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La vida no es significado; es deseo
Charles Chaplin

Blablablá

Nueve pasos (Segunda parte)
por Alejandro Feijoó

 

El éxito pasa por conseguir saltearse la invitación a comer. La incómoda pero imprevista excusa y un adiós frío que apague la esperanza de más “volver a verse”. Iniciar un proceso de comida, con todo lo que ello implica, se me antoja una cuesta arriba ensombrecida por la segura aparición del marido. Mientras le busco la vuelta al sofá, Eva me habla de que busca trabajo. Para quien no me conozca aclaro que esto es así: las cosas tienen que parecerse en mucho a como yo las preveo; de lo contrario, más o menos espontánea, nace una estrategia de retirada. A pesar de estar de espaldas a la puerta, desde el sillón puedo controlar todo el salón, ver cómo Eva se inclina sobre el teclado con los ojos vacíos pegados a la pantalla. Busca el móvil, teclea varias veces, se vuelve hacia mí.

Entonces tú qué.

He quedado para comer –le digo un poco atropellado–; y estoy bien, cómo voy a estar, contento de verte, de ver a tu niña…

La chica latina irrumpe con el demonio pegado a la cara. A la niña no se la escucha llorar, lo cual puede ser peor. Eva se contagia de su expresión y las dos salen para la cocina sin mirarme. Los instantes que pasan son largos o penosos. Salto sobre mis pies y echo un vistazo al portal donde ella busca trabajo (¿script?); sin querer me topo con el mail abierto y leo unos minutos. No me interrumpen in fraganti como en la tele; me harto y camino los nueve pasos habitables hasta que Eva casi me atropella con la niña en brazos. A su espalda, la chica latina sale de la casa cabizbaja, dando pasitos cortos. El tsunami es que no hay pimientos, quién ha visto un pisto sin pimientos. Y él ya sabía que iban a comer pisto. La niña sigue en su plan: un llanto como de desierto, que se alarga y no hay paredes.

Eva llega al ordenador con la niña en brazos, deshace sus pasos, la sienta en el sofá y vuelve a la pantalla. Tendrá unos dos años largos, pequeña pero morruda, de un moreno de cobre, con dos piedras pequeñas que me miran duras tras las lágrimas. Pienso en acercarme pero quedaría arrodillado, así que le sonrío y chilla. Entonces me arrodillo y se asusta, pero deja de llorar. Eva bufa, me comenta algo de internet, suena su móvil. Me hace una seña, como Vuelvo enseguida, o Toma tú el mando, y atiende antes del segundo timbrazo.

Miro para los lados y me tranquilizo, las salidas siguen llanas. La niña no emite sonido. Baja la montaña del sofá, se pone de pie sobre sus zapatos de cordones y con mucha torpeza camina hacia mí. Una escena tierna de no ser porque Eva y su móvil han desaparecido hacia las habitaciones en busca de una vida y la niña (era Cristal) está tirando de mi pantalón. Parece una mascota la mocosa, pero, cómo decirlo, me mira como un señor. No me pide que la suba; está esperando a que yo obedezca.

La encajo sobre mis rodillas, con bastante esfuerzo y la sonrisa dibujada. Me acerco a una edad tipo, y a pesar de que no pertenezco a iglesia alguna, me convenzo de que la escena despertaría recelos en los testigos, de haberlos. Miro a los lados, justo cuando la chica vuelve con la bolsa y Eva aparece con el teléfono y los tres nos miramos, los cuatro, hasta que la asistenta empuja la puerta y Eva vuelve a esfumarse lanzando una mueca. Quiero bajar a la niña de forma inmediata, aunque para hacerlo debería tomarla de la cintura y sería peor. Es obvio que la chica latina tiene que ir a la cocina a lavar el pimiento, a preparar el pisto, a dejar que el futuro siga pasando. Pero se acerca y se sienta en mi sitio de antes y vuelve a sonreír, como en la puerta con las llaves, ahora los pimientos en el regazo.

Una niña muy buena… –dice alisándose un vestido que nunca fue nuevo.

Cristal me abraza. Pienso que es un guión, que alguien mató su tiempo escribiendo lo que me está pasando. Saco una foto del momento y veo una familia normal, disfrutando de tiempo de calidad, la madre y la hija tan parecidas, el padre algo ausente pero varonil.

Los niños son buenos todos –amplía la chica que ya no muestra sus dientes. No me veo obligado a acotar; la niña pega su pelo a mi cuello, cedo el turno con un cabeceo incómodo. La empleada se inclina hacia mí y susurra–. Pero no le diga nada a la señora –en su cara hay miedo, como si no supiera nadar– por favor no le diga, usted es bueno.

Eva interrumpe pisando el suelo como un búfalo. –¿Interrumpo? –pregunta divertida; cuando miro, la chica ya está de pie, la espalda como un signo de pregunta, y la niña ha desaparecido de mis rodillas. Es increíble, si al final yo le he traído buena suerte, una prueba para un rodaje, así, solo por el currículum (y una pequeña ayudita de sus amigos), con dos narices de script. Hay que celebrarlo, es evidente, si estará llegando Carlos, habría que ver cómo se lo toma. En la bruma del monólogo, busco mi teléfono y mi cara de interesante y programo la alarma para dos minutos después. Sin complejos. Tengo el mismo tono que el de la llamada, soluciones a la carta para cuando con palabras se tarda más y peor. Los momentos pasan entre una pose como para estudiantes de pintura y los planes espumosos de Eva sobre su vuelta al negocio. Pienso que parezco un actor, la máscara atenta al parlamento del compañero y el texto propio hirviendo por dar el zarpazo. Siento la vibración de mi teléfono antes de que suene.

Eva dispone que no me despida de la niña ni de la chica, por razones relacionadas con la comida y el ciclo de los pimientos. Intuyo que le molesta mi adiós precipitado. Y a mí mismo me molesta, pero es lo mejor. Lo que dura la despedida en sí, las frases a medias, ese no querer molestar, la puerta que no se acerca, sé que él (era Carlos) en ese momento volvería a casa, el traje impecable. Y lo peor sería el traje. Tras besarnos en las mejillas, Eva me pone la mano en el pecho (imaginaos, como si ya fuera un ritual), y el sopor pesa lo mismo que antes. Me cuesta abrir la puerta al salir.

Gastón Viñas
Ilustraciones

Los dibujos de Gastón Viñas se inscriben en una tradición múltiple: la de los libros de cuentos infantiles, donde se lee una inevitable referencia a Caperucita Roja; la de los animales que dominan a los hombres por venganza; la del trazo refinado; la del plumín presto a marcar un camino estético; la de ciertos aires góticos en el dibujo. Para el numero 04 de ESTO NO ES UNA REVISTA elegimos presentarles una serie de dibujos que el ilustrador argentino convirtiera en calendario. Lobos, videos y mucho más de este talentoso artista plástico, ilustrador y animador en http://www.gastonviñas.com.ar/.

Prana | Pelos, música y poesía
por Agustina Szerman Buján

El primer pensamiento que cruza la mente al entrar es que no es una peluquería. Los murales en las paredes, la música, el ruido de los videojuegos y las luces hacen de Prana un lugar ecléctico. El proyecto de Néstor Bravo (acompañado por Beto y Marcio) conoció la luz a principios del 2004 en el barrio de Belgrano. Prana significa, en sánscrito, energía vital. Leyendo un libro sobre yoga la palabra eligió a Néstor en su etapa Yogui. Trascender a través del corte es el sentido y la dimensión que se le quiere dar a este multiespacio ubicado en la calle Crámer 2383.

Para realizar este proyecto se necesitó de un grupo de estilistas que adhieran a la propuesta y las circunstancias. No obstante, todos ellos fueron instruidos en el método de esculpido Londres (corte en seco) previamente. Es así que entre todas las cosas que despiertan los sentidos al entrar, lo más llamativo es sentarse directamente frente al espejo sin pasar por el sector de lavado. Rompiendo con el esquema tradicional de cortar el pelo mojado,  Prana ofrece a quienes eligen pasar un remix de los años '30 y '40. En el instante en que el pelo es mojado se modifica su naturaleza. Al cortarlo en seco, habitual en esa época, se busca mantener inalterable el estado y la textura real del mismo. En cuanto a las marcas de productos capilares se apuesta por aquellas que sin bajar la calidad de sus productos se corren de lo obvio. “Lo mejor es mantenerse en lo básico mientras que el producto sea excelente”.

Prana elige la diversidad de la fauna. Tantos en sus estilistas como en su público se observa que no hay límite de edad ni de estilos. Todo aquel que quiera formar parte es bienvenido. Sin pretensiones.

Un recomendado de la casa: Pastizales Burning
De la mano de Jorge Casal, Prana ofrece un ciclo acústicos. El mes de septiembre contó con la participación de Cam Beszkin, Manuel Fusari, The Bondies, Vaqueros Paganos y Nunca Taxi. El mes de octubre seguirá con Ríe un Songs, Alba Iruzubieta y Kartopfeln.

Las blabletas del mes
por El Conejo Editor

 

La cucaracha no es un mal bicho
Hay que ser muy científico, como es el caso de los profesionales de la Universidad de Nottingham, Inglaterra, para ponerse a investigar los compuestos orgánicos que las siempre asquerosas cucarachas llevan consigo. Es tremendo que las tan temidas blapticas dubias, otrora fuente de enfermedades y peste, se hayan transformado en un posible proveedor de antibióticos tan potentes que pueden destruir, en un abrir y cerrar de ojos, a las llamadas superbacterias, que son algo así como los Clark Kent de los microorganismos unicelulares. Así, como antes el vino pasó de ser nocivo a ser uno de los transportes de sanidad corporal, las viejas y odiadas hexápodas son, hoy, insectos a los que deberemos tratar con mucho respeto y dejarlas que moren en el botiquín junto con los demás medicamentos. Y que alguien le avise al Turco que el secreto de su fortaleza no son los fierros y los anabólicos sino su compulsión a devorar cucarachas, las nuevas mejores amigas del hombre.

 

Pasados por agua
Sabido es que la ciencia a veces se lleva de patadas con la religión, sobre todo desde Darwin a la fecha. Por eso no sorprende que en el Centro Nacional de Investigación Atmosférica de los Estados Unidos hayan dictaminado que no fue Moisés el que dividió las aguas del Mar Rojo para guiar a los emigrantes judíos en su fuga de las garras de los malvados egipcios. Utilizando simuladores en computadoras dicen haber comprobado que fue un viento fuerte el que provocó el fenómeno que tan puntillosamente Cecil B. de Mille reprodujera en su película Los 10 mandamientos, con el armamentista Charlton Heston en la piel del profeta. Y si de aguas y mitos se trata, la nieta de un sobreviviente del naufragio del Titanic reflotó, valga la paradoja, los recuerdos de su abuelo para develar que la embarcación más segura del mundo chocó contra el famoso iceberg por un error humano y no por una detección tardía del bloque de hielo. Según dice la nieta que dijo el abuelo, lo que sucedió fue algo que nunca tuvieron en cuenta los elevados constructores de un navío pretendidamente indestructible: el timón. Ahora, casi un siglo después, venimos a saber que se cambió el sentido hacia el cual, el encargado del timón, debía mover éste para doblar la nave. Así, se pasó de mover el timón hacia el lado contrario al que se deseaba doblar en la navegación a vela, al concepto moderno en la navegación a vapor. Si usted esperaba saber a quien culpar por la triste muerte de Leonardo Di Caprio, congelado por amor en los mares del norte, ya tiene a su hombre: el maldito timonel.

 

Nao, el robot sensible
¿Para qué resistirnos a la tentación de hablar de los familiares de C3PO si nos la sirven en bandeja? A estas alturas, ya sabemos que casi nada puede conmover el alma del más recio de los habitantes de este mundo por fuera de la actuación de Robin Williams en El hombre bicentenario. Sin embargo, para vos que compraste a AIMEC el mes pasado, los grandes sesos de la Universidad de Hertforshire le han puesto la tapa al económico y obediente joven de hojalata: han creado a Nao, el primer robot en el mundo que puede demostrar sensaciones. Sí, apto para gente como uno que lee estas palabras al borde de las lágrimas, el nuevo hijo modelo de la robótica ha sido subvencionado por la Comisión Europea, por lo que es de esperar que, antes de que AIMEC no sirva sino para repuesto de radios Spica, salgan al mercado a conquistar el corazón de tantas madres ansiosas de tener su propio bebé de fierro. El empalagoso Nao baja la cabecita si se pone triste, levanta los brazos si está contento, se le apachuchan los bulones si algo lo asusta y llora lágrimas de aceite si lo retan. "Le estamos dando forma a sus primeros años de vida" ó "Si uno desea decirle al robot que lo está haciendo bien, podrá expresárselo con el rostro, sonreirle o darle un golpecito en la cabeza" son algunas de las declaraciones que realizó la directora del proyecto, la licenciada en informática Lola Cañamero. Fumate ese apellido.