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Sueño mis pinturas y luego pinto un sueño
Vincent Van Gogh

Miradas


Fotos: Ignacio Domínguez
Osmar Núñez | Entrevista

por Horacio Garcete


A horas nomás de la culminación del rodaje de “Juan y Eva”, película dirigida por Paula De Luque en la que interpreta al entonces coronel Juan Domingo Perón, (y a minutos de la fiesta consagrada a ese final), Osmar Núñez intérprete ineludible del cine argentino producido de un lustro a esta parte, recibió a ESTO NO en su departamento del barrio de Balvanera. Despojado de divismo, con generosidad y disposición repasó las películas más importantes en las que intervino, aunque se reconoció, ante todo, como un actor de teatro.


En la preparación de este reportaje he leído uno tuyo en el que referías, con relación a la elaboración de un personaje, que al momento de componerlo no debías juzgarlo. A propósito de tu protagónico en “La mirada invisible”, en la que interpretás a un siniestro preceptor del Colegio Nacional Buenos Aires durante la dictadura, ¿cómo procediste?
De la misma manera, porque así interprete a un asesino serial, debo encontrar algo de nobleza en el personaje. Biasutto existió, fue un personaje emblemático del Colegio Nacional Buenos Aires: un entregador de alumnos, padres y docentes, pero cuando leí el guión que me gustó tanto, como la novela, y con la claridad que tenía Diego Lerman (N.: director de “La mirada invisible”) con la película, con lo que quería hacer con ella, se me hizo más cercano. Además me era reconocible por ser uno de los pocos (con Marta Lubos y Gaby Ferrero) que había vivido esa época. Ciertos comentarios, olores, sensaciones, imágenes nos eran reconocibles a diferencia del grueso del equipo integrado por gente muy joven, por caso, Diego nació el mismo 24 de marzo de 1976. Había algo “mágico” que se recreaba con la filmación de “La mirada invisible”, con respecto a todos los personajes y a la película en sí misma. Fue una experiencia increíble. Para encontrar aquella nobleza, hay algo en particular que tiene Biasutto en la historia, que es la atracción muy particular que siente hacia María Teresa, el personaje de Julieta Zylberberg, lo que consideré un buen disparador para crear el resto del personaje. Mi motivo en la película, el de mi personaje no es espiar (para eso la utiliza a María Teresa), sino conseguir la oportunidad de contactarse más allá de lo laboral con María Teresa.

Propone un acercamiento permanente, desde que comienza a llamarla “Marita”, desde que ella le comenta que ese era su apodo familiar y le pide que lo llame “Carlos”…
Encuentra algo en ella que no le había pasado con ninguna otra preceptora, quizás con ninguna otra mujer. Para Biasutto Marita es una especie de compañera, hija, discípula a la que pretende formar a su manera.

Para Marita a su vez, Biasutto es un ordenador, una figura masculina que la orienta…
Desde ya, porque en su intimidad no hay padre, no hay hombres en su casa. Comienza a sentir una atracción por Biasutto y otra mucho más intensa por el chico que espía en el baño. No hay blancos y negros en la película, todos aparecen empastados por el clima de la época, por el momento, el final de la dictadura. Y Marita es el resultado del proceso durante el que se crió y se formó: milicos en todos los órdenes.

Una sociedad militarizada.
Absolutamente. Uno ha ido al colegio y nos hacían tomar distancia, ese tipo de arbitrariedades yo las viví. Fundamentalmente, empecé a jugar con esa necesidad de Biasutto de vincularse con María Teresa más allá de lo laboral.

La perversidad de Biasutto no siempre es brutal, sabe ser sutil. Por caso e independientemente de sus arengas relacionadas con la vigencia de la “guerra contra la subversión”, manifiesta su poder cuando le observa la caligrafía a un preceptor y le hace pasar nuevamente un informe indicándole reiteradamente que escribiese “más despacio, más despacio”. Esa humillación sutil sesión de tortura, se la dedica a Marita, que se lo festeja.
Fue una escena improvisada. Me gustaba ir por ese lugar: Biasutto sentado en su escritorio, en su lugar de poder, poniendo los puntos donde correspondía. Me parecía que ese personaje que se comportaba como un águila, controlando, yendo y viniendo, demostrase poder de esa manera. Fue decidida por Diego, por supuesto, y es la escena que más me gusta de la película.

Lerman parece encontrar en vos un physique du rol para personajes horrendos (risas). Aludo al ciego perverso que jugás en “Mientras tanto”…
Para mí es un halago enorme que se me propongan ese tipo de personajes, a los actores nos gusta enterrarnos en el fango. Me encanta trabajar con Diego, que es un gran amigo, una persona que quiero muchísimo, a él y a su mujer. Me entiendo muy bien con él. Es un exquisito dirigiendo, no hay muchos directores como él: que sepa marcar con tanta claridad perfectamente lo que quiere. Ojalá que volvamos a trabajar juntos, no sé si en la siguiente, pero siempre es para mí un placer (y un privilegio) trabajar con Diego Lerman. Te lleva por caminos que nunca sabés por donde te va a llevar.

Martín Kohan, autor de la novela “Ciencias morales” (sobre la que se construyó “La mirada invisible”), realiza un “cameo” en la película, como vendedor de una disquería.
Le comenté a Kohan que había estado muy bien y me comentó que había actuado con mucha naturalidad porque había sido modelo publicitario de niño (risas).

A propósito, ¿intervino Kohan en el desarrollo del proyecto?
No, para nada, de hecho el guión fue una adaptación de su novela a cargo de Diego y María Neira. Le dio muchísima libertad a Diego y, aunque no estoy seguro, creo que Kohan intuyó que Diego iba a filmar su novela. Por eso te comentaba que se había creado algo mágico alrededor de la película. Con Julieta Zylberberg teníamos mucha necesidad de trabajar juntos: nos “gustábamos” mutuamente, nos interesaba mucho el trabajo conjunto.

De hecho, Zylberberg en un reportaje admitió que pudo componer a Marita porque te tuvo a vos al lado.
Es recíproco. Yo la admiro a Julieta, porque encuentro en ella atributos impropios de una persona de su edad: una presencia escénica poco común. Como si se hubiera extraído del cine de los años ’40 o ’50 lo mejor de las actrices de entonces, tiene ese algo tan fuerte, propio de esas actrices, que te miraban y te destruían. Reúne en un altísimo grado, las dos condiciones que Balzac decía que había que tener: la sensibilidad y la inteligencia. Es maravillosa.

Te premiaron como mejor actor en el festival de Biarritz. ¿Cómo fue la experiencia?
La recibí como una sorpresa increíble, porque no lo esperaba. Biarritz desmitifica un poco lo que son los festivales de cine porque es muy familiar. Uno espera encontrarse con las luces y la alfombra roja y nada de eso hay. Ante todo es un encuentro con cineastas latinoamericanos, que da cuenta de la enorme difusión de nuestro cine allí. Yo sabía que algo me traía: el premio de Julieta, el de la película, el del director… por eso fue una sorpresa enorme y una alegría inmensa, empecé a llamar a todo el mundo: “me gané el premio en Biarritz” (risas). Como te decía, es un festival extraño, porque no hay sistema de ternas, por lo que no sabés quién puede llegar a ganar un premio.

La recepción de la película estimo que ha sido condigna con esa premiación.
Desde ya, lo mismo en Cannes. Yo no recuerdo que ninguna de las películas que vi en el festival haya tenido la ovación que siguió al final de la proyección de “La mirada invisible”. Fue muy fuerte, estábamos conmovidos los cuatro representantes de la película (Diego, Julieta, el productor Nicolás Avruj y yo). Nos pusieron las luces y nos sentíamos estrellas en el firmamento (risas). Está bueno por un ratito, después hay que volver a trabajar a brazo partido, como corresponde.

Hablemos de “El custodio”, la película de Rodrigo Moreno en la que interpretás a “el ministro” que precisamente custodia Julio Chávez. ¿Cómo construiste ese personaje, siendo que (paradójicamente, quizás) se encontraba siempre en un segundo plano?
Fue el trabajo más difícil de mi carrera. Como sabés, mi formación es teatral, por lo que al no haber podido conocer la historia del personaje y el devenir de las escenas, se me complicó mucho la construcción de ese ministro. Eran pantallazos, miles, de ese ministro, una escena tenía poco que ver con la siguiente, eran setenta ministros. Era un personaje absolutamente conceptual. A pesar de la excelente compañía de un actor inmenso como Julio Chávez y de haber sido dirigido por Rodrigo, que viene de una familia de grandes actores, a quienes admiro y quiero mucho (N.: se alude a Carlos Moreno y Adriana Aizemberg), por lo que conoce a la perfección nuestros vericuetos, darle forma me costó horrores, de lo que no se enteró el director. Fue una película importantísima, que tuvo una repercusión tan amplia, pese a no haber sido una propuesta comercial, pero como te decía, fue el trabajo más difícil de mi vida. Y aunque yo no soy como los actores yanquis que si tienen que hacer a un loco, se encierran en un loquero o para el papel de un paralítico, conviven con un paralítico, tuve que acercarme al mundo de la política que para mí es completamente ajeno, para construir a ese ministro. Por eso, me paraba frente al Congreso o a algún ministerio y veía entrar a los “popes” de la política, estudiaba sus movimientos. Los observé muy apurados, como que siempre están en algo muy importante. Fue tan placentero como complicado.

Eran retazos de la historia del personaje: el espectador supo lo que oyó o vio el custodio del ministro. Y en ese sentido, relaciono a “El custodio” con “La mirada invisible”, en la que se conoce sólo lo que sabe o espía Marita…
Absolutamente, sólo que son personajes distintos: Biasutto es el Colegio Nacional Buenos Aires durante la dictadura, no deja de reptar durante toda la filmación. Con la película me pasó cuando la vi por primera vez en la producción, olvidándome de mí, lo sentí presente todo el tiempo a Biasutto: simbolizaba el terror que nos acosaba a todos en esa época, todo el tiempo. El ministro no es ni bueno ni malo, no sabemos ministro de qué es, no habla de política, no sabemos por qué lo matan. Biasutto era más claro: un grandísimo hijo de puta (risas).

Es inevitable hablar del coronel Perón y tu protagónico en “Juan y Eva” de Paula De Luque. Infiero que habrá sido muy sencillo interpretar a una personalidad tan desconocida e insignificante…
Claro. Yo decía que es como si hubiera hecho de Obelisco (risas). Y preguntaba: ¿cómo carajo se hace de Obelisco? (risas).

¿Qué te pasó con Perón?
Y lo que me pasa todavía, porque la filmación terminó la semana pasada. Fue un trabajo muy largo, porque el guión lo tengo leído hace tiempo y en las primeras lecturas no podía entenderlo porque me temblaban las manos. Hasta que me empecé a sacarme de encima al “fantasma” de Perón: una especie de sombra del padre de Hamlet, que me rompía las pelotas todo el tiempo: “vas a hacer de mí, vas a hacer de mí” (risas). Al tomar un personaje tan conocido y presente aún para los chicos que ni siquiera lo conocieron, ante todo no quería caer en la caricatura. A ello, sumemos que no soy peronista (tampoco gorila), lo que pudo haber ayudado a la interpretación, aunque me hice algo más peronista después de la película, desde la comprensión humana que tengo de la persona, que me ha ayudado a entender algunas decisiones que tomó Perón en su momento. Creo que somos una manga de inconscientes (risas). Para Julieta (N.: Díaz, que en la película interpreta a Evita Duarte), para Paula De Luque, para mí, es una apuesta enorme la película que, fundamentalmente, es una historia de amor, aunque no pueda prescindirse de la historia política y social de ese tiempo. Yo, como actor de teatro, porque el teatro es mi casa, me siento todavía de “visita” en el cine y tengo la sensación de que voy a ensayar cuando filmo.

¿Cómo fue tu experiencia con Paula De Luque?
Muy buena. Ya había trabajado con ella en “El vestido”, con Eduard Fernández y Antonella Costa y para un ciclo en Canal 7 en 2008. Entonces me dijo que había pensado en que yo hiciera de Perón y yo pensé que estaba loca (risas). Fueron ocho semanas con uniforme, encontrándome con Eva en momento maravillosos.

A propósito de esto que comentás, ¿la película trabaja sobre ese momento de quiebre personal de Perón que decide unir su vida con una actriz (que para las miradas de sus camaradas era poco menos que una prostituta), poniendo en juego su carrera política y militar?
Es una pregunta muy importante, porque si en algo me siento muy identificado con Perón es en que me desentiendo por completo de lo que digan de mi intimidad, desde mi respeto al otro. Me seduce muchísimo de Perón su actitud, cuando se enfrenta por ese tema con el general Ávalos, uno de los capitostes del GOU, esa logia que dirigía el gobierno militar (que interpreta Fernán Mirás, excelentemente). De hecho, Perón le exige al presidente de facto Farrell, ya que quería ser candidato presidencial, que debía sacar del medio a Ávalos. Perón siempre se atrevió a hacer lo que quería: de hecho, más adelante en el tiempo se casó con otra mujer igualmente desconsiderada por la moralina, que nos arruinó la vida a todos (risas), situación muy distinta a la de Eva, de quien pueden decirse muchas cosas, pero cambió al país para bien. Me parece maravilloso que Perón hiciera con su intimidad lo que quisiera. Eso me atrajo particularmente del personaje, me generó una empatía total.

¿Veremos a un Perón enamorado?
Sí, absolutamente, aunque como sabemos podemos especular mucho acerca del amor entre dos personas, los terceros. El amor existió y es innegable, no hay otra cosa. Después se encintará con las opiniones que puedan generar la película, las actuaciones mía y de Julieta… aunque a decir verdad, ayudó mucho que con Julieta estemos medio enamorados (risas). Es una actriz de una generosidad enorme, la conozco hace mucho tiempo, soy muy amigo de su papá de hace muchos años (N.: el actor Ricardo Díaz Mourelle) y creo que va a estar estupenda.

Por otra parte, Julieta Díaz compone a Evita Duarte, en trance de convertirse en Eva Perón.
Claro, porque la película transcurre entre el terremoto de San Juan y el 17 de octubre de 1945, por lo cual no se refleja a la Evita iracunda, combativa de los años que seguirían. Incluso los documentales tratan poco el tema, es un fragmento de la historia poco contada, nunca en la ficción.

Acerca de la recurrencia de la afirmación tuya de que te considerás ante todo un actor de teatro, pregunto: ¿hubieses compuesto del mismo modo al personaje de Perón para una propuesta teatral?
En el sentido de la elaboración del personaje, es lo mismo. Siempre me documento para interpretar un personaje de estas características. Hay una diferencia sustancial, que es el ámbito: en el cine no tenés mucha posibilidad de ensayar o elaborar una escena. En teatro vas creando al personaje durante los ensayos e incluso a través de las funciones. En teatro al personaje lo elaboro yo, en cambio en cine la elaboración está a cargo del director. En este sentido, mi trabajo es decidido por el trabajo del director, sin que esto suponga deslinde de responsabilidad alguno.

Incluso, la tarea del montajista es sustancial.
Claro, en este caso, es una garantía que sea Alberto Ponce, el mismo de “La mirada invisible”, que es talentosísimo. En el teatro la construcción es minuciosa, va elevándose en la repetición. Uno construye algo con el director durante los ensayos, pero el trabajo se decide a lo largo de las funciones, por lo que es desaconsejable (y yo desaconsejo) ir a al estreno de la obra o en todo caso, creo que tanto los críticos, como los espectadores más avezados, deberían ir al ensayo y a las funciones posteriores. Nos pasó con la versión de Daniel Veronese de “Espía a una mujer que se mata”, de Chéjov, que vamos a reponer en julio en el Metropolitan. Al teatro sigo sintiéndole temor, por decirlo de alguna manera, siento esa ansiedad, esa emoción del primer día antes de salir a escena. Siempre creo que estoy ensayando, aunque haya público, aprovechar la posibilidad de dar algo mucho más interesante. Hay cosas que obviamente, por ejemplo cuando llevamos “Tío Vania” una vez más de Chéjov, en versión de Veronese, a París, saber que nos estaba mirando Ariane Mnouchkine, que estaba todo el Teatre du Soleil asistiendo a la función era muy movilizante. Por eso te decía que soy un actor de teatro, es mi lugar de pertenencia, y en el cine ando de visita, aunque sea muy bien recibido en todo sentido y me dé mucho placer hacerlo. Lo que me encanta del cine es esa tarea mancomunada: todos para ese momento, me emociona mucho.

Hay una confluencia en tu esencia y un trabajo tuyo, en una película que valoro muchísimo: “Dos hermanos”; en la que interpretás a un director de teatro que va a afincarse en el pueblo de su madre, con la idea de hacer una puesta de “Edipo Rey”.
Una experiencia increíble, porque si hay alguien entretenido para filmar es Burman. Tiene un sentido del humor y una energía poco común, es arrollador. Con tan buena onda, con ese don de gentes, maravilloso, es un placer. Diego Lerman dirige maravillosamente pero es más serio, Burman, en cambio, es un parque de diversiones. Fue muy linda la experiencia, además, porque se filmó mucho en el Uruguay, en Carmelo. Y se paraba la ciudad. Yo tengo una particular admiración por los uruguayos, por ese don de gentes, esa amabilidad tan uruguaya. La gente disfrutaba con todo, incluso con que se cortasen las calles, algo imposible en Buenos Aires. Era una fiesta, porque participaban dos figuras muy queridas como Graciela Borges y Antonio Gasalla. En las escenas exteriores que hice para la película, la gente de Carmelo iba con sus banquitos a tomar mate, nos cebaban mate a nosotros y nos daban bizcochitos que nos hacían, una experiencia maravillosa, una fiesta.

Y tu personaje, tan voluntarioso, que quería poner un “Edipo” tan particular…
“Mi Edipo”, decía; un “Edipo” sin Yocasta, el tema de la película. A mí me sucedió algo parecido cuando murió mi madre, me dije: “¿qué voy a hacer con mi Edipo, ahora? Y ese personaje tiene mucho de mí, porque yo he dado clases de teatro en lugares como Hurlingham o Morón, y entendía esa tarea tan minuciosa y frustrante. Generalmente, en esos reductos no todos quieren ser actores y vas a ver de qué se trata y en algún ensayo se van porque cumple años la tía y uno se pregunta por el ensayo (risas). Y  mi personaje en “Dos Hermanos” es similar, es un hombre de teatro, que lo amaba y vuelve a la ciudad natal de la madre a recomponer su historia. Es una película de una ternura total.

Hay dos escenas logradísimas en la película y que confrontan los rissottos que en Buenos Aires comparten Graciela Borges y el chanta que la cortejaba, una cena tan forzada, tan artificial con la otra entre tu personaje y el de Antonio Gasalla en Carmelo, tan cálido, tan genuino.
Creo que da cuenta de la empatía que sienten ambos personajes por el otro: porque si el profesor de teatro es decisivo en la vida del personaje de Antonio, éste influencia mucho también en aquél. El director de teatro se sorprende de encontrar una persona que transmitiese con tanta efectividad al Edipo. A mí me ha pasado de encontrarme con alumnos que inesperadamente te sorprenden, porque leen desde otro lugar, de ese ámbito impalpable. Del guión comenzó a disiparse la atracción amorosa que existía entre ambos, por lo que el profesor de teatro quedó como en el aire, proponiendo algo menos definido. Son dos tipos muy solitarios, hay algo que han aprendido a solas en la vida, que es muy difícil de unir, que no tiene que ver sólo con la edad, sino con el lugar en la vida. Gente que se lleva muy bien con la soledad.

Respecto de la historia de amor entre esos dos hombres, que Burman supo ser tan sutil como eficaz, en particular al resaltar la represión del personaje de Gasalla y el de su hermana, quienes mutuamente se boicoteaban en ese terreno. Por ejemplo, cuando durante el estreno de “Edipo” ella saluda a Gasalla que está conversando animadísimo con vos. Apartada, los mira con un semblante algo oscuro y luego desciende las escaleras. Burman filma esa salida, subrayando la sombra que va dejando.
En las relaciones entre hermanos el vínculo es muy fuerte, sé de qué se trata, somos seis hermanos en mi familia. Estos dos hermanos se comunican a los palos, en ese momento tan difícil, que es el de la muerte de la madre, que ella parece no sentir, aunque sólo es una apariencia, porque pierde el afecto primero. Lo más notable de la película es la segunda trama, lo que está por detrás. Me pareció encantadora la película. Incluso, a pesar de esa sombra de la que me hablabas, que sugiere que todo seguiría igual, porque a cierta altura de la vida nadie da un giro de 180 grados de un momento para el otro. Y hay una necesidad de estar mejor el uno con el otro.

Gasalla no filmó mucho. ¿Qué recuerdos tenés de su participación?
En efecto, no hizo mucho cine, contrariamente a lo que pensaba. Es un hombre muy apasionado e inteligente. Es divertidísimo, me tentaba muchísimo, porque me hace reír mucho como espectador. No sé si él la pasó tan bien conmigo, como yo con él. Para mí fue un placer trabajar con él y con Graciela lo mismo, aunque no compartiéramos tantas escenas. Comíamos juntos todos los días…

Por último Osmar: ¿con qué director de cine te gustaría trabajar?
No tengo preferencias al respecto, para serte franco. Soy bastante tranquilo respecto del trabajo, aunque tenga una enorme necesidad de actuar. Me gustaría trabajar con gente que tenga ganas de trabajar conmigo, que me presente un buen proyecto, un buen guión. Uno de los placeres más hermosos que me ha dado la vida es haber trabajado con Daniel Veronese en teatro, que me ha permitido trabajar en cine. La directora de la película “Un año sin amor”, me convocó luego de verme en “Mujeres soñaron caballos”. Hay algo de Daniel que me alucina, que es cómo trabaja con los actores y presiento que es algo incomprendido en el medio, por cuestiones que me reservo. El actor debe dejarse llevar por Daniel, porque te lleva a terrenos que uno normalmente no explora, el mundo de Daniel es tan fuerte y sus puestas tan distintas a todo que si no lo seguís, te perdés esa posibilidad maravillosa. En la puesta que está preparando de “La Gaviota” que se pondrá en el San Martín a mediados de año, ha formado un grupo excepcional, con María Onetto, Carlos Portaluppi, Ana Garibaldi, Roly Serrano, como dijera Fernán Mirás: “gente del palo”.