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La manera de hacer es ser
Lao Tse

Blablablá

Oro por baratijas: Banderas de nuestros padres
por Alejandro Feijoó

El hombre ama a su hijo pequeño sobre demás cosas y seres. Pero el condenado no acaba de cenar, ni su madre acaba de volver del trabajo. Y el amor es cárcel, un engendro de puré de zanahoria ya tibio; es demora en el babero, en el plato decorado con gatitos, en la respiración agitada del hombre que aguarda poder irse. Cierto, su cita es informal, y quien le espera también lo es. De modo que respira hondo, intenta con la cuchara un nuevo vuelo de papilla que el chiquillo aborta apretando los labios. Suena la alarma de un reloj. El hombre piensa que, antes de ser padre, noches como aquella eran importantes. Ahora, fragilidad y fortaleza barnizan el peso de las cosas, las hacen si no leves, sí prescindibles. Aunque de esto último no acierta a esgrimir ninguna razón.

En algún momento regresa la mujer del hombre. Cuelga del perchero la chaqueta de la emancipación y se sumerge en las mejillas de su hijo salpicadas de manchas naranjas. El hombre la mira de costado, con una intensidad que en otro momento sería desconfianza y ahora apenas pasa de reclamo compasivo. Como si pidiera permiso para ir adonde ella no quiere que vaya.

El hombre conduce bajo la lluvia. Hay curvas, un túnel y varios semáforos intermitentes. La ciudad no está desierta, solo distraída. La alarma otra vez. Al cabo de un tiempo llega, con la ansiedad de quien sabe que pronto la paz será un rato posible. Los mecanismos del vicio, se dice, mientras revisa los billetes. En un bolsillo pone la cantidad acordada y en el otro, el resto, por aquello de que la transacción debe ser limpia, rápida, quirúrgica. Eso le ha dicho quien le mandó adonde está a punto de entrar.

Es la primera vez que visita esa casa. Y aunque lo esperan, su llegada causa cierto desconcierto. Al menos eso es lo que el hombre detecta, tal vez porque el chico y la chica suponen que las personas canosas como él consumen productos legales. La estancia está en penumbras, y una ráfaga ácida le atraviesa las fosas nasales. El olor no proviene de la sustancia que el chico consume, ni del plato de algo que la chica sostiene entre las piernas, la vista inundada de televisión. El animal negro se estira sobre un sofá lleno de pelos, y eso que llaman maullido es reclamo, lascivia, lengüetazo en el coñito.

            –El celo –confirma el chico mientras manipula la postura. El hombre repara entonces en la pared, en la bandera que hay en la pared, en el escudo que hay en la bandera, en el terror tras el escudo. Calcula la edad del chico como la mitad de la suya y calcula que entre chico y chica no suman los años de él. Las cuentas son rápidas: podrían ser sus hijos si él los hubiera engendrado a la edad que tienen ellos ahora, por lo que su hijo sería su nieto, y estos dos, los padres del pequeño que no toma puré de zanahoria cuando la madre no está. Sabe que hay algo que se le escapa pero no qué.

El chico le pasa la postura envuelta en celofán. Sus rasgos son amables, casi delicados, más propios de colleger que de dealer; las cutículas recortadas no indican rudeza en las labores; su tono de voz deja sospechar una alta probabilidad de estudios obligatorios completados. Entonces la bandera qué, si era horror cuando flameaba en mástiles y ahora si aparece en palos es con igual propósito de fosa. El chico no cuenta el dinero.

El hombre no ve de dónde proviene el ataque, solo siente las uñas en la nuca, un chasquido, el deseo hecho arañazo. Con la misma rapidez la gata desaparece bajo el mueble de la tele; en el aire se escucha el zumbido de la patada del chico que asusta más al hombre que al animal. La chica sigue empapada de colores, el plato de algo ahora vacío.

El hombre se duele, busca sangre en su cuero cabelludo pero sus dedos salen secos. ¿Espera una disculpa? No abre la boca pero el chico responde igual.

            –Regalo de mi padre –dice señalando la bandera. No es excusa, ni siquiera explicación: lo dice con la pasión de un guía turístico. La alarma del reloj los iguala: la señal horaria a las y veinticinco. El chico no pregunta pero el hombre responde igual.
            –Es que no sé cómo quitarla –se excusa como si debiera algo.
            –Trae –dice el chico. Ahora suena rudo. Dedos vuelan sobre botones. El reloj vuelve enseguida a la muñeca del hombre.
            –Las máquinas y yo... –se avergüenza, casi un viejo.

            El arañazo escuece pero el ambiente ya no hiede.

Al salir sigue lloviendo, como si fuera la misma hora que antes. Piensa en probar el producto en el coche, pero se espera a volver a su casa.

La cocina está fría. En la mesa hay un vaso con huellas digitales y en los azulejos, pintas anaranjadas. Prueba y no puede decir que el producto sea bueno o malo: distinto a lo otro que venía comprando. Al poco rato, los restos de comida parecen una escultura, los gatitos comienzan a caerse del borde del plato. Con la cuchara de plástico rebaña los restos de puré. Caliente estaría insuperable.

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Las blabletas del mes
por El Conejo Editor

 

"Nosotros tenemos el asado más largo..."

Cuando se trata de mandar toda la carne al asador, en el Río de la Plata no se andan con chiquitas. Hace casi tres años, la uruguaya Asociación Rural del Prado, con sede en Montevideo, como quien no quiere la cosa, juntó la friolera de 1.250 asadores que cocinaron 12.000 kilos de carne vacuna. Durante estos últimos años, del otro lado del charco pergeñaron el modo de devolverle el récord a su gente (aceptémoslo como una suposición válida) y lograron que las parrillas de General Pico, en la provincia de La Pampa, sostuvieran nada más y nada menos que 13.713 kilos de carne, gramos más, gramos menos. La fiesta fue completa: 500 mozos atendieron a los 20.000 comensales que atrajo el simpático evento. Roto el récord, un organizador que pidió quedar en el anonimato, me dijo con la cara desencajada de alegría: Nosotros tenemos el asado más largo, pero nuestros hermanos uruguayos no deberían ponerse tristes. Ellos siguen ostentando el mate más profundo del mundo.

 

Mimos electrónicos

Algún día iba a suceder. No que haya nuevas noticias sobre los avances robóticos sino que el mundo esté en presencia de tipos de latón como RoboThespian, un muñeco de aleación que no sólo asombra por el mero hecho de ser un robot, sino que recita textos clásicos, canta y habla 20 idiomas a la perfección. Si esta exhibición de perfección le causa estupores y temblores, he de advertirle que el artefacto en cuestión, también ejerce el arte de la imitación. No sé si Phillip K. Dick llegó a soñar con ciudades en las que, tras la gente, circule robot-mimo haciendo su rutina de pantomima, pero esa destreza de este émulo enlatado de Marcel Marceau me pone los pelos de punta. Y si esto le eriza los pelos de la nuca, el científico japonés Hiroshi Ishiguro presentó en sociedad a Geminoid-DK, un robot tan parecido a un ser humano que en las fotos es muy difícil detectar que se trata de un aparato con corazón de batería de litio. Será mucho más caro que una estatua de cera, pero también será mucho más divertido una vez que el Frankenstein nipón logre que se le mueva la mandíbula.

 

Correo de lectores

Hola mi querido.
Me alegro de que yo estoy navegando en Internet y vengo a dar su contacto en la cara libro. Yo soy Samuel Francis y yo gracias
a Dios por mi vida, soy un joven con los fieles, amorosos, tierna y muy cuidado. Estoy buscando a alguien como mi relación de relación de pareja que se me lleva a más vida mejor. Soy de Costa de Marfil en el oeste de África y actualmente soy residente en el campamento de refugiados aquí en Londres. Mi difunto padre el Dr. Francisco Judas fue el asesor personal al ex jefe de Estado de Costa de Marfil antes de los rebeldes atacaron nuestra casa una mañana temprano matando a mi padres. Eso era sólo yo y mi hermana menor Janeth que todavía está vivo ahora, y nos las arreglamos para hacer el camino a Londres, donde estamos viviendo ahora en un campo de refugiados y enviar y recibir e-mail en la oficina de nuestro reverendo padre que ha sido tan amable con nosotros. De inmediato cuidarse a sí mismo un día el presidente voy a estar esperando para ver su correo electrónico. Me encanta cuidar.
Atentamente
Samuel Francis

Hola, Samuel.
Mí también contento de estar navegando en Internet. He de confesarte que intenté, por todos los medios, ser poco prejuicioso pero no pude lograrlo. Así que aclaremos el punto antes de comenzar: yo, Tarzán; tú, Jane. Hecha la salvedad, podemos seguir...
Entiendo que haber nacido en Costa de Marfil y emigrar a Londres debe suponer, cuanto menos, alguna dificultad con el bello castellano, pero no cejes en tus esfuerzos por mejorar. Quizás podrías pensar en perfeccionarlo en algún país de habla hispana cuando salgas del campo de refugiados. Te recomiendo España. Y no creas que se debe a mis sospechas respectos de ciertas preferencias tuyas, pero te conviene no venir a la Argentina ya que por estos lares la amabilidad de algunos reverendos (nunca mejor usado el término) suele tener precios muy altos. Cuando seas presidente de Costa de Marfil, te agradeceré que me invites a la asunción del mando.
Ya que sientes una particular vocación por el cuidado, ¡cuídate! Y como diría tu difunto padre, el Sr. Judas: Nunca te traiciones.
Mis respetuosos saludos a Janeth.
E.C.E.


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