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La pintura es poesía muda; la poesía pintura ciega
Leonardo Da Vinci

Miradas

Esteban Pastorino
Fotografías

A primera vista, algunas de las fotos de Esteban Pastorino no parecen lo que son: tomas aéreas que simulan maquetas, amplios enfoques que se proponen como miniaturas. Un engaño al ojo que se complace en admirar la belleza de estas imágenes con las que el fotógrafo nacido en Buenos Aires nos sorpende cuadro a cuadro. Con un ingenioso artilugio técnico que remeda a los coloridos barriletes, el fotógrafo eleva su cámara y, casi en manos del azar, pulsa el gatillo de ésta en modo remoto. Respaldado por su educación formal en ingeniería mecánica, pergeñó el uso de una cometa y una cámara construida en cartón, con foco fijo y cuya lente está intencionalmente desviada a los fines de producir el efecto de la poca profundidad de campo que es habitual en la macrofotografía. A la belleza de las imágenes se suma un interesante desplazamiento conceptual: el ojo del fotógrafo no es el determinante al momento de capturar la imagen.


Bárbara Kaplan
Plástica

La artista plástica Bárbara Kaplan trabaja con panales, mieles, abejas, celdas, palos, cera. El uso de esos materiales atípicos tienen como consecuencia una obra atípica y tenue, con altos puntos de belleza. Con ellos produce cuadros, marcos, maquetas y objetos cuya interpretación última queda en manos y cabeza de aquellos que se asoman a su producción. El refinamiento de los trazos, la intervención de las propias abejas en las obras y un mundo propio que representan el modo de verlo de esta artista, abre la posibilidad de pensar el arte en relación con los efectos naturales y encontrar en la organización de los panales y la distiribución de las responsabilidades de los miembros de una colmena una metáfora de la organización social humana.


Federico, el Grande
por Horacio Garcete

Responsable de suspiros y ratones de por lo menos tres generaciones a causa de esa estampa varonil tan suya –fuego que calienta todavía, a sus casi setenta y cinco años–, fue y sigue siendo Luppi mucho más que un galán de los concebidos por su medio: en los trabajos encarados a lo largo de su extensa y rica carrera cinematográfica, su ideología aparece siempre subrayada, mediante un compromiso de coherencia política.

Asimismo, digno exponente de los actores de su tiempo: tono de voz elevado, gesticulaciones marcadas y puteadas varias, aparecen en Luppi, como en casi toda una generación, en franco contraste con el medio tono, la gestualidad contenida y austera (traducción quizás de un cinismo de época), a cargo del grueso de los intérpretes del cine filmado a partir de los ‘90s.

Esa marca “Luppi”, fue construyéndola a lo largo de su trayectoria que por profusa, intensa y difundida, no será puntualmente desarrollada, dedicándonos a destacar aquellas interpretaciones que sugieren en nuestra mirada al artista inescindiblemente del ciudadano, mediante un compromiso y un temperamento, que lo embretará reiteradamente en camisa de once varas. Digo: más allá de su predicamento y carisma, no parece haber sido una preocupación para Federico caerle en gracia a todo su público, menos aún si esa empatía suponía el precio de callar su pensamiento.

Su debut protagónico en el cine no podría haber sido mejor, en la piel del “Aniceto”, muchacho vago y mal entretenido de Luján de Cuyo, dueño de un gallo de riña que lo sostiene económicamente junto con la “Francisca” (interpretada con infinita dulzura por Elsita Daniel, esa actriz de dulzura infinita) en: “Éste es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más...” (1966), piedra preciosa de la filmografía de Leonardo Favio, con lo que ello significa. El gallero, para ratificar aquello de que no hay bicho más zonzo que el hombre enamorado, tira todo por la borda a manos de una mujer que viene a ser la contracara de la suya: la “Lucía”, muchacha de cascos flojos –al decir de las comadres cuyanas– a quien se entrega nimbado por su mirada atigrada y tentadora (María Vaner).

Afianzada ya su carrera, luego de dar carnadura al venal supervisor en una empresa distribuidora de vino (“Sr. Baiocco”) del sufrido “Juan que reía” (1976), pasará cinco años sin trabajar, prohibido por la dictadura iniciada durante el mes de marzo de ese año, censura determinada a causa de uno de sus trabajos más recordados: el gaucho José Font “Facón Grande”, en “La Patagonia Rebelde” (1974) de Héctor Olivera. Su regreso será triunfal: da carnadura a “Pedro Bengoa”, dinamitero que lleva a cabo un ardid contra una empresa multinacional en “Tiempo de Revancha” (1981), de Adolfo Aristarain, respecto de quien supo ser su “alter ego” en producciones futuras.

Más cerca en el tiempo fue convocado por Rodrigo Grande para protagonizar “Rosarigasinos” (2001), que ya repasamos en ocasión de emprender el recorrido cinematográfico de Ulises Dumont y “Cuestión de principios” (2009), sobre un cuento de Roberto Fontanarrosa oportunidad que tuvo para dar rienda suelta a su faceta de comediante, en la piel de “Adalberto Castilla”, empleado de una empresa portuaria en edad del retiro, que libra una lucha despareja con su despreciable jefe “Silva” (Pablo Echarri, en su mejor performance).

En este punto, no puedo evitar trazar una relación entre la eficaz comedia de Rodrigo Grande de 2009, con la amarguísima y –en especial– desesperanzadora “El arreglo” (1983) de Fernando Ayala, sobre textos de Carlos Somigliana y Roberto Cossa. Ambas producciones comparten la temática: el pundonor del ciudadano medio que sostiene contra todo y todos, en especial sus seres más cercanos, un comportamiento ético constitutivo de sus vidas, por tanto, irrenunciable. Así, los protagonistas de ambos filmes que interpreta Luppi –“Castilla”, en la más reciente, “Luis Bellomo” en la estrenada al final de la última dictadura militar, detalle en lo absoluto intrascendente– son sometidos a dilemas lacerantes de implicancias y resolución distintas: al veterano empleado rosarino, su jefe, y en especial su esposa e hijo, lo presionan para que se desprenda de una revista antigua que aquel necesitaba para completar una colección; en cambio, el pintor de brocha gorda que vivía en el desolado conurbano de finales de 1982 es instado al pago de una coima al capataz de la cuadrilla municipal para que le llegase agua corriente a su casa. Aquel encuentra una salida elegante, “happy end” incluido; el otro resiste y claudica al final, para ser humillado por el coimero capataz (Rodolfo Ranni), cuando va a verlo para “arreglar”. Ante una provocación, “Bellomo” lo muele a golpes y es el pintor quien termina detenido, última escena de la nihilista y excelente película.

Decíamos que Luppi imprimió a su trayectoria en cine un estilo personal hecho de una expresividad enfática, característica que le es propia, siendo que involucrado en su tiempo supo siempre decir sin medias tintas lo que pensaba, con los inconvenientes que ello supone: desde la imposibilidad de trabajar en su medio, hasta encontronazos cuyo patetismo –que no se le endilga a Federico en esta página, claro está– determinan la omisión de tratarlos, aunque tal como anticipé, movieron al repaso compartido. Será que el autor de esta columna, al igual que el milico Cruz, fiel amigo del gaucho Fierro, no consiente que se cometa el delito de tratar ansí a un valiente.

Diego De Rose
Ilustraciones

El ilustrador y animador Diego De Rose propone un mundo fantástico en el que lo onírico, la ciencia ficción, una tensión rayana con distintas versiones de la aspereza y la violencia y una galería de personajes redonditos y adorables, se conjugan de un modo fresco y extrañamente compatible. Entre sus últimos trabajos, se destaca Angel Vitamina, una creación animada que reafirma la gran destreza de este ilustrador para componer situaciones que hablan por sí mismas, incluso con palabras. ESTO NO ES UNA REVISTA les presenta un trailer de su última criatura y una muestra de sus dibujos.


Balance 2010: La realidad supera la ficción, la tecnología no
por Verónica Miramontes

2010 fue un año más de teatro, de grandes aciertos, de crecimiento para la escena porteña, de movimiento, de teatristas movilizados, de muy buenas puestas.

Haciendo un breve resumen, el complejo teatral de Buenos Aires ha ofrecido desde grandes clásicos hasta dramaturgias contemporáneas y con calidad unas a la altura de otras. Tuvimos la suerte de ver la puesta de exquisitos textos tales como Medea –bajo la dirección del gran Pompeyo Audivert y conmovedoras actuaciones de Cristina Banegas y Daniel Fanego–  y La vida es Sueño –texto en verso de Calderón de la Barca encarnado por actores de la talla de Osvaldo Santoro, Patricio Contreras y  Joaquín Furriel, que viene trabajando intensamente desde hace tiempo y da cuenta de ello interpretando airosamente al personaje principal. También pudimos disfrutar de Estado de Ira sobre la que ya hemos dicho bastante en el número anterior. Dramaturgia y dirección de Ciro Zorzoli que ha trabajado con sus actores, sirviéndose de ellos, haciendo teatro con las problemáticas que plantea la misma actuación.

Hemos visto que nuevas salas se han abierto, han tomado fuerza y se han juntado en la lucha porque la ley las reconozca como tales, pidiendo que se les dé la posibilidad de trabajar mientras reúnen los requisitos pedidos. Porque si bien mantenerse al margen del circuito a veces puede llevar con más facilidad a buscar nuevas poéticas, también hace que las mismas queden sin resonancia. No es sino con el intercambio con el espectador que se termina de consumar el hecho teatral, que el teatro se enriquece, crece, sigue buscando y creando. Grandes actores, dramaturgos, actores–dramaturgos, directores, han surgido de estos espacios. Otros tantos han buscado un lugar, espacios alternativos a un teatro convencional donde seguir probando.

Dicho esto y asomando al primer mes del 2011 me enorgullece decir (siendo parte de la comunidad teatral) que este nuevo año nos encuentra una vez más con un interesante panorama por delante, a estar atentos que las tablas ofrecen variedad y calidad.

El Complejo teatral de Buenos Aires repone La vida es Sueño, El pasado es un animal grotesco de Mariano Pensotti (director joven de la escena actual), y además nos ofrece una retrospectiva de las piezas dirigidas por Daniel Veronese, que cuentan con grandes actores a los cuáles veremos transformarse durante cada obra, cual si les hubiera pasado una vida por encima en el transcurso de una sola hora. Se repondrán además Ala de Criados de Mauricio Kartún y El Box de Ricardo Bartís.

El teatro Nacional Cervantes ofrecerá también variedad de espectáculos entre los que se encontrarán Antígona Vélez, de Leopoldo Marechal con dirección de Pompeyo Audivert, 4D óptico con autoría y dirección de Javier Daulte y El bululú con dirección de Mauricio Dayub.

Entonces, el balance del 2010 ha sido positivo: el teatro ha hecho grandes apuestas, la cultura está movilizada, revuelta, en la búsqueda siempre de una poética y una identidad propias. Pocas cosas hay tan argentinas y tan singulares como nuestro teatro. Que busca hacerse un lugar aún en medio de una escena política que provee tanto monstruo, tanta teatralidad difícil de superar. El teatro toma lo existente y lo vuelve ficción, encontrándole la vuelta, dándolo vuelta para que pueda significar otra cosa, para poder crear en un mundo donde parece que todo está inventado. El teatro tampoco se deja ganar por la tecnología porque no compite con ella sino que propone otra cosa. En un mundo donde la pantalla siempre está de por medio, el teatro sigue apostando a lo primario, al contacto, a verse cara a cara, a sentir, a emocionarse, a que lo que sucede en cada función sea único e irrepetible. Es entonces cuando uno puede abstraerse un poco de tanta digitalización y sentirse real.

La Nona & Esperando la carroza
por Horacio Garcete

Años después de la filmación de “La nona” (1979) su director, Héctor Olivera, confesó que había decidido realizarla impresionado por la puesta que Carlos Gorostiza había dirigido en el teatro Lasalle en 1977, con un elenco integrado, entre otros, por: Luis Brandoni, Javier Portales, Márgara Alonso y José María Gutiérrez, con el protagónico de nuestro siempre presente Ulises Dumont.

Narra el texto de Roberto “Tito” Cossa (escrito para un ciclo televisivo emitido en 1970) la historia de una familia de clase media baja sostenida por el puesto de verduras en una feria barrial atendido por un laburante esquilmado por su hermano–parásito y especialmente por “la nona”, abuelita italiana que a toda hora comía todo lo que tuviera al alcance. Ese panorama embarcó al grupo familiar en la empresa de casarla con un viejo del pueblo que cargase con el lastre, engañado con el cuento de la muerte inminente de la anciana y la consecuente herencia de su parte de una (inexistente, desde luego) fortuna en Catanzaro. La boda era la escena final de esa versión.

Entrevistado para la edición que “Aries Cinematográfica” editó para el diario “Perfil” en 2008, Cossa confió que al reescribir la obra que Olivera filmaría, ya iniciada la dictadura militar, de manera inconsciente consignó las muertes que sobrevendrían a esa boda absurda: “la nona”, en su angurria, luego de liquidar al viejo con el que se la había casado, devoraría al grupo familiar.

La película que según reconocimiento del director tuvo escasísima repercusión en los cines, en contraste con su difusión futura, congregó un elenco de primeras figuras y aunque la performance teatral mandaba que el protagónico fuera de Dumont, el director se inclinó por Pepe Soriano, hasta entonces marginado de las pantallas grande y chica, a causa de la interpretación del alemán “Schultz” en “La Patagonia Rebelde” de 1974. El sufrido nieto a cargo del puesto en la feria (“Carmelo Spadone”) sería interpretado por Osvaldo Terranova; su esposa “María”, Nya Quesada; Eva Franco, a cargo de la tía “Anyula” y el gigantesco Guillermo Battaglia en el papel de “Francisco Colauti”, el viejo que desposa a la vieja para cobrar la herencia y en el afán de seducir a “Martita”, bisnieta de “la nona” (una muy buena labor de Graciela Alfano, créase o no).

“Chicho”, hermano de “Carmelo”, autor intelectual de todos los enredos que determinarían su propia muerte, fue jugado magistralmente por Juan Carlos Altavista. Debe tributársele gratitud a Héctor Olivera por esa convocatoria, permitiéndole a ese gran actor salirse del personaje en el que se lo había encasillado por décadas, actuación contrastante con tanto fantasma, barra brava, brigadas y otras excrecencias.

Tanto o más perdurable que la anterior, otra película estrenada un lustro más adelante, tenía también a una abuela por personaje central: “Esperando la carroza”. Ambas encuentran muchos denominadores comunes, además del destacado: desde la clave de grotesco subrayado, el origen italiano de las familias retratadas y la particularidad de que ambas historias –con los matices del caso– habían sido concebidas para la televisión, aunque con una diferencia sustancial: en la primera, “la nona” es victimaria, en la segunda, “Mamá Cora” (“Ana María de los Dolores Buscaroli de Mursicardi”), es victimizada por su familia.

A su vez, ambas producciones comparten una nota central: los personajes de las ancianas protagonistas, fueron jugados por actores, elección justificada por Alejandro Doria en la correspondiente a su película: “Originalmente, había pensado en Niní Marshall, con quien llegamos a vernos dos o tres veces, libro en mano. Yo la adoraba, pero hubiese sido un desacierto: por más genial que fuera su papel, habría sido muy doloroso ver a una mujer de 90 años, y más a Niní, en ese papel. Al hacerlo Gasalla, en cambio, el público entra en un juego teatral, porque por más que le peguen, se caiga o la crean muerta, sin importar cuán bien lo haga, no deja de ser un hombre joven disfrazado de mujer. Y funciona muy bien. De hecho, al momento del estreno a nadie se le ocurrió preguntarme por qué había puesto un hombre, y no una mujer, en ese papel” .

Si “Esperando la carroza”–diálogos desopilantes, que dejaron marca, al margen– relata una historia de una cruel amargura, coincidimos con Doria en que la sola idea de pensar a Niní en el protagónico de esa abuela que todos quieren que se muera resulta, poco menos, insoportable. La elección desde ya, ha sido acertadísima desde el trabajo de Antonio Gasalla: toda calificación de esa interpretación excepcional es, a esta altura, redundante.

Película–emblema de una o varias generaciones y aunque –una vez más según Doria– detestada por sus intérpretes al momento de la filmación, tuvo en la taquilla el favor que se le negó a “La nona”, repercusión que a su vez se explica en las incontables emisiones televisivas del filme durante los veinticinco años que median entre su estreno y la fecha, evidencia que ahorra la reseña de sus alternativas.

Determinante a su vez de la memorización por muchísimos de varios parlamentos. Es de libro que durante alguna reunión alguien medite con el cinismo de “Antonio Musicardi” (Luis Brandoni), media empanada en mano y la otra en el buche: “Tres empanadas. Tres empanadas que sobraron de anoche para tres personas ¡Qué miseria!” o que se parafrasee a la detestable “Elvira Romero de Musicardi” (China Zorrilla, aunque repitiéndose, insuperable), ante algún inconveniente doméstico: “Nos cortaron el agua esta mañana. Decí que la charlatana de al lado me imita en todo: yo hago ravioles, ella hace ravioles, yo hago puchero, ella hace puchero”.

Decíamos de los tics de China en su composición marcadamente sobreactuada, denominador común de todas las interpretaciones, en especial, las más recordables (“Nora”, Betiana Blum, por todas) y aunque ello fuera observado por la crítica especializada al momento del estreno, resulta acertadísima en la mirada de quien escribe: ese subrayado burdo, además de ser la savia de la película, es el propio de un grotesco que se precie de tal, fincado a su vez en la tradición del cine, sino de Fellini, de Ettore Scola. Exacerbación, además, facilitadora de la digestión del filme por parte de una platea que, mediante otro registro, se hubiese espantado ante su propio reflejo en la pantalla.

Muchos se hubieran reconocido en esa familia italiana, cuyos integrantes emergían de la tragedia social, económica, política de unos pocos años atrás durante los cuales “La nona” de Cossa lo devoraba todo: los nuevos ricos de fortuna hecha de su participación en el aparato desaparecedor de la dictadura reciente, entonces a cargo de una “financiera”; aquellos que a duras penas mantenían un estatus precario, desdeñando a la integrante que había caído en la miseria profunda; todos ansiosos de que de una vez llegase el coche fúnebre que les sacase un problema de encima.
 
Mensaje cuya vigencia, mal que nos pese, aparece ratificada. Cuántas, cuántos, al igual que “Elvira” no se andan preguntando durante estos días: “¿Qué somos? ¿Negros para ser tan salvajes?, ¿judíos para no tener creencias religiosas?”.


En: “Lo primero es la familia”, suplemento “Radar”, diario “Página/12”, 22/6/08: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/subnotas/4673–773–2008–06–22.html

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