que testimonia de un hacer clínico, ético y del compromiso con la causa del psicoanálisis; una transmisión sostenida, un linaje a partir de un padre.

Dado que en este último septiembre se han cumplido 30 años de la muerte de Jacques Lacan, eminente psicoanalista aún vigente, actual y cuya lectura es inagotable en varios puntos, psicoanalista que se ha ocupado también de no hacer de Freud, el padre del psicoanálisis, letra muerta, dado que su retorno a él ha sido con una lectura precisa, jugada, minuciosa y a la letra, también instalándolo a ese genio en nuestro tiempo, sabiendo servirse del padre para ir más allá de él, en acto.
Del deseo que lo animaba, de su compromiso apasionado, de la huella de Freud en la trama de su enseñanza, de su enriquecer el psicoanálisis y sus posibilidades de operatorias y lecturas de la clínica, matematizando, formalizando para la transmisión, también da cuenta este libro que recorre una marca: el nombre del padre.

Lacan siguió con precisión la huella de Freud –sujeto obstinado, apasionado y que ha dejado algunas trazas insuperables–, también y fundamentalmente en su recorrido de la conceptualización de éste respecto al padre; con una lectura crítica y su propia subversión en varios puntos, algo que se desarrolla en este libro de Piciana, que en un inicio ubica los cortes y las continuidades entre ambos, situando a un Lacan lector de Freud, ubicando las precisas consecuencias de su lectura de textos tales como Tótem y tabú y el Malestar en la cultura, entre otros, realizando la suya, propia, con sus acentos y marcas específicas, con sus tesis enriquecedoras.

Recorriendo cuestiones tales como lo que un padre viabiliza en su operación fallada, como ser: la operatoria de la ley y un lugar para el sujeto, la pérdida y el suplemento, la relación a la castración y el malestar estructural. Continuando con los desarrollos de Lacan sobre el padre como operador, articulado a las conceptualizaciones del inconsciente estructurado como un lenguaje, el significante, el discurso y la letra; ubicando la función, para cualquier hablanteser y la operatoria de la metáfora paterna con sus precisas consecuencias, los desarrollos sobre el padre nombrante y el padre del nombre; siguiendo con el uso lacaniano de la lógica de Frege, desbrozando las consecuencias de conceptos tales como el cero como falta, el concepto y el número, la pérdida, el padre real y el padre muerto; recorriendo impasses lógicos e impasses clínicos, imposibilidades y lecturas desde la lógica modal.

Concluyendo con conceptos tales como nominación y marca, el padre como cuarto nudo y la excepción sintomática, la causa éxtima y la relación entre el nombrar y el acto, la pluralización de los nombres del padre y el más allá del padre. Lingüística y topología, pasando por la lógica matemática, distintas épocas, distintos padres son bordeados en este libro que desbroza la pregunta, ¿qué es un padre?, interrogando su función y sus efectos, sus límites y las consecuencias de su operatoria, las implicancias de tener un padre y el poder ir más allá de él. Marcas fundantes y fundamentales, para leer críticamente y servirse, trabajar, interrogar y usar, un anillado, un anudamiento, un compromiso abierto.

Grama | 2011


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El Anillo de Polícrates
por Lionel Klimkiewicz

En su ensayo titulado “Das Unheimliche”, Sigmund Freud hace referencia a la historia del “Anillo de Polícrates”, como ejemplo de un caso indudable de lo siniestro.

Polícrates (570-522 aC) fue un tirano que reinó en Samos, isla griega del mar Egeo. Durante su gobierno, se alió con el faraón Amasis para defender Egipto de un ataque persa. Por algún motivo, Polícrates cambia de bando y se une a Cambises, el rey Persa, lo que produjo la caída de Egipto.
Herodoto relata una historia fantástica que explica este suceso. Dice que Polícrates era un hombre afortunado que contaba con la gracia de los dioses de tal manera, que un día habiendo tirado al mar un anillo suyo de gran valor, le fue devuelto por un pescador que había capturado al pez que había tragado la joya. Amasis entonces pensó que un hombre así tendría que ser castigado un día por los dioses, envidiosos de su éxito y su felicidad. Por tal motivo rompe la alianza, ya que no quería que la futura mala suerte de su aliado se volviera también contra él.

De esta bella historia, Schiller recrea la siguiente versión que es la que inspiró a Freud para decir que aquello que nos parece siniestro llena la condición de evocar los restos de una actividad psíquica animista por la que todos pasamos en el curso de nuestra constitución subjetiva, gracias a la cual nuestro narcisismo se defiende “contra la innegable fuerza de la realidad”:

De pie sobre la barbacana
Contempló satisfecho
La sojuzgada Samos que a sus pies se extendía.
"Todo esto me está sometido",
Interpeló al Rey de Egipto,
"Admite que soy afortunado".


"¡Has conseguido el favor de los dioses!
Los que antes eran tus iguales
Ahora se doblegan bajo el poder de tu cetro.
Sin embargo, todavía queda uno que vive para vengarse;
Mi boca no puede llamarte afortunado
Mientras aceche el ojo del enemigo".


Y antes de que el Rey hubiera acabado de hablar,
Apareció, enviado desde Mileto,
Un mensajero ante el tirano:
"Haz, señor, que ascienda el humo de los sacrificios
Y con alegres ramas de laurel
Corona tu feliz cabellera.


Alcanzado por la lanza cayó tu enemigo.
Yo he sido enviado con la reciente nueva
Por tu fiel lugarteniente Polidoro".
Y alzó de un negro recipiente,
Todavía ensangrentada, para horror de ambos,
Una bien conocida cabeza.


El Rey se apartó con aprensión.
"Bien te aviso que no confíes en la Fortuna",
Advirtió con gesto afligido.
"Considera cuán fácilmente las traidoras olas
Pueden arrastrar la tempestad
Y anegar la incierta fortuna de tu flota".


Pero antes incluso de que pronunciara estas palabras
Le interrumpe el clamor
Que suena jubiloso en la distancia.
Ricamente cargado con ajenos despojos
A la segura orilla se dirige
El nutrido bosque de los mástiles de los barcos.


El regio huésped se admiró:

"Hoy tu fortuna se ha tornado feliz,
Pero has de temer su incertidumbre.
Multitudes cretenses, expertas en las armas
Te amenazan con la guerra
Y se aproximan ya a la playa".


Y antes incluso de que acabara de emitir la palabra
Se ve una agitación en los barcos
Y mil voces gritan: "¡Victoria!
Somos libres de la amenaza enemiga.
La tormenta ha desbaratado a los cretenses,
¡La guerra pasó y es acabada!"


Esto oye con espanto el huésped amigo:
"¡En verdad he de tenerte por afortunado!
Ciertamente ", dijo, " tiemblo por tu salud.
Me acongoja la envidia de los dioses:
Una vida de alegría sin mezcla
No puede corresponder a un ser terrenal.


También mis decisiones eran acertadas,
En todos mis hechos de gobierno
Me acompañaba el favor del cielo".
"Pero yo tenía un querido heredero
Que Dios me llevó; yo le vi morir
Y pagué mi deuda con la Fortuna”.


"Por eso has de prevenirte contra la desgracia,
Suplica a las zozobras
Que la Fortuna te conceda algún dolor,
Después a nadie he visto acabar feliz
A quien siempre a manos llenas
Los dioses hayan colmado con sus dones".


"¡Y si eso no te otorgan los dioses,
Escucha el consejo de un amigo
Y llama tú mismo al infortunio;
Y aquello de entre tus bienes
En que tu corazón más se regocije
Tómalo y arrójalo a este piélago! "


Y el otro dijo, movido por el temor:
"De todo lo que la isla contiene,
Es este anillo mi mayor bien.
A las Erinias lo he de consagrar
Si con ello perdonan mi fortuna".
Y arrojó al mar la joya.


Y con la luz de la mañana siguiente

Se presentó con alegre semblante
Ante el Príncipe un pescador:
"Señor, he hallado este pez
Incomparable a ninguno que cayera en una red:
Como ofrenda te lo traigo".


Y cuando el cocinero abrió el pez,
Alborotado se apresuró
A anunciar con asombrada expresión:
"Mira, señor, el anillo que tú llevabas
Lo he encontrado en el estómago del pez,
¡Ilimitada es tu fortuna!"


Aquí se volvió el huésped atemorizado:
"Ahora ya no puedo seguir aquí alojado,
En adelante ya no puedo ser tu amigo.
Los dioses quieren perderte;
Me apresuro para no morir contigo".
Eso dijo, y diligente se embarcó.

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Historias falsas | Gonçalo Tavares
por Diego Singer

Hay quien dice que los antiguos filósofos no podían concebir que su vida fuera por un camino distinto al de sus convicciones. Aunque esta última palabra tiene reminiscencias demasiado modernas, no se trata de seguir las propias opiniones, sino de ser fiel a un modo de funcionamiento del kosmos. Vivir y comprender forman entonces un único verbo. Esta idea es la que parece atravesar las Historias Falsas de Gonçalo Tavares, un joven, pero ya renombrado escritor portugués nacido en Angola. En este pequeño libro, recorre vidas apócrifas alrededor de las figuras que dieron inicio a la reflexión filosófica.

Las primeras dos historias atraviesan los elementos primarios: agua y fuego, Tales y Heráclito. Una pregunta que quizás concierna a la lógica. Si las historias son falsas, ¿son falsos los amores de esas historias o podemos contar con amores verdaderos dentro de falsas historias? Porque tratamos con historias de amor. Y de cuerpos que resisten a la descomposición. En el primer caso, el amor de Julieta parece salvar de las llamas al cuerpo condenado de Romeo. En el segundo relato, es el mismo Tales de Mileto quien, enamorado (pero sin admitirlo: la tozudez del filósofo), evita que el agua devore el cadáver de su amada. “Él, el filósofo, el sabio, subía a un barco, que había llenado de arroz la víspera, y entraba al mar. A medida que avanzaba iba tirando arroz al agua, como si ésta fuera un ser con hambre. –Si los peces y el agua comen el arroz, los peces y el agua se olvidarán de la carne de Lianor.”

Hay también historias de aprendizajes éticos, sobre todo la que ocurre con el rico y poderoso Listo Mercatore luego de su encuentro con Diógenes de Sínope, más conocido como Diógenes el Cínico. O lo que sucedió a Metón, el hermano menor de Empédocles, después de convertirse en una de esas personas cuya actividad favorita es juzgar a los demás.

Una de las más jugosas historias falsas es “la historia de los tiranos” que cuenta la relación entre Zenón de Elea y el rey de la tierra en la que habitaba. Conocemos las paradojas de Zenón (la más famosa es la de Aquiles y la tortuga) que ponen en entredicho la forma que tenemos de entender el tiempo y el espacio; exponen las contradicciones de la razón y ponen en duda finalmente lo que entendemos como real. Dice Tavares en la historia que “negar la realidad es negar también las jerarquías. Es negar al esclavo y negar al rey. Si, con este raciocinio, el primero puede entusiasmarse, el segundo, ése, puede no perdonar.” Entre el rey y el filósofo se entabla entonces una justa por la realidad. El primero afirma su existencia marcando el cuerpo del segundo. La tortura existe, el dolor afirma la soberanía real. El filósofo responde con la serenidad de un sabio: “el dolor no existe. Y agregaba provocador: el rey no existe.”

La última historia que me gustaría mencionar es “la historia de Arquitas”. Para quienes no conozcan los trabajos de Jacques Derrida sobre la hospitalidad, baste la siguiente cita del filósofo francés: “la hospitalidad absoluta exige que yo abra mi casa y que dé no sólo al extranjero (provisto de un apellido, de un estatuto social de extranjero, etc.) sino al otro absoluto, desconocido, anónimo, y que le dé lugar, lo deje venir, lo deje llegar, y tener lugar en el lugar que le ofrezco, sin pedirle reciprocidad (la entrada en un pacto) ni siquiera su nombre.” Arquitas es aquel que se queda en el pueblo cuando está a punto de ser abordado por los bárbaros. No sabe quiénes son, no sabe cuántos son ni qué quieren. Sólo se ocupa de preparar su casa, de dejar la mesa servida con vino, pan y frutas. Arquitas el hospitalario los recibe, por fuera de todo cálculo y de toda lógica del contrato. Hay quien dice que historias falsas como la de Arquitas o la de Zenón, serían hoy en día historias imposibles. Que no es concebible suponer verosimilitud en personajes que desafían a la autoridad, aún bajo tortura o que abren las puertas de su casa, sin esperar nada a cambio. Hay quienes afirman que el verbo que unía las acciones de vivir y comprender, está para siempre perdido.

Editorial Letra Nómada | 2008


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Mujeres marchitas
por Agustina Szerman Buján

           
Desde hace unos cuantos siglos el casamiento es un momento esperado por toda mujer. El umbral que hay que atravesar históricamente fue el inicio de sólidas bases para la formación de la institución familiar. Hoy pareciera ser dispensable. El divorcio es, entre otras, una de las razones por las cuales la gente se casa. Existe la posibilidad de deshacer el error, retroceder en caso de que sea un fracaso. Amar en segundas nupcias está empezando a ser un cliché. Pero lo que para la persona promedio del siglo XXI es lo común para los personaje lorquianos hubiera sido motivo por el cual dar la vida y así lo han hecho. En lo que fue una década fértil, Federico García Lorca ha retratado, sin repetirse a sí mismo, ciertos motivos comunes a su época.  La mujer como eje central de su obra fue víctima no sólo de sus pasiones, sino de las pasiones y represiones ajenas.
           
A lo largo de su obra el Demiurgo bordeó distintos tipos de mujeres, pero todas ellas sentenciadas por el drama de la unión marital. En una sociedad donde la mujer es doncella, esposa, luego madre y el varón sostén económico y mandamás de la casa, la realidad no es precisamente un valor relativo a la subjetividad de cada quien sino un modelo esquemático el cual rellenar con actos indiferentes a la voluntad personal. Desde Mariana Pineda (1925) hasta La casa de Bernarda Alba (1936), todas las mujeres lorqueanas están bajo las mismas amenazas: El tiempo que se escurre, la ausencia/presencia del amor que lo acompaña y las sentencias de las opinólogas al respecto. Estas mujeres viven en carne propia su época y el conjunto de prejuicios y  limitaciones que la moldean. Las más jóvenes ven acribillados sus deseos más sinceros. El casamiento es una moneda de dos caras. En las orillas de las lavanderas corre la corriente del sexo, donde todas desean casarse para poder unirse a un hombre sin culpa, mientras que en el interior de las casas las madres defienden el matrimonio como continuación de la honra femenina, empujando a ese “lo que una debe tener que ser”. La distancia generacional entre ellas evidencia como  mujeres ya entradas en años como Bernarda reproducen la ideología con la que vivieron y el “beneficio” que sacaron de ello. Quien no se casa igual tiene que cumplir con el mandato social. La consecuencia: vestir santos en el mejor de los casos. ¿Qué le queda a quien no pueda/quiera? Tiempo equivale a muerte. Está no es física sino social. Una mujer que no es esposa no tiene status ni condición. No ocupa espacio. Simplemente no es y aquellas que optan por ocupar roles nominalmente masculinos son tachadas de impúdicas. Son las mismas mujeres que muy honradamente eligen la muerte o la miseria antes que vivir para un hombre a quien no quieren o ser sobornadas por poderosos como alcaldes y jefes de policía. Son pocos los hombres que bien parados resultan en estas obras y quienes lo logran son aquellos que efectivamente le corresponden en afecto a su fémina. A otros los salva o condena el silencio, los hombres lorquianos que no tienen voz son aquellos que ni muy malos ni muy buenos, sirven como  puntapié para evidenciar el conflicto entre las propias mujeres y los flagelos que se imputan las unas a las otras.
           
Mariana muere ejecutada por no denunciar el nombre de Don Pedro, Yerma asesina a su marido por no darle hijos, Adela se suicida por el amor de Pepe, Doña Rosita se marchita mientras espera al novio. Lo que empieza en 1925 con Mariana Pineda continúa un recorrido en el cual tanto hombre como mujer tienen rasgos meritorios y acciones imputables. El amor, cuando no es víctima del que dirán, es su principal agente.
           
Los esquemas hacen que sea fácil romper la norma. No hay espacio para el amor una vez sellado el contrato nupcial. Toda mujer que ande sola por la calle, o que le dirija la palabra a un hombre que no sea su marido es punible. En estos términos, tener el alma corrupta se hace fácil. Lorca nos pone de frente a lo que fue una realidad asfixiante. El principio del siglo XX tuvo por bondad: “Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón”1.  Hoy en día todavía existen las Bernardas, no tan viejas, que sofocan a sus hijas, las llenan de culpas, les imponen castigos. También existen las Yermas, que están dispuestas a matar a sus maridos antes que tener hijos con otro. Habría que preguntarse cuáles fueron y son los frutos que, al día de hoy, ha dejado lo que fue una sociedad concensuadamente censurada, cuyos agentes principales fueron mujeres víctimas y victimarias de su propio género...Visto desde el aquí y ahora el problema de Yerma hubiera sido fácil de solucionar: divorcio sin hijos.

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Todo modo | Leonardo Sciascia
por Javier Martínez

Pocos días antes de empezar la lectura de Todo modo, leía una nota de Vicente Battista en la cuál hacía una comparación entre dos pesos pesados de la literatura policial: la novela de enigma y la novela negra. Allí distinguía el carácter de cada una, marcando diferencias fundamentales en relación con la importancia que tienen, para cada género, el que el lector sepa o no quién es el autor del crimen alrededor del cual orbita el universo narrativo. Si para la novela de enigma es importante descubrir al (cuanto más impensado mejor) criminal, para la novela negra lo importante no es el quién sino el contexto social y político en el que el crimen (ergo, la novela) se comete. Entre esas dos afirmaciones navega la excelente novela del italiano Leonardo Sciascia. Con una destreza que lleva al lector a bucear entre posibles criminales que participan de un retiro espiritual pero que, magia (de la novela) negra, no son sino un todo indivisible; una masa de poder en la que se aglutinan el poder político, el financiero, el religioso; es decir, la clase dirigente, esa que, según su autor, dirige una “telaraña en el vacío, la propia y frágil telaraña, aunque sus hilos fueran de oro”. Cuando el lector tira del hilo del enigma, cuando busca el resquicio por el cuál el más impensado de los personajes cargará con la culpa del crimen, los sopapos noir le quitan el disfraz de Hércules Poirot para ubicarlos en una historia en el que la mafia (tan conocida por el siciliano Sciascia) no es una alusión, ni una metáfora, sino esa masa concreta constituida por el encubrimiento mutuo, los favores que con favores se pagan, las amenazas y la propia muerte en pos de la perpetuación de la organización del poder.

En Todo modo hay muchísimas trazas, líneas de discusión que Sciascia expone y usa con precisión para pintar un fresco de la política italiana, sus mugres bajo la alfombra, los modos del encubrimiento; tramas que apenas se atisban cuando el lector es guiado por los pasillos simbólicos de las palabras que cruzan los personajes principales, entendiendo como tales a los que tienen mayor preponderancia en la narración. Sobre todo, en las jugosas conversaciones e inevitables discusiones sobre política, moral y religión que el narrador/protagonista, a la sazón pintor de éxito y escritor de policiales, sostiene con el padre Gaetano, gestor y alma mater de un lugar oculto a los ojos de la gran mayoría de la gente, alejado del mundo; un edificio mita convento, mitad hotel que conserva, en su interior, una ermita. Como muchos de estos relatos son posibles gracias a las coincidencias, curiosidades y testigos, el personaje principal y narrador en primera persona, llega por la misma curiosidad que mató al gato, a la ermita de Zafer. Allí, por obra y gracia del devenir, se encontrará con cinco mujeres huéspedes a las que, días después, se le sumará la caterva de poder, ministros y prelados incluidos. La presencia de esas mujeres dará pie a una discusión sobre lo que está moralmente bien para un cura, como el padre gaetano, que parece ir a contramarcha de la mayoría de sus pares pero que justifica posibles contradicciones morales (¿cómo un cura va a permitirse alojar a mujeres amantes de hombres poderosos?) con un discurso sólido y certero; con una perspectiva desde la cual no juzgar y los conceptos de Bien y Mal circulan en minúscula, más como la necesidad teórica sobre la cuál trabajar que como verdades irreductibles.

Quien se deje llevar por la respiración de Todo modo saldrá de su lectura con más preguntas que certezas, con más caminos que recorrer, con dudas. Cosa de la que se trata la buena literatura; efectos enriquecedores para quienes tienen el placer de adentrarse en la obra de uno de los escritores italianos más importantes del siglo pasado.Tusquets | 2008


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Scott Walker - The Rhymes of Goodbye | Lewis Williams
por Alice M. Pollina

¿Cómo llega un ídolo pop de los ´60 a hacer música de vanguardia? ¿Cómo fue la travesía desde los hits radiales y las canciones melódicas hasta la música instrumental para un conjunto de danza contemporánea? (“And Who Shall Go To The Ball? And Who Shall Go To The Ball?”, 2007). El libro de Lewis Williams recorre el enigmático viaje musical de Scott Walker desde los temas románticos con orquestaciones a lo Phil Spector hasta el sonido primal, oscuro e intenso que fue desarrollando en los últimos veinte años. Las casi doscientas páginas no revelan los misterios que envuelven la vida privada del cantante pero ayudan comprender su camino artístico.  

En Scott Walker - The Rhymes of Goodbye, Williams analiza la discografía del crooner disco por disco, canción por canción, hasta el 2006 (cuando apareció el álbum “The Drift”). El autor escribe largo y tendido sobre el sonido, historia y curiosidades detrás de cada tema, construyendo un detallado y completísimo mapa del repertorio del músico. Las únicas grabaciones intencionalmente omitidas son las que el artista hizo antes de integrar “The Walker Brothers” y que editó con su apellido verdadero, Engel, cuando era un adolescente.

Scott Engel cambió su apellido a Walker al unirse a John Maus y Gary Leeds en una hermandad musical que los llevaría desde Estados Unidos, su país natal, hasta Inglaterra, para desarrollar una exitosa carrera que los ubicó en la cima de los rankings. Allí, en el país y los tiempos del furor por Beatles y el surgimiento de los Rolling Stones, el trío desató una walkermanía que convirtió a Scott en un aclamado pero involuntario ídolo pop rompecorazones. 

Mientras “The Sun Ain't Gonna Shine Anymore” encabezaba las listas de éxitos, Scott Walker era considerado uno de los artistas más carismáticos de su generación. Multitudes de devotos vociferantes excedidos de amor ponían en riesgo la integridad física del grupo durante las giras, y el crooner se aislaba cada vez más.

Desmotivado por el repertorio de éxitos comerciales que venía haciendo, encontró la forma de dar un giro a su carrera y también el primer paso hacia una estética crepuscular. Ya como solista, fue el primero en cantar las canciones de Jacques Brel traducidas al inglés. Así, seguía interpretando letras que hablaban de amores pero, esta vez, amargos. Por los versos se paseaban también algunas prostitutas y travestis, en los días en que la censura era habitual. Con la combinación de la destreza poética del cantautor belga y la voz única y nocturna de Scott Walker, los temas cobraron una nueva dimensión dramática.

Lewis Williams recorre todas las canciones de Brel y cuénta cómo Walker llegó a ellas. También habla de los discos de The Walker Brothers, los de Scott como solista anteriores a la reagrupación del trío, en los ´70, las grabaciones inéditas que circulan en forma no oficial entre los fans y que se originaron mayormente en apariciones en TV, y los solistas a partir de 1984 que fueron evolucionando hacia la música contemporánea y el sonido industrial.

“La carrera de Scott Walker es única, no por la distancia cuántica que existe entre las grabaciones que siguen siendo sus más conocidas y las de hoy, sino por la determinación de no revivir viejas glorias”, dice Williams en la introducción de su libro refiriéndose a que desde los ´70, Walker comenzó a ignorar en sus presentaciones los pedidos del público de que haga sus viejos éxitos y además a que cada vez que edita un nuevo trabajo sorprende con un nuevo sonido”.

Scott Walker - The Rhymes of Goodbye es una guía exhaustiva de las grabaciones del crooner que influenció a músicos como David Bowie, Jarvis Cocker, Nick Cave, entre otros y que hoy se ubica entre la leyenda y el misterio. El libro se consigue en inglés en Amazon.com y Barnes & Noble.

Plexus Publishing | 2006


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Poemas

Carpichosa selección de poemas de autores hispanoparlantes que, directa o indirectamente, incluyen al anillo dentro de su corpus.

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Anillo de humo, un cuento de Silvina Ocampo

Recuerdo el primer día que viste a Gabriel Bruno. El caminaba por la calle vestido con su traje azul, de mecánico; simultáneamente, pasó un perro negro que al cruzar la calle, fue atropellado por un automóvil. El perro, aullando porque estaba herido, corrió junto al paredón de la vieja quinta, para guarecerse. Gabriel lo ultimó a pedradas. Desdeñaste el dolor del perro para admirar la belleza de Gabriel.
   ­¡Degenerado! ­exclamaron las personas que te acompañaban.
    Amaste su perfil y su pobreza.
    Una tarde de Navidad, en la quinta de tu abuela, repartieron en las caballerizas (donde ya no había caballos sino automóviles), ropa y juguetes para los niños del barrio. Gabriel Bruno y una intempestiva lluvia aparecieron. Alguien dijo:
    ­Ese chico tiene quince años; no tiene edad para venir a esta fiesta. Es un sinverguenza y, además, un ladrón. El padre por cinco centavos mató al panadero. Y él mató un perro herido, a pedradas.
    Gabriel tuvo que irse. Lo miraste hasta que desapareció bajo la lluvia.
    Gabriel, hijo del guardabarreras que mató no sé por cuántos centavos al panadero, para ir de su casa al almacén pasaba todos los días, con la esperanza tal vez de verte, por un callejón que separaba las dos quintas: la quinta de tu tía y la quinta de tu abuela materna, donde vivías.
    Sabías a qué hora Gabriel pasaba, galopando en su caballo oscuro, para ir al almacén o al mercado, y lo esperabas con el vestido que más te gustaba y con el pelo atado con la más bonita de las cintas. Te reclinabas sobre el alambrado en posturas románticas y lo llamabas con tus ojos. Bajaba del caballo, saltaba el zanjón para acercarse a Eulalia y a Magdalena, tus amigas, que no lo miraban. ¿Qué prestigio podía tener para ellas su pobreza? El traje de mecánico de Gabriel las obligaba a pensar en otros varones mejor vestidos.
    Hablabas a Eulalia y a Magdalena de Gabriel Bruno el día entero, en vano. Ellas no conocían los misterios del amor.
    Todos los días, a la hora de la siesta, corriste sola al callejón. De lejos brillaba la cinta de tu pelo como un barco de vela en miniatura o como una mariposa: la veías reflejada en la sombra. Eras la mera prolongación de tu sentimiento: el cirio que sostiene la llama. A veces, en el camino, se desataba el moño; entonces, colocando la cinta entre tus dientes, te recogías el pelo y volvías a atarlo, arrodíllada en el suelo.
    Como tenía que haber un pretexto para que pudieras hablar con Gabriel inventaste el pretexto de los cigarrillos: llevabas plata en tu bolsillo, se la dabas a Gabriel para que fuera al almacén a comprarlos. Después fumaban, mirándose en los ojos. Gabriel sabía hacer anillos con el humo y te los soplaba en la cara. Reías. Pero estas escenas, tan parecidas a las escenas de amor, iban penetrando en tu corazón apasionado. Una vez unieron los cigarrillos para encenderlos. Otra vez encendiste un cigarrillo y se lo diste.
    Era en el mes de enero. Jubilosas las chicharras cantaban con ruido de matraca. Cuando volviste a la casa, oíste que tu padre hablaba con tu madre. Era de ti que hablaban.
    ­Estaba en el callejón, con ese atorrante. Con el hijo del guardabarreras. ¿Te das cuenta? Con el hijo del que mató al panadero por cinco centavos. Hay que ponerla en penitencia.
    ­Son cosas de chica, no hay que hacer caso.
    ­Tiene once años ya­dijo tu madre.
    No se atrevieron a decirte nada, pero no te dejaban salir sola. Fingías dormir la siesta y en vez de correr al callejón, después de almorzar, llorabas detrás de las persianas o del mosquitero.
    Oíste, entre el casero y un ciclista, un diálogo insólito: hablaban de Gabriel y de ti. Dijeron que Gabriel se vanagloriaba en el almacén hablando de los cigarrillos que fumaban juntos. Decían que te había dicho palabras obscenas o con doble sentido.
    Te escapaste a la hora de la siesta, corriste al cerco, para perder tu anillo. Gabriel pasó a la hora de siempre. Fuiste a su encuentro.
    ­Vamos ­le dijiste- a las vías del tren.
    ­¿Para qué?
    ­Se cayó mi anillo al cruzar las vías ayer cuando fui al río.
    Verdad y mentira salían juntas de tus labios.
    Fueron, él a caballo y tú caminando, sin hablarse. Cuando llegaron a las vías del tren, él dejó su caballo atado a un poste y tú te arrodillaste sobre las piedras.
    ­¿Dónde perdió el anillo?­te preguntó, arrodillándose a tu lado.
    ­Aquí­dijiste, apuntando el centro de los rieles.
    ­Bajaron las señales. Va a pasar el tren. Salgamos de aquí ­ exclamó con desdén.
    ­Quiero que nos suicidemos ­le dijiste.
    Te tomó del brazo y te arrastró afuera de las vías, justo a tiempo. Las sombras, la trepidación, el viento, el silbato del tren, con mil ruedas pasaron sobre tu cuerpo.
    Para Semana Santa, Gabriel te siguió hasta la iglesia. Lo miraste dentro del aire con incienso de la iglesia, como un pez en el agua mira un pez cuando hace el amor. Fue la última entrevista. Durante veranos sucesivos, lo imaginaste deambulando por las calles, cruzando frente a las quintas, con su traje de mecánico azul y ese prestigio que le daba la pobreza.

Las Invitadas | Editorial Losada | 1961


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