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Me llamo Eric Satie, como todo el mundo
Eric Satie

Sonoridades

The Whole Love | Wilco
dBpm | 2011
por Alejandro Feijóo


En una entrevista realizada con motivo de la aparición de The Whole Love, Jeff Tweedy confesaba que “el amor está bien, pero el secreto de las relaciones largas es odiar las mismas cosas”. El frontman de la banda hablaba de los veinte años vividos junto a su mujer Sue, pero perfectamente podría referirse al vínculo de un estadista con su pueblo o al de un canillita con su clientela. También a lo que ocurre entre los miembros de un grupo de música; por ejemplo, el suyo.

Tras dos trabajos algo fallidos, Wilco se hace un sorpasso a sí mismo y vuelve a la escena discográfica con un señor disco. Sin apenas artificios, The Whole Love se asoma como un trabajo mercurial, denso y líquido, del que sobresalen una instrumentación de orfebrería y su precisa ejecución. Algunas canciones son festivamente clásicas, como “I Might” y “Dawned on Me”, mientras otras como “Open Mind” o “Sunloathe” destacan por su melodía mañanera, de desayuno en la cama. Tratándose de Tweedy, no podía faltar el eco beatle, doble en esta ocasión, pues si en “Capitol City” se aproxima a Lennon, “Whole Love” parece sacada de algún disco de The Wings.

A los nostálgicos del experimento quizá les falte ruidismo, mientras que a los baladistas les chirriarán los riffs afilados con los que el guitarrista Nels Cline electrifica la placa; una equidistancia que no hace sino reforzar la altura del disco. Pero unos y otros coincidirán en que el tema que abre el disco, “Art of Almost”, bien vale una gira. En definitiva, The Whole Love es lo que parece: un amor completo, maduro, con rincones oscuros como en todas las camas, pero del que sobresale la luz de los odios compartidos.


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Wild Wood | Paul Weller
Go! Discs | 1993

Cuando 20 años antes de que este disco viera la luz, The Who lanzó su disco Quadrophenia no se podía prever que una de las consecuencias, más o menos directas, sería la la (re)aparición del también inglés Paul Weller en la escena musical británica. La ecuación es simple: seis años después de Quadrophenia, The Who forjó la segunda película ficcional en la que se vieron envueltos; homónima al disco y dirigida por Franc Roddam. En ese film, se retomaba una vieja disputa entre dos tribus británicas que extendieron sus disputas desde finales de la década de 1950 hasta mediados de los '60: rockers vs. mods (apócope de modern). En gran parte gracias a esa película, hubo un revival mod que rescató a bandas como The Jam, otrora formación punk liderada por Weller, para ponerlas una vez más sobre el tapete rojo del éxito comercial.

Una vez disuelta The Jam, Paul Weller tomó por las astas su trabajo como solista y se deshizo de algunos prejuicios musicales y llevó para su aquellas sonoridades de las que antes abjuraba: el folk, el country, el funk; músicas que en los punkies hechos y derechos, podían provocar convulsiones de asco. Todo ello sin ceder un ápice de su bien ganado mote de The Modfather, el moderno por excelencia, aquel que, precisa, aunque no siempre justamente, le pone el pecho al devenir para hacerlo, en porciones, suyo. Quienes se entreguen al placer de escuchar Wild Wood, estarán agradecidos por esa ruptura con lo más rancio del conservadurismo punk, no porque esta etapa de la producción de Weller sea mejor que la anterior, ni más limpia, ni más amable; sino porque es la torsión que dio paso a un gran disco y le permite al público acceder a lo que Paul Weller tiene para decir tanto musical como líricamente. Y Wild Wood, a lo largo de sus 16 temas, es una buena prueba de ello.

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alva noto + ryuichi sakamoto: El curso del tiempo
por Jota G. Fisac


Para los que no hemos nacido en el universo digital pero siempre nos hemos sentido atraídos por sus músicas, la colaboración que durante casi una década nos han brindado el ecléctico piano del músico japonés Ryuichi Sakamoto y la electrónica progresiva y elaborada del artista visual alemán Alva Noto constituye un puente sobre el que asomarnos al curso del tiempo. ¿Cómo si no explicarnos el doble cover de By this River, tema del Before and after Science (Brian Eno 1977), contenido en la última de las entregas del dúo? Intuyo que no se trata solamente de un honesto y valiente tributo a quien tanto debe la música electrónica, sino que además señala ese preciso momento de la obra de Eno en que una parte de su música popular alcanza el punto de fuga y trasciende a sus formatos preestablecidos.

alva noto + ryuichi sakamoto han protagonizado uno de los acoplamientos más histocompatible e interesante de los últimos años. Los cinco compactos del proyecto, reunidos en una caja por Raster-Noton, el sello alemán comandado por Carsten Nicolai (Alva Noto) que ha dado soporte a toda la obra, conforman un intenso y fascinante viaje exploratorio que se iniciaba con el sorprendente vrioon (2002) y se consolidaba al transferir esas sensaciones sonoras hasta el arte visual (insen; insen live, dvd, 2005). El viaje alcanzaba su cúspide experimental con revep (2005) y se reinventaba (junto al grupo alemán de música contemporánea Ensemble Modern) en utp_ (2007), obra utópica que sin provocar la ruptura con el origen sobrevuela territorios más atmosféricos y confortables. Después, hace apenas unas cuantas semanas, llegó summvs (de las palabras latinas summa y versus), un oportuno epílogo que no hace sino confirmarnos que el final está siempre contenido en el principio.

Escuchando esta música uno puede preguntarse si el paisaje que visionamos es un nuevo ambient conceptual o se trata de una mutación (¿dominante o recesiva?) de lo minimal; si es el (im)pulso de un pedal lo que la genera o por el contrario su fuerza motriz proviene de la distorsión de esos im(pulsos); si el caldo de cultivo que permitió la progresión de las iniciativas creativas de los músicos durante la interpretación le debe más al summa o al versus. Pero también, escuchando esta música, uno puede simplemente dejarse envolver por la carga emotiva que arrastra y dejarla sonar y sonar alrededor. Entrar en este ambiente puede llevarnos algo de tiempo; lo que resulta mucho más tedioso una vez dentro es conseguir escapar a él y dejar de escuchar toda esa poesía electrónica del silencio.


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Y que dios nos coja confesados...
por Van Gogh i Tyson

A matar a sus gusanos se fue Gamexane...

Avanzamos vertiginosamente hacia el fin del año y hacia el fin del mundo (si dios quiere, claro está). Al menos eso dicen que dicen los Mayas aprovechando que este año Nostradamus está de sabático.
No sé qué les suscita a ustedes esta posibilidad –la del fin del mundo–; a mí me viene al pelo, ya que el número de esta publicación, el 17, en las quinielas argentinas se asocia a La Desgracia. Como suele entrar Ella en escena. A secas y en mayúsculas, como la universaliza la Real Academia que distingue en sus sagradas escrituras entre víctima y victimario, entre comitente y arquitecto y hasta entre minuendo y sustraendo (dos palabras que si no se es docente, sólo se usan a los 6 años), pero que cuando la desgracia ocurre, es tan desafortunado el que deja caer las bombas como el que las cabecea; a todos los nomencla igual: desgraciados.

Para no abrevar en estanques de chiquitajes, los invito a zambullirnos de lleno en el regazo del abuelo de todas ellas: Don Apocalipsis.

De niño me impactaban los súper poderes de la iconografía cristiana para trasladarse por los aires, especialmente la de cuatro jinetes avanzando rabiosamente a por nosotros, gambeteando tanques de agua y saltando cables de Entel (inspirando, tal vez, las futuras autopistas de Cacciatore y la Junta). Por esos años sonaba mucho una vieja canción que venía del far west: « Gohsts Riders in the Sky», escrita por Pedro Fernández en 1948. La grabaron Dean Martin, Elvis, Tom Jones, Bin Crosby, Pedro Vargas, Lorne Greene (el mismísimo Ben Cartwright), Johnny Cash y Raphael, entre tantísimos. Su letra agrandaba el combo (que yo alucinaba en desteñido Eastmancolor) sumándole una salvaje estampida de bovinos con ojos henchidos en sangre más proclives al estupefaciente que al Paso de los Toros. Y así ese inevitable final, que por estas pampas adopta la forma de una lisérgica metáfora borgeana: todos los argentinos literalmente sepultados en bosta de vaca.

Voluntariamente aprendí a restar, involuntariamente me aprendí las canciones de Raphael. Él las cantaba en el tocadiscos de la disquería, en la radio del vecino y en el televisor de mi casa. No paraba de sumar éxitos, fans e imitadores, y yo empezaba a restar espacio en mi cabeza memorizando canciones tales como «Cierro mis ojos», «Yo soy aquel», «Digan lo que digan», «Mi gran noche», y la ya mencionada «Jinetes en el cielo».

Ante el advenimiento de la desgracia final, hoy invito con una gala navideña de TVE del ’69, donde El Niño (por Raphael, no por el pequeño kosher) deleita con el mismo modulado rumiado y pedagógico que mis maestras, con las que además compartía algunos gestos y modales. Eso sí, por gracia de la Navidad los diablos en tropel han devenido jinetes celestiales y el fuego de sus ojos se ha convertido en brillo de metal.

Buenas noches. Y que Dios nos coja confesados, ya que al final no quedará nadie en pie para darnos la extremaunción.

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Lulu | Lou Reed & Metallica
Warner Bros 2011
por Alejandro Feijóo


Dupla heterogénea donde se imaginen, el matrimonio de conveniencia entre Lou Reed y Metallica ha dado a luz a su primogénito: Lulú, un híbrido entre la trova neoyorquina y un metal que parece haberse vuelto más de cámara que de masas. Los hinchas de la banda andan ampollados con la coyunda, tanto que los más hooligans han prometido piras a lo Fahrenheit, mientras que los seguidores del líder de la Velvet parecen sobrellevar mejor el trauma. Acaso porque lo que empieza como pirotecnia metalizada acaba diluyéndose en un barroquismo tras el que se asoma el origen teatral del proyecto.

Hablando en plata, el disco es bueno. Y se deja escuchar (y algo más) si se destierran las pasiones de tablón, pues siempre hay música en los conceptos y no siempre al revés. Pero para conseguir la afinidad, el acercamiento debe ser más museístico que de estadio: aquí no hay hits y apenas se recuerdan estribillos. Es más, a medida que se avanza en su minutaje resulta difícil sacudirse la idea de un "disco trampa", en el que Metallica accede a la categoría de banda soporte (de lujo, eso sí) ante un Lou Reed pletórico con su muñeca de brazos rotos, tal la portada de un disco que carga con el karma de los álbumes conceptuales y que apenas disfruta de su chapa.


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El Camino | The Black Keys
Nonesuch Records | 2011
por Alejandro Feijóo


Auerbach y Carney pasaron de patear tachos de basura en su Ohio natal a coleccionar Grammys. En el medio de ambas estaciones pasa una carrera musical construida desde muy abajo con apenas una guitarra y una batería. El Camino, el disco con el que se cierra el año de las novedades rockeras, es un regalo de Navidad para paganos. Desde su corte inicial, el fiestero pero hipnótico “Lonely Boy”, The Black Keys nos siguen dejando hits que nos llegan al alma y a los pies, gracias a la prolija suciedad de un sonido que parece salir de una radio AM. Blues y rock de garage con coros setenteros con los que combatir villancicos.


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Video sorpresa


Los padres suelen dejar herencia. El mío me traspasó dos canciones de los Beatles. Una es “While My Guitar Gently Weeps”, el vértice del legado que George Harrison dejó a su vez a mi padre, a mí y a los demás. Yo la conocía por “Guitarra vas a llorar”, una traducción que en aquella infancia me resultaba de lo más sugerente. Después pasó el tiempo y ni siquiera las muertes pudieron borrarle ese carácter iniciático. Porque las herencias, como las grandes canciones de los grandes artistas, no tienen fecha de vencimiento.




A Freddie Mercury puede aplicársele perfectamente la máxima gardeliana del "cada día canta mejor". A veinte años de su muerte, la escucha de las canciones de Queen se convierte en un ejercicio fabuloso de contemporaneidad. Además, al chorro de su voz se le añadía en vivo una escenificación teatral que bebió del glam y se proyectó más allá de las fronteras de los subgéneros hasta tener firma propia. Porque después de Mercury, uno ve una malla entera en el escenario y parece que le faltara algo.


Y de yapa, unas cuantas y buenas versiones del temazo de George Harrison. ¡Felices Fiestas!

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