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Si partimos de que algo que no tiene sentido no puede ser esencial en el desarrollo de un discurso, simplemente perdemos el hilo.
Jacques Lacan

Escritos


Fotos: Silvana Muscio
Producción: Agustina Szerman Buján
Víctor Redondo | Entrevista
por J. Martínez

Se nos ocurrió una idea. Y se nos ocurrió que para comenzar a concretar esa idea, la editorial Último Reino era un buen comienzo. Por sus 30 años de sostener la apuesta con un resultado de casi un millar de títulos publicados. ¿Quién mejor que Víctor Redondo, su director y uno de sus fundadores, para hacer el racconto que necesitábamos? Una vez más, la vida nos dio una lección otras veces recibida: muchas buenas ideas suelen convertirse en otra cosa. Y así fue cómo esta entrevista llegó a serlo. La buena música, los muchos libros, un café caliente rozando el frío mediodía de invierno conjuraron a favor de una grata charla. Y como (para mí) no podía ser de otra manera, comenzamos hablando de Néstor Perlongher.

Perlongher, en la poesía argentina, fue un sacudón estético.
Exactamente. Sí, para todos. De él publicamos Alambre, dos ediciones, la primera ganó el premio Boris Vian de 1987; el segundo fue Hule y el tercero, Aguas aéreas. En esos momentos comenzó la relación de Perlongher con el Santo Daime; toda esa cosa religiosa en la que se metió para ver si encontraba una cura para el Sida. Una religión con brujos y chamanes... Brasil... Le dijeron que no haga ningún tratamiento, que no había ninguna droga que curara nada, que se metiera con la ayahuasca y el Santo Daime. Divertirse se divirtió pero curarse no se curó. (Risas)

Último Reino comienza en el año 1979 no como editorial sino como revista...
Último Reino empezó en 1979 cuando vuelvo de Barcelona, donde había estado de 1977 a 1978. Dos años exactos estuve en Barcelona, donde gané un premio en conmemoración del Milenario de la Lengua Castellana, y extrañaba mucho a mis amigos. Los catalanes son muy buena gente, muy acogedores, pero es imposible hacerte amigo de un catalán. (Risas) Al final, siempre estaba en el circuito de los latinoamericanos y, la verdad, estaba un poco podrido. Como acá había aflojado la represión, me volví y le dije a los amigos, al grupo con el que había trabajado antes de irme, que íbamos a sacar una revista. Por supuesto, me contestaron que estaba loco. Era el tiempo de Martínez de Hoz. Y era todo un delirio: un número de la revista te salía $80.000 y al siguiente, $240.000. Una cosa imposible desde planificar. El grupo se había seguido reuniendo mientras yo no estaba y propuse hacer la revista, en parte porque el que pasó a ser mi socio, Gustavo Margulies, tenía experiencia en hacer revistas así. Y nos pusimos a discutir. Discutimos una noche entera. Nuestras reuniones eran los viernes, desde las 9 de la noche hasta las 7 de la mañana del sábado...

Una jornada intensa de trabajo.
Todos los viernes esas jornadas que consistían en leer todo el tiempo; todo el tiempo con libros; la mesa llena de libros y cada uno buscando y leyendo, leyendo. Todo bajo la conducción de Mario Morales, profesor de filosofía, que nos unía en algo así como un taller literario que se llamaba El sonido y la furia. Después nos juntamos con otro grupo de Mario, que se llamaba Nosferatu y de allí salió Último Reino”. Estuvimos toda una noche discutiendo el nombre de la revista. Cada uno tenía una idea distinta, era imposible ponernos de acuerdo y dijimos “Bueno basta. No se discute más. La seguimos otro día”. Y Jorge Zunino, que era el otro baluarte del grupo, dice “Bueno, les voy a leer un poema y terminemos de discutir. El poema se llama Último Reino, de Jorge Eduardo… ”... Y nos miramos todos y dijimos: “¡Es ese el nombre!”. (Risas) Se ha hablado de resonancias místicas en Último Reino... Es un error. Sólo nos gusto el nombre. Después, dicen que nosotros decimos que la poesía... Como si la creación artística fuera el último reino, el último espacio incontaminado que tiene esta sociedad podrida. Puede ser... ¡Pero en ese momento no lo pensamos! (Risas) Son explicaciones a posteriori, que siempre son falsas pero algo de verdad tienen (Risas).

¿Cuánto tiempo fueron revista antes de ser editorial?
La editorial nació absolutamente de casualidad. Ni se nos había pasado por la cabeza hacer una editorial. Pero mi libro Homenajes, había ganado el premio del Milenario… y los españoles me dieron el premio, me dieron la plata pero no me editaron el libro, como decían las bases del concurso. Después de un largo y aburrido intercambio de cartas con los españoles, nos preguntamos: ¿Y si lo editamos nosotros? Vamos, dale. ¿Y qué nombre le ponemos? El de la revista... Ediciones Último Reino nació de casualidad, gracias al defecto de los españoles. (Risas) Después, otro compañero tenía su libro y lo editamos y así, de a poquito, empezó a funcionar. Pero jamás pensamos que, 30 años después, seguiría presente y vigente. Siempre le digo a la gente joven que empieza con un proyecto editorial o cultural o lo que sea: lo fundamental es la persistencia. Si no, sacan dos números, se aburren o tienen una ilusión desmedida de que van a tener éxito...

Si publicar 1000 títulos y sostener durante 30 años una editorial no es un éxito, ¿cómo pensamos el éxito?
Si no vivís de otra cosa, estás frito. Yo habré editado 1000 títulos pero no tengo ninguna propiedad, no tengo casa propia, no tengo auto, vivo al día... Desde ese punto de vista, no es un éxito como el de los que editan a Coelho y ese tipo de cosas. Por ese, lado no tengas expectativas. Y por otro lado, a nosotros, nos generó aprender el oficio de editar para poder hacerla nosotros porque no teníamos dinero con el que pagar ese trabajo. En ese sentido, nos cambió la vida. Mi oficio es hacer libros. Yo soy diseñador gráfico especializado en hacer libros. Pero lo aprendí gracias a -o por culpa de- la revista. El único contacto que había tenido con el mundo editorial fue por un trabajo de apenas un tiempito en una editorial que se llamaba Tres tiempos, donde pasaba los originales en la máquina bochita. Pero eso no es saber algo del mundo editorial. Y después se va aprendiendo de a poco; es un mundo muy complicado. El número de las revista eran 24 páginas con dos ganchitos. Una revista muy modesta que se insertó en un momento justo. Se insertó en el momento en el que la dictadura empezó a ablandarse, la gente empezó a animarse a hablar y, lo que para mí es un misterio grato, la juventud empezó a encontrar en la poesía una manera de expresarse. Por lo tanto, la poesía y todo lo que tuviera que ver con la poesía, tenía interés. Quizás, sacabas una revista de poesía en el 1974 y nadie le hubiera dado la menor pelota. Pero en los '80, encontró un campo propicio. En esa época se pusieron de moda los talleres literarios y empezaron los primeros recitales públicos de poesía. Se hacían en un lugar dedicado a la música, que dirigía el padre de Lito Vitale, quien nos lo prestaba todos los sábados. Eramos entre 80 y 100 poetas detrás de unos gruesísimos cortinados que nos separaban de la calle, para que no se escuchara afuera. La gente entraba de a poco y salía de a poco. Imaginate que, en ese entonces, la cana veía 80 tipos reunidos y era sinónimo de una célula de algo. (Risas)

Una célula poética.
Una célula poética. Simplemente eso era. Se empezaron a gestar relaciones con otros grupos, amistad con unos y enemistad amistosa con otros, con aquellos que disentíamos. Nosotros éramos los románticos; otros eran los “sociales”; otros, los reivindicadores de la poesía barrial; otros los que decían que la poesía se tiene que entender; otros que tiene que ser hermética... Era un caldo de cultivo en el cual la revista encontró eco y recepción. Tanto es así que también fue un impulso para que empezaran a nacer otras revistas. Llegó un momento en que había veintipico de revistas y se intentó hacer alguna coordinadora de revistas culturales, cosa que fracasó. Siempre fracasó esa idea. Porque cada uno tiene su interés y está bien que así sea. Lo que buscábamos era superar el problema de la distribución. Ese es el problema eterno de los libros de poesía y mucho más de las revistas culturales. Además, al ser tiradas cortas, mucha distribución no podés tener. Para cuando apareció Último Reino, en el diario La Nación trabajaba un querido amigo, Oscar Hermes Villordo, una persona a la que respetábamos mucho, muy atento a la juventud, que nos dedicó un cuarto de página. Apareció la tapa de la revista y un comentario muy elogioso. ¿Por qué? Porque nosotros, a diferencia de otros grupos que reivindicaban la poesía del ‘50 o la del ‘60, reivindicábamos la generación romántica del '40, porque eran los poetas que nos gustaban y nada más. Entonces se sorprendieron un poco de que haya jóvenes que en la contratapa pongan a William Blake y que en la parte central de la revista pongan a Alfonso Sola González, que fue uno de los grandes poetas de la generación del '40. La revista tuvo una recepción muy grande porque en esa época los suplementos culturales se leían y el de La Nación, más que ninguno. Así que fuimos conocidos de entrada, lo cual nos alentó mucho: el número dos tuvo más páginas más; el 3 más; el 4 más... En el número 4 publicamos a Jacobo Fijman, una versión facsimilar de Molino rojo, y tuvimos que hacer una segunda edición porque la primera se agotó enseguida.

Por entonces no se había reeditado a Fijman
No, lo que se conocía de Fijman era gracias al trabajo que había hecho Vicente Zito Lema. Por eso, verlo en versión facsimilar, era algo muy lindo. Y así fuimos creciendo y creciendo. La clave, para mí, es que la revista respondía al trabajo creativo de un grupo. No éramos periodistas culturales que poníamos un poquito de acá, un poquito de allá, un poquito de aquello otro... Volcábamos en la revista lo que leíamos y discutíamos. Los autores que publicábamos eran nuestros maestros, entre comillas. Por ejemplo, en el número 5 publicamos una antología de 30 páginas de poemas de Vicente Huidobro, que era algo que a uno le interesaba tener. La revista un parte dedicada a la creación actual, poetas que en ese momento estaban en nuestro grupo o alrededor de nuestro grupo; otra a la reflexión teórica con la cual nosotros estábamos de acuerdo; y una parte central, en páginas de otro color, que era nuestro homenaje a los que considerábamos nuestros maestros. Esas eran las tres secciones. Nos divertíamos mucho con la revista, era nuestro gran motor. Llegamos hasta el número 24, el último, en 1998.

Cuando pasaron a ser editorial de libros también, debe haber cambiado el modo de producción. En la historia editorial argentina, un claro ejemplo de encontrar un buen modo de producción de medios para sostenerse fue La Rosa Blindada, que dirigía José Luis Mangieri. Me parece que a Último Reino le sucedió lo mismo, en otra época y en otras circunstancias políticas, muy desfavorables, por cierto.
Era una época totalmente distinta. Para empezar, las tiradas eran de 3000 ejemplares. Y no sólo se publicaban 3000 ejemplares de Juan Gelman. También del propio Mangieri y de varios otros autores. Hoy en día, si publicás 3000 libros de poesía, estás loco. En la época de La Rosa Blindada, tenían un circuito muy amplio, formado por gente de la política y la cultura; tenían un público más grande y se podía vender así. En los '80, ¿cómo hacías para vender de a uno? Te morías. Te salía más caro llamar por teléfono que vender el libro. Así que tuvimos que ir a morir a las librerías. Pero como los poetas empezaron a formar una trama en el circuito de Buenos Aires, que empezó a extenderse al resto del país, editábamos no con la idea de que el libro vaya a una librería y esté en la vidriera, cosa difícil aún hoy, sino que era para tener tu libro, tu poesía impresa, para dársela al otro y que el otro te dé el suyo; para conectarte, para mandarlo allá, para hacerte conocer. Te invitaban a congresos, a charlas, a leer a otro lado. Entonces, empezamos a tejer una red de amigos que fue la base de lo que todavía persiste hoy. En la Argentina no hay un solo pueblito, desde el más grande al más chico, donde no haya un grupo de poetas. Vos llegás y preguntás: –¿Dónde se reúnen los poetas?; –Allá, te responden; todos los conocen. Gracias a la poesía yo la recorrí la Argentina como jurado, invitado a congresos, a charlas, invitado a lecturas. Ahora vengo de Río Gallegos, de la feria del libro, de dar una charla para 300 chicos de 12 y 13 años. Y también me permitió viajar por todo el mundo. Esas son cosas que uno le debe a la poesía. Algo intangible, que no se traduce en una ganancia económica sino en una ganancia de amigos en todo el mundo. Bueno, creo que entré por un meandro. (Risas)

Y mientras te dedicabas a la poesía intangible, ¿de qué vivías?
De hacer libros para otras editoriales. ¿Por qué? Porque fue el momento en que la impresión en plomo, que hacían los viejos linotipistas, empezó a ser reemplazada por l o que se llamaba la composición en frío. Al tiempo que los viejos linotipistas se quedaban sin trabajo, porque cerraban esos talleres, se empezaba a trabajar en este tipo de máquinas. Y en este tipo de máquinas nosotros teníamos muchas ventajas. Al punto en que tuvimos que llamar a gente para que colabore porque el pedido nos superaba. Por lo general eran escritores, así que los originales que nosotros hacíamos estaban bien desde el punto de vista de las leyes que tiene la gráfica. Nuestros salían sin errores, entonces nos venía gente que nos decía “Nos hicieron un libro en tal lado que es un desastre, tiene 17 millones de erratas y hay que hacerlo de nuevo”, y ya tenían la referencia nuestra. Por eso el taller nuestro empezó a tener mucha demanda, nos pedían muchos libros.

¿Ya tenían taller propio?
Teníamos un taller propio. Bueno... Decir taller propio es un poco grandilocuente porque al principio teníamos dos IBM a bochita que, visto desde hoy, era una tortura china pero que en ese momento era la gloria. Y armábamos sobre cajones de frutas. Comprábamos unos vidrios esmerilados y le poníamos una lamparita adentro, arriba el vidrio y se armaba sobre eso. Teníamos pilas de esos vidrios porque se rompían cada dos por tres. Te apoyabas sin darte cuenta y… ¡crack! (Risas) Después, nuestra gran mesa de armado fue un enorme bargueño que compramos en el Ejército de Salvación y a la cual le hicimos una abertura arriba; colocábamos el vidrio transparente ahí y armábamos los originales. En esa época se cortaba el renglón donde estaba el error y se volvía a tipear sin el error y se pegaba con cinta Scotch. Por eso, cuando llegaron las primeras Mac a la Argentina, nos tiramos de cabeza; nuestras IBM eran un cacharro al lado de esas máquinas. Fuimos creciendo, creciendo hasta que se empezó a hacer insostenible por los mismos motivos que nosotros, que componíamos en frío, le «quitamos» el trabajo a los viejos linotipistas: empezaron a aparecer camadas de chicos de la facultad de Diseño, que aprendieron la carrera de edición y los precios bajaron en forma estrepitosa. Nosotros hacíamos por ejemplo, muchas revistas de psicoanálisis y de medicina. Y llegó un momento en el que todo psicoanalista tenía un sobrino que salió de la carrera de Edición y le hacía la revista al tío. Y esos trabajos fueron bajando mucho y bueno eso repercutía en el trabajo de las 11 personas que trabajábamos, en el Taller Gráfico HUR. Por un lado, teníamos la producción nuestra creativa; por otro, el trabajo para morfar, que era el trabajo en un taller gráfico como cualquier otro. Nada más que sólo nos dedicábamos a libros y a las revistas. No hacíamos afiches ni volantes ni talonarios de ninguna índole.

Eso último es lo que terminaron haciendo los linotipistas. ¿Último Reino editaba con aportes económicos de los autores?
Obvio, porque esos libros no se venden. Si no tenés que tener una fundación. En un momento hubo muchos aportes que ayudaron a la edición de libros, tanto del Fondo Nacional de las Artes, como de la Fundación Antorchas y algunas otras fundaciones que, a través de concursos o llamados, elegían diez títulos y subvencionaban su publicación. Todo eso se fue perdiendo. Nosotros cobrábamos el trabajo que cualquier escritor hubiera tenido que pagar en cualquier otro lado en el que hubiera querido hacer sus libros. Lo que garantizaba Último Reino era el prestigio que se había ganado gracias a que publicábamos libros que considerábamos que merecían ser publicados. No publicábamos a cualquier cosa. Los libros eran leídos, analizados, intercambiábamos opiniones entre nosotros. Alguna vez hemos editado algún libro que no considerábamos demasiado bueno pero que era gente amiga o escritores jóvenes a los que les veíamos futuro.

Nos hablás, aparte del riesgo editorial, de una apuesta.
Por supuesto. Había una apuesta a gente que no era conocida pero le veíamos pasta para el futuro. Y lo de nuestro prestigio fue muy importante. Porque, por el hecho de ser editados en Último Reino, los libros eran mirados de otra manera: si tu libro llegaba a una redacción y veían que lo había editado Último Reino, decían “Vamos a leer esto” en lugar de tirarlos. Lo que se le ofrecía al autor era ese respaldo intelectual que daba el grupo de gente que leía y aprobaba los libros. Editamos muchísimas primeras ediciones de poetas que hoy en día son muy reconocidos.

Recordás algún poeta que te haya sorprendido en aquel momento.
Es difícil porque son tantos, tantos... En la charla previa nombraste a Miguel Vitagliano. La primera novela de él la publicamos nosotros. Porque fuimos agregando otras «secciones», aparte de la poesía que constituye el 90% del catálogo. Narrativa, tanto cuento como novela, teatro y ensayo. Y también tuvimos una breve incursión en cassettes en un sello que llamamos Circe-Último Reino y que, básicamente, lo llevaban Gustavo Margulies y Paul Stringa, que formaban el dúo musical Islas. Ellos empezaron a editar cassettes de Botafogo, Pollo Raffo, Ariel Prat… Porque los nuevos músicos de entonces tenían el mismo problema que aquellos nuevos escritores: no tenían nadie que los edite. Entonces ese sello venia a cubrir una necesidad muy importante. ¿Dónde iban a editar si no encontraban un lugar así? Y Circe también empezó a tener prestigio porque la música que publicaban era muy buena. Incluso tuvimos una discusión en su momento con Mario Morales, que había ganado un premio importante que pagaba Sudamericana y no quería pagarse ningún libro. Nosotros le decíamos “Mario, si no te pagas tu libro no te va a leer nadie... ¿Quién te va a editar?”. Finalmente logramos convencerlo y Mario volvió a ser leído. A tal punto que hoy Mario Morales está en el libro 200 años de poesía (Alfaguara. 2010), editado por Jorge Monteleone y publicado con motivo del Bicentenario de la Revolución de Mayo.

Susana Villalba era parte del grupo Último Reino...
Sí, formaba parte del núcleo duro, que estaba compuesto por Mario Morales, que falleció a los 51 años y para nosotros fue un golpe durísimo y una de las causas por las cuales nos comenzamos a desperdigar; Jorge Zunino, que falleció hace unos cuántos años, y cuya muerte fue, a su vez, un golpe mortal para nosotros; Mónica Tracey; Susana Villalba; Horacio Zabaljáuregui; Guillermo Roig, que con buen tino ahora se dedica a ser cheff, y lo hace muy bien; Roberto Scrugli, que después se dedicó a otras actividades; María del Rosario Sola… Ese era el núcleo duro.

¿Seguís trabajando con alguno de ellos?
Ahora somos amigos y nos vemos cada muerte de obispo. Porque te repito, las muertes de Mario y de Jorge fueron golpes muy duros para nosotros. Y la revista, retomando algo que te decía antes, no era el resultado de un trabajo individual sino una elaboración colectiva… De otro modo, dejaba de tener sentido. La revista fue la expresión de un grupo y cuando el grupo se desperdigó, por razones de la vida, dejó de tener sentido.

¿Cómo funciona hoy la editorial?
Ahora la editorial la llevo, básicamente, yo solo. La amistad con Susana Villalba y Mónica Tracey sigue intacta, somos como hermanos; pero de la editorial me encargo yo. Para algunos trabajos tengo colaboradores circunstanciales, cuando son trabajos muy complicados o muy largos. Soy quien decide qué se publica y el que lo hace, el que arma, el que diseña...

¿Cuántos libros estás editando ahora?
En este momento, hay tres metidos en imprenta y dos a punto de entrar. Hubo un repuntecito ahora pero el verano pero la situación económica, en general, es muy difícil y los precios de los libros aumentaron desmedidamente. Y el precio del papel, de las encuadernadoras, de las imprentas... Todo aumentó tanto que se hace muy difícil bancársela. Esto les pasa a todos ¿eh? No es que le pasa a Último Reino que es, más o menos importante, una de las varias editoriales de poesía que existen hoy. Además, son los jóvenes los que tiene que tomar esa posta, porque no tienen otra manera de producir sus libros. Tienen que aprender el oficio y hacerse su camino y sus libros porque sino no vas a poder leer nunca a un poeta de Puerto Madryn, a un poeta de Neuquén, a un poeta de Salta. La gente se tiene que juntar, hacer cooperativas, vender una rifa, una venta anticipada, alguna cosa así y seguir editando libros.

En los últimos años hay una gran proliferación de editoriales artesanales, muy pequeñas, por lo general nucleadas alrededor de algún grupo de escritores, dos o tres no más, que empiezan a entramarse unos con otros. Pero también hay, en escala acorde, distribuidoras alternativas a las distribuidoras del circuito comercial, que concentran el producto de esta proliferación de pequeñas editoriales y lo ofrecen como su catálogo.
Si lo hacen en plan misional, de misión, sin esperar cobrar, puede llegar a funcionar; si no, la venta de esos libros no puede pagar ni un cadete. Hay que hacerlo como lo hacíamos nosotros que íbamos con un bolso a Librería Hernández y les dejábamos las revistas, le hacíamos un recibo y volvíamos a los veinte días: –Y, ¿cuántos se vendieron? –Se vendieron siete –Bueno, se las repongo. Es muy interesante en ese sentido, porque es una circulación de la poesía de un tipo que se auto-publica, por ejemplo. Proust y Rimbaud nos permiten pagarnos nuestros primeros libros, nos autorizan: si ellos lo hicieron ¿nosotros por qué no? (Risas) Enganchemos esto con las pequeñas editoriales, de gente joven. La poesía que estaba destinada a desaparecer; parecía algo decimonónico y recobró fuerzas, de tal manera que la gente joven se volvió a volcar en la poesía. Eso es algo genial; misterioso y genial. Encontraron un lugar donde expresarse. Quizás porque hay pocos lugares donde expresarse. El hecho de que la juventud haya vuelto a la poesía es un milagro; algo maravilloso, realmente maravilloso. Pero, ojo: también veo, y no es una crítica, porque no soy quién para criticar a nadie, que estos grupos nuevos escriben a partir de ellos y se olvidan de que pertenecemos a una larguísima tradición, y que deberíamos conocer esa tradición respetarla; así el poema se trabajaría un poco más. A veces los veo muy elementales, muy superficiales.

¿En cuánto a la propuesta poética?
En cuanto a la escritura del poema, al poema en sí. A veces los leo y me parece que no dicen más que lo que les pasó a la mañana cuando estaba tomando el café con leche, que vio una mosca y la mato, y que reflexionó acerca de que no le dio de comer al gato anoche, suponte... De alguna manera, la poesía empieza con ellos y la verdad es que no es así, deberían estudiar un poco más. Insisto en que no es una crítica sino algo que pueden subsanar y que tienen que subsanar. Y no me refiero al estudio de las figuras retóricas. Me refiero al conocimiento de la poesía. De los poemas. Yo ya la verdad que una anáfora o la... ¡No me acuerdo ni de cómo se llaman! (Risas) Por suerte logré olvidarlo. Para el acto de escribir, no te sirve para nada ese conocimiento de las figuras retóricas.

Menos mal que esto está grabado. (Risas) Me lo voy a repetir todas las noches antes de irme a dormir.
En la Feria del libro de Santa Cruz, aparte de dos actividades que tenía que hacer, di esa charla que te contaba antes para chicos de escuela. Lo que no sabía, era a las 10 de mañana en Río Gallegos, en un centro cultural lindo, grande, era que la charla iba a ser en un anfiteatro y que de golpe iban a aparecer 300 chicos de entre 12 y 13 años. Cuando los vi me aterroricé y me dije “Y ahora, ¿qué hago?”. Porque tenés que seducirlos o no te dan pelota. Se dispersan, miran el techo. Y arranqué justamente con eso: les dije que si ellos ligaban la palabra poesía con algo insoportable y aburrido y después de la reunión se iban con una idea distinta de la poesía, ya habíamos logrado algo importante. El problema es que la enseñanza de la poesía en la escuela primaria y secundaria era y es espantosa. ¿Vos sabés que surgió un aplauso espontáneo en todos los chicos? Me dio pena por la maestra. (Risas) Obvio que no es la culpa de ella que responde a planes educativos, pero no podés darle a un chico de 15 años a que lea Espronceda; no le podés hacer leer a Góngora en 4º año... Si a nosotros ahora, que tenemos casi 60 y todo un recorrido por la poesía nos cuesta entenderla, ¿te imaginás a un pibe? Deberías darle a leer a Oliverio Girondo, a Rimbaud, a los surrealistas. Algo que los chicos los entusiasme, los divierta; que sientan que hay algo que a ellos también les interesa de lo que leen. Después, si les interesa de verdad, que lean Siglo de Oro español, que lean lo que quieran. Pero, desde el vamos, está mal enfocada la enseñanza de la poesía.

Se me ocurre que es algo muy similar a la «construcción» de una clásico; de esa literatura clásica a la cual uno se supone que aborda y se siente pletórico de felicidad cuando, en realidad, es una construcción que se hace con el tiempo, con la lectura como cimiento. La propuesta del sistema educativo es leer cronológicamente, desde la Antigüedad hasta el presente. Me parece que el punto de inserción de un sujeto en la lectura  tiene que ver mas con «lo actual»  y, a partir de ahí, empezar la recreación de un clásico.
Exactamente. También la poesía se enseña cronológicamente. Entonces, primero le dan a los pibes cosas que están escritas en un lenguaje que ni siquiera entienden y así siguen avanzando hacia el presente. Tiene que ser al revés; está muy mal todo eso. Pero eso son los planes de estudio y habría que discutirlos con el Ministerio de Educación y no con la pobre maestra. (Risas)

Y ¿esto no tendrá que ver, también, con la posición de los poetas emergentes? Por un lado vivimos en una realidad globalizada, donde hay un conocimiento casi inmediato y superficial de las cosa; una realidad en la que vas la consultás la Wikipedia y se terminó el esfuerzo y el trabajo. Como si faltara algo del sostén formal da la lectura de la poesía. Y no me refiero a la Academia: nosotros nos juntábamos a escribir poesía; y escribir poesía,  era discutirla, leerla y agarrarnos a las piñas por la poesía. Hoy hay otra cosa más individual, arrancando desde la mañana con  la mosca y el gato.
Exactamente. Incluso por ejemplo, Internet me parece uno de los inventos más grandes e importantes estas épocas, sin dudas. Tiene una parte muy positiva, que es que te leer a un tipo que en este momento está en El Salvador y te dice “Te mando mi último libro por mail”. Antes era imposible pero ahora podés estar al tanto de lo que se está creando en todos lados. Pero, por otro lado, está el facilismo. Como tenés todo al alcance de la mano, buscás en Google que quiere decir tal cosa y listo. Antes buscábamos los libros los leíamos, los subrayábamos, los discutíamos. Ahora parece como que ya está todo predigerido. ¿Quién lo predigirió? Google, Wikipedia o andá a saber quién; llenos de errores. Esa sería la parte no positiva de Internet: parece que todo está al alcance de la mano y que te facilita las cosas y en realidad la superficializa. Uno las lee muy rápido, porque en la pantalla uno lee rápido y no te ponés a meditar, volvés a la página de atrás... Pero la parte positiva es, por ejemplo, Esto no es una revista, que es una excelente revista que uno lee con interés; como a otras que se leen con interés y que están muy bien hechas. Ahora pienso en una revista que se llama Malabia que –creo- está hecha entre uruguayos y suecos, o algo así. Es una revista que leo con muchísimo interés, ¿por qué? Porque afuera de Internet hacen un trabajo de investigación que después lo vuelcan. Entonces podés leer artículos de Ángel Rama de 1960 que son cosas realmente interesantes y a las cuales de otra manera no tendrías acceso.

Volvamos al panorama actual. La mayoría de las editoriales tienen la misma problemática que Último Reino: lo caro que está el papel; la necesidad de contar con la participación económica de los autores; problemas para la distribución del material editado, falta de apoyo de los medios... En ese sentido me parece que sigue siendo un valor agregado el prestigio que una editorial le pueda dar a un autor, gracias a su modo de elegir qué es lo que se publica.
Sumale a eso que, hace 10 años, a la única que una editorial grande le publicaba un libro de poesía -a costa de la editorial- era a Olga Orozco, por ejemplo, y en tiradas chicas en comparación con las tiradas para otros autores. O la edición de textos no publicados de Alejandra Pizarnik, Textos de sombra y últimos poemas, que también fue una edición de 1000 ejemplares. En realidad, son ediciones muy chiquitas que una editorial grande puede hacer con muy poco, pero que no se hacen. Hay algunas honrosas excepciones, como la edición de la obra completa de Joaquín Gianuzzi. O las muy buenas publicaciones de Ediciones en Danza que está sacando un material muy bueno, tanto actual  como algunas recuperaciones como en el caso de Francisco Madariaga. O el Fondo de Cultura Económica que de golpe saca una antología de Olga Orozco y de algún otro. Pero son casos puntuales, específicos y únicos.

Y únicos también como fenómenos literarios.
Claro. Pero en los números te sacan 10 de narrativa, 8 para chicos, 4 de filosofía, 5 de ciencias sociales y  algún mes 1 de poesía.

Entre tanto Stamateas aparece alguna Orozco. (Risas)
Sí, pero discutir con los malos, ¿pa' qué? Busquemos lo bueno, hablemos de lo bueno. En algún momento tuve cierta actividad colateral relacionada con el comentario de libros y cuando me daban un libro malo les decía que no, que no lo quería. Quería comentar algún libro bueno. ¿Qué ganas con publicar en un diario una crítica en la que destruís a un libro? Nada.

Pero esa es la función de una crítica bastante sádica, que pegó mucho en el público, previamente a la crítica comprada en los grandes medios.
Y también hay ajustes de cuentas que entre ellos. Porque es un medio muy celoso. Si a algún autor importante se la tienen jurada y saca un libro que no es muy bueno y le buscan la quinta pata al gato y lo matan. ¿Están más contentos? ¿Duermen más contentos esa noche? Lo hubieran dejado y listo. ¿Para qué atacar a la gente? Si después de todo el acto creador es lo que mas puro uno tiene. Yo les preguntaría: ¿Vos lo harías mejor? ¿A vos te saldría mejor? Para la gente joven es bueno que le digan “Leé a John Berger. Lee esto, lee lo otro”. Y no que le digan “No leas esto. Esto es una cagada. Esto es malo”. Para que vas a escribir un libro en contra de... ¡No quiero nombrar a nadie! (Risas)

Tapando el micrófono, cada uno tiene una posición en relación a esos escritores en los que no perdería tiempo ni espacio para publicar una crítica destructiva. Creo que es cuestión de ámbitos ¿no? Una cuestión es el ámbito de la discusión teórica y otro es un medio de comunicación...
Y además está el gusto personal. Puede haber un libro que a vos no puede no gustarte pero al que podés concederle que es un buen libro, que está bien escrito, que es serio. No me voy a hacer el piola y decir “Saer a mi me aburre”. No dejo de reconocer que es un maestro de la lengua, pero ¿lo leería en mi casa? Yo me duermo. Pero no quiere decir que no sea un autor extraordinario. Y con la poesía pasa lo mismo. Hay poesías que no te gustan pero reconoces que están muy bien escritas. Lo bueno de la literatura es que hay de todo y para todos. Si a todos nos gustaran los mismos autores tendríamos un canon de 20 y el resto...

Igual siempre tiene que haber alguno que le tire un palazo a otro.
Pero si es famoso. No sé dónde lo tengo guardado y no me acuerdo los nombres, pero suponte que Tal Genio dijo que Flaubert era un escritor de mostacillas. Becket dijo que Proust era una mierda. Virginia Woolf rechazó el  Ulises de Joyce... Siempre pasan esas cosas.

En el panorama argentino Borges no congeniaba con Flaubert.
Y con muchas otras cosas.

Era un pendenciero. Ese es el término académico para Borges.
Todavía quedan unos cuantos pendencieros a los cuales no les vamos a hacer la gracia de nombrarlos ahora. (Risas) Pero hay gente que se dedica a hablar mal de todo el mundo y es su manera de hacerse conocer cuando logran que se termine hablando de lo que dijo Tal de Cual. Y se suma a que la crítica en los diarios bajó su nivel desde que dejaron de pagarse bien las colaboraciones. En algún momento, las críticas las hacía gente con peso intelectual pero, cuando dejaron de pagar una cifra relativamente aceptable, la crítica la pasó a hacerla gente que estaba dispuesta a trabajar por esa plata y que no siempre tiene el nivel de aquellos críticos. Y, cuando los grandes medios hacen crítica, sólo comentan los libros de las editoriales que ponen las publicidades, sí. Eso el capitalismo en el que estamos... Como diría Bill Clinton: “Es el capitalismo, estúpido”. (Risas) El problema de la crítica en los grandes medios es se ocupan de los libros de los que habla todo el mundo y no le deja espacio –o deja espacio muy pequeño– a libros que, sin tener ese aparato comercial o publicitario, tienen valor literario. Son las revistas culturales las que deberían cubrir ese espacio y comentar esos libros.