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La patria del escritor es su lengua
Francisco Ayala

Escritos

Porfirio Barba Jacob | Poesías completas
por Juan Fernando García

Leo asiduamente el Diccionario de Autores Latinoamericanos de César Aira. Siempre me devuelve algo nuevo. Así, la risa que tantas de sus páginas más serias arrancan hablan del genuino placer que su lectura provoca. El Diccionario es una perla, editada hace 10 años –aun saldada– y pergeñada hace casi 30. Especie única, que pone en jaque el sentido mismo de “autoridad” que el género conlleva. Vuelvo con una dicha siempre renovada, porque me gusta el chismerío literario de los más conocidos, los entrevistos y los desconocidos del vasto continente. Mi ejemplar está plagado de marcas, porque esas biografías me gusta leérselas a mis alumnos, a mis amigos.  Cotejo de gustos. Y releo aquellas donde Aira suelta su más brillante pluma: es un diccionario tan personal que los gustos de su escriba se vislumbran en pequeñas fábulitas que arman una historia literaria de nuestro territorio, extraño y de esplendores bárbaros. Una de esas es la del colombiano Porfirio Barba Jacob (1883-1942). (Poco conocido en Argentina, y de ese universo tan acotado de lectores vernáculos de poesía, los que lo traen a la mesa de la novedad son los mismos poetas o lectores especializados en los vericuetos de las vanguardias históricas.)

Por Aira sabemos de la vida licenciosa de este personaje, homosexual escandaloso, que firmaba con diferentes nombres una obra dispersa en cientos de periódicos, por buena parte de América Central y México, viajero incansable, maestro jardinero, heredero del modernismo. Llaman la atención su derrotero, sus deslices políticos. Como en una novela, los datos que arman esa biografía despliegan tensión dramática, y en medio de la fábula, los poemas en el eco de la voz que recuerda un alumno o un amigo.


Retrato por Nicolás Uribe
La recopilación y las notas de la presente edición de su Poesía Completa, fue realizada por Fernando Vallejo. El autor de La Virgen de los sicarios, presenta escuetamente los datos relevantes para el ingreso en una obra de corte inefable, variada y, por sobre todo, nunca terminada. Miguel Ángel Osorio, Maín Ximénez, Ricardo Arenales, Porfirio Barba Jacob, escribía, publicaba y volvía a publicar con cambios, correcciones, ajustes rítmicos, que van a ser repuestos en las notas que dan cuenta de esos vaivenes pero, por sobre todo, del conocimiento que Vallejo tiene de su obra. Ahí está la biografía que escribió, luego de 10 arduos años de incesante trabajo de investigación y reconstrucción, Barba Jacob el mensajero, narrada en una sospechable primera persona.


Y lo que resulta es un volumen riquísimo, que abreva en una belleza de inusuales búsquedas, aunque con parentescos reconocibles: plana mayor del modernismo, Rubén Darío, Leopoldo Lugones; y como un aire de familia que el tiempo insufla, con los poemas más radicales –léase, menos escolarizados- de la gran Alfonsina Storni. Debo al desconocimiento, a la ignorancia, los pormenores del modernismo colombiano, pero qué más da, cuando lo que leemos tiene su peso específico, propio en su trabajo con la lengua, con una tradición no tan ajena. La legibilidad está dada por esas imágenes, esos deslindes que la ficción poética: mares de versos bellos por donde navegar, y pescar en la extrañeza. Una muy buena experiencia. (Cualquier cita, esos versos dejados al pasar, serían sólo migajas; la obra de Barba Jacob es luminosa, sólo hay que salir en su búsqueda.)


FCE | Tierra firme | 2007

Bioy, lector de Borges
por Lionel Klimkiewicz

Para Jorge Luis Borges, una de las astucias para escribir un relato, según él mismo dice, es saber intercalar, en el texto, rasgos circunstanciales. Sin duda, se requiere de cierta maestría para poder hacerlo sin que esos rasgos terminen siendo meros rellenos descriptivos que no aportan nada a la trama. A su vez, también se requiere ser un gran lector para descubrir el lugar preponderante de uno de esos rasgos circunstanciales en una narración. Vayamos a un ejemplo que nos permite comprender este punto de encuentro entre un escritor y un lector.

El 19 de diciembre de 1971 aparece en el diario La Prensa el relato de Borges, titulado “La noche de los dones”, que en 1975 será incluido en el “Libro de Arena“. En él se narran los pormenores de una noche, en la cual al protagonista le son revelados, al mismo tiempo, el amor y la muerte. Ese mismo día de diciembre, Adolfo Bioy Casares lee la publicación y en su diario personal realiza un sutil comentario, en el que destaca dos elementos del cuento que son de su agrado. Uno de ellos es lo que él llama “la muerte del perro”, aludiendo a una escena en la que comienza el desenlace de la trama. Sin duda, sería muy simple decir que, entre las múltiples lecturas posibles (literarias, históricas, psicoanalíticas, etc.), la de Bioy es la de un escritor. Pero creo que eso sería reducir cualquier comentario a un modo de hermenéutica y cerraría la posibilidad a una apertura diferente del texto. La propuesta entonces es la de invitar, al lector de estas líneas, a leer el texto de Borges a partir del señalamiento de su amigo Bioy y ubicar el lugar de ese “perro” en la trama; sentir el peso de ese detalle que podría, sin dudas, no estar, pero que tiene un papel determinante en ella. Y poder, por supuesto, dejar abierta las preguntas: ¿qué es leer? y ¿cómo leemos?

Un último comentario para aquellos que, en un rato de ocio, tengan ganas de aceptar esta propuesta de lectura: según Bioy, es por los rasgos circunstanciales y las digresiones por donde “entra la vida en un relato”, y que es “con digresiones, con trivialidades ocasionales y caprichos, solamente un maestro forjará la obra de arte”.

La bailarina de Izu | Yasunari Kawabata
por Andrea Barone

El maestro Kawabata, gran escritor nacido en 1899, que tuvo una vida atravesada por dolorosas pérdidas, una a una, quedando huérfano a sus tres años y siendo criado por un abuelo que muere cuando él tenía catorce, supo hacer uso de las palabras también a partir de ahí, también por eso y con eso. Su abuelo ciego, no sólo era un interesado oyente de sus lecturas de los respetados clásicos literarios de Japón, sino que le pedía que le relate la belleza de un color, del movimiento de las alas de un pájaro, de la forma espiralada de una flor. Y fue en ocasión de recibir el premio Nobel, en 1968 (el primero otorgado a un japonés), que ubicó en su discurso que la verdad reside en desechar la palabra, subyace fuera de la palabra. Es ese fuera de las palabras lo que bordea con su obra, lo que intenta atrapar y se le escapa hilvanando las suyas. Con esas pinceladas tan propias, destellos de belleza, construye en 1925 este relato teñido por el deseo, el malentendido, los rasgos de erotismo. En palabras del jóven estudiante: «El rasgo más bello de la bailarina eran sus resplandecientes y enormes ojos oscuros. La doble curva de los párpados era inexpresablemente encantadora. Después venía la sonrisa semejante a una flor. En su caso, la palabra flor era absolutamente apropiada». Relato construido como caminos sinuosos, de montaña, esos desfiladeros en los que se juega lo angustiante y lo que se presenta inalcanzable, como así también lo que resulta en algunos instantes de asombro, en la alegría del encuentro, en intensas aperturas de otros paisajes, inmensos, imponentes, en contemplaciones acompasadas por la fuerza de los latidos, el temblar. Tiempos de espera, de turbaciones, con sus sonidos y movimientos propios traman un relato delicioso y atrapante.

Acompañado de otras joyas como “Experto en funerales”, donde el narrador, luego de aisitir a tres funerales en un mes, da cuenta de que ya «no podía dolerme de su muerte».Recolección de cenizas” y el relato “Aceite”, un significante en torno del cual se entreteje y se desliza una trama alrededor de diferentes pérdidas, de lo agujereante y doloroso de una muerte, del olvido y los recuerdos encubridores. Y “Diario de mi decimosexto año” que da forma ficcional verídica a una parte de su vida, junto con varias historias escritas al modo de haikus, «en la palma de una mano», que produjo antes de 1930, componen un libro interesante de recorrer; disfrutable, muy conmovedor y con esos instantes tan deliciosamente poéticos que dibuja su pluma.

Emecé | Colección Lingua Franca | 2005

El poeta asesinado | Guillaume Apollinaire


Apollinaire presenta la vida de Croniamantal, un poeta de procedencia indefinida y cuyo lugar de nacimiento se arrogan muchas poblaciones en los más diversos países. Un poeta sin origen claro, una invención de lo popular, un pasado recreado por esos otros que definen, en tanto inventores, el pasado del poeta. Apollinaire narra, cuenta, juega, yuxtapone, hace saltimbanquis de las palabras y se da el lujo (quizás el que deberían darse los escritores en general y los poetas en particular) de no explicar absolutamente nada. La vida de Croniamantal se va urdiendo a medida que pasan las páginas y de acuerdo a los caprichos (entendidos como la decisión unilateral y unívoca del sentido) de la pluma de un escritor que se destacó por ser el referente de la poesía cubista (y su notable influencia en pensar el arte en general y en cómo subvertilo en particular) y uno de los escritores fundantes del movimiento surrealista.

Es a ese devenir caprichoso, a las imágenes yuxtapuestas, a los desvíos por fuera del sentido común, a los sobresaltos eróticos, a la impronta poética del texto a los que el lector deberá abandonarse para poder navegar, de la mano de Apollinaire, por la vida de ese otro poeta -asesinado- que se constituye en el emisario de una nueva perspectiva del mundo, de la poética, de la palabra. La persecusión, la marginación, los amores como terremotos, la fantasía colectiva a su alrededor, incluso sus momentos de gloria, hacen de Croniamantal un adelantado de la vida y muerte de algunos poetas que lo antecedieron y sucedieron; teje con los hilos de una vida ficcional el movimiento del escritor que está detrás. El poeta asesinado envuelve, en su lógica, un mundo único e irrepetible; un mundo al que estamos invitados a entrar dejando de lado los prejuicios de la lectura; subsumiendo la verdad en manos de lo verosímil. Que el libro se publicara por primera vez al mismo tiempo en que a Apollinaire le extraían una esquirla de su cabeza (producto del estallido de un obús mientras era voluntario en la Primera Guerra Mundial) es lo anécdótico de La Realidad que bien podría haber formado parte de su febril ficción. Que El poeta asesinado sea el prolegómeno de sus caligramas y otras formas de exploración del lenguaje no hacen sino darle a este texto la dimensión de ser gestor fundamental de lo mejor de la poética de Guillaume Apollinaire.

Malinca Pocket | 1964

Poemas | Roque Dalton

Desnuda

Amo tu desnudez
porque desnuda me bebes con los poros,
como hace el agua
cuando entre sus paredes me sumerjo.

Tu desnudez derriba con su calor los límites,
me abre todas las puertas para que te adivine,
me toma de la mano como a un niño perdido
que en ti dejara quieta su edad y sus preguntas.

Tu piel dulce y salobre que respiro y que sorbo
pasa a ser mi universo, el credo que se nutre;
la aromática lámpara que alzo estando ciego
cuando junto a la sombras los deseos me ladran.

Cuando te me desnudas con los ojos cerrados
cabes en una copa vecina de mi lengua,
cabes entre mis manos como el pan necesario,
cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra.
El día en que te mueras te enterraré desnuda
para que limpio sea tu reparto en la tierra,
para poder besarte la piel en los caminos,
trenzarte en cada río los cabellos dispersos.

El día en que te mueras te enterraré desnuda,
como cuando naciste de nuevo entre mis piernas.

 

Alta hora de la noche

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendrá la muerte y el reposo.

Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscado por mi niebla.

Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.

No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
desde la oscura tierra vendría por tu voz.

No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre,
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.

 

Odiar el amor

    La luna se me murió
aunque no creo en los ángeles.
La copa final transcurre
antes de la sed que sufro.
La grama azul se ha perdido
huyendo tras tu velamen.

    La mariposa incendiando
su color, fue de ceniza.
La madrugada fusila
rocío y pájaros mudos.
La desnudez me avergüenza
y me hace heridas de niño.

    El corazón sin tus manos
es mi enemigo en el pecho.

Bonus
por Juan Fernando García

1.

Oro nestas piedras, documental sobre el poeta Jorge Leonidas Escudero. Dirección: Costantini-Listorti-Prado. Co-edic. Voy a salir y si me hiere un rayo-CCEBA. DVD

Sanjuanino de pura cepa, el protagonista de este sobrio y exquisito documental es el poeta Jorge L. Escudero (n. 1920). De la espesura y originalidad de su prolífico poemario, nace este film. Tres jóvenes realizadores se largaron a la aventura de seguirlo en su ciudad natal, en la vieja mina donde fue empleado, con amigos y parientes. En medio de las imágenes de la cordillera, la voz de Escudero dice su poesía y apuntala la oralidad que, literariamente, tuercen los versos. Por suerte, a precio más que accesible, hallable en librerías, Oro nestas piedras es un documental que merece ser visto. La edición viene acompañada por los poemas que escuchamos hace apenas unos instantes, con rumor de acequia y choque de vasos.

>Para seguir leyéndolo: varios son los títulos que Ediciones en Danza ha publicado ya de Escudero, desde la antología A otro hablar (2001), hasta el novísimo Aún ir a unir.

 

2.
La orilla más lejana de Sonia Scarabelli. Editorial Municipal de Rosario. 2009

Breves, formato de libretita portable en bolsillo, los libros de esta colección hablan de la ciudad de Rosario. Crecen las miradas sobre la bella ciudad que mira al río. Y la poeta Sonia Scarabelli nos entrega una autobiografía sobre su paisaje familiar: esa costa que vislumbramos desde enfrente, puro Paraná, revisitada por la anécdota y la infancia en La orilla más lejana. Pequeña crónica de esos días, la mirada es poética para una prosa que, a pesar de la brevedad, logra brillar y acercarnos los aires de esa vera. Y las fotos que la poeta toma, ilustran y completan un álbum de recuerdos. Así, como son los poemas de Sacarabelli, celebración de la belleza, intenso y sutil decir de la experiencia.

>Para seguir leyéndola: Flores que parecen abrirse sobre aguas oscuras, Bajo la luna, 2009.

Michael Moore ó la reinvención de Gog y Magog
por J. Martínez

En el año 1973, Leopoldo Marechal le ponía el punto final a su novela "El banquete de Severo Arcángelo". En esa novela se narraban los preparativos de un gran banquete al que, obviamente, el metalúrgico Arcángelo, "el gran fundidor", valga el chiste, convocaba. La pluma de Marechal se paseó por una ficción extrema, creando personajes de sci-fi metidos en un principio de realidad en el que bien puede estar inserto cualquier hijo de vecino. Cada uno de los invitados al banquete era elegido para cumplir un papel -indeclinable, del que no podría escabullirse- en el magno acontecimiento. Todo pago, nada de que preocuparse, la invitación tenía visos de soborno o, en el mejor de los casos, de trampa ladina. Dos de los participantes del banquete, dos de los asalariados de Severo Arcángelo, eran los clowns Gog y Magog, quienes tienen a su cargo los momentos más desopilantes de la novela; criaturas de un afilado y filoso sentido del humor, con la misión de boicotear la realización del banquete, usando la violencia, en caso de ser necesario. Matices más, matices menos, lo que señala Marechal en esa inclusión -y en el modo de incluir a esos dos personajes- es la habilidad del poder para poner bajo control la función de la denuncia y, a su vez, dejar que la voz denunciante narre cómo el poder los persigue; al tiempo que deja entrever cómo los tolera, los necesita y y los mantiene. Botón de muestra: Gog y Magog viven en la clandestinidad; su refugio está en la zona de los gallineros, zona marginal del mismo predio donde se yergue la majestuosa casa en la que se realizará el banquete; aún a su pesar viven a expensas de aquel al que llaman Viejo Truchimán Libidinoso, Viejo Capitalista o Viejo Crápula. Todo esto bajo el halo de la certeza de que, su existencia, no era ni más ni menos que un puro antojo de Severo Arcángelo, hombre con poder más que suficiente para aniquilarlos en el momento en el que se le diera la gana.

¿Y de qué juega Michael Moore en esta historia? Convengamos que el libro de Marechal es una mirada aguda sobre las construcciones del poder, la propaganda y el ser político. Es en esa relación de poder que establece Marechal, en la que no puedo dejar de ubicar al amigo Moore. No me da ningún prurito decir que he disfrutado hasta el hartazgo sus capítulo de The Awful Truth, como aquel en el que presentó a un ficus como candidato a las elecciones para congresista. Tampoco el afirmar que me pareció un hallazgo la comparación –y la diferencia evidente– entre el fomento al uso de armas, en los EE.UU. y el dejar la puerta abierta al salir de la casa, a unos pocos kilómetros más allá, ya en territorio canadiense; relación que el director expone con contundencia y precisión para ponerle un contexto adecuado a la masacre de Columbine. Podría seguir poniendo ejemplos de por qué disfruto con el gordo Moore como si fuéramos viejos conocidos. Sin embargo, tantas veces sorprendido en una suerte de tonta candidez política, motiva estas palabras la desconfianza en el Imperio, la sospecha de que el gordo Moore es perseguido, tolerado, necesitado y mantenido por algún Severo Arcángelo. Y que, en definitiva, saber de la existencia de cualquier versión de Gog y Magog, es saber que la esperanza no es más que el espejismo que siempre sospechamos que era.

La bestia debe morir | Nicholas Blake

Esta novela de Nicholas Blake es la que Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares eligieron para iniciar El Séptimo Círculo (editorial Emecé, entre 1945 y 1956), mítica colección de policiales, en la cual publicaron 139 títulos durante esos años. Una pista para la lectura que sigue: el novelista Nicholas Blake es el Mr. Hyde del poeta inglés Cecil Day Lewis (sí, chicas, el padre de Daniel).

La bestia debe morir tiene uno de esos comienzos inolvidables de la literatura; un golpe directo, seco, de una contundencia que causa curiosidad: "Voy a matar a un hombre. No sé cómo se llama, no sé dónde vive, no tengo idea de su aspecto. Pero voy a encontrarlo y lo mataré...", palabras que escribe Frank Cairnes, el Mr. Hyde del escritor de novelas policiales Félix Lane. Cairnes es un joven viudo cuya vida gira en torno al cuidado de su hijo Martie quien, una noche, volviendo a su casa, es atropellado por un automóvil; es la entrada en el relato de esa bestia anónima, capaz de abandonar al niño al costado de la ruta. De allí en más, su padre comienza una investigación personal para encontrar al asesino de su hijo y darle cuerpo a su declaración; y se vale de hacer algo que la policía no había intentado: deducir en base a los artificios de la propia literatura policial.

Esa declaración contundente con la que comienza la novela, es el comienzo del diario personal en el que el hombre irá registrando paso a paso, los avances de su investigación. Pasos en los que apela a la lógica -casi holmesiana, si se me permite- para resolver enigmas; pasos en los que el azar interviene a favor de su deseo de venganza; suerte donde se termina la deducción lógica. En un momento crucial en la vida de Frank Cairnes, el diario termina. Y comienza una segunda parte de la novela, donde el relato deja el registro de la primera persona y el diario pasa de objeto testimonial a objeto en disputa, inaugurando otra economía de los objetos. Blake introduce alguno giros que conservan la tensión y el suspenso, aún siendo evidentes a los ojos del lector. Dicho en criollo, una novela donde cada uno de los sospechosos va tomando el caracter de indudable responsable, para luego cederle el lugar a otro. Un mecanismo de sospechas tan conocido y efectivo como sorprendente, cuando se lo sostiene con una buena pluma. Lectura del número uno de la serie, donde están presentes lo oscuro, el glamour, lo prohibido, el erotismo, las apariencias y todos aquellos temas que debe tener un policial que se jacte de tal.