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Nunca habrá la palabra final, tampoco la inicial.
Eric Laurent

Escritos

Padre contra madre | Machado de Assis
por Javier Martínez

Entrar al mundo de Machado de Assis es entrar a un mundo histórico que, como puente, se tiende entre la esclavitud y su abolición en Brasil desde el centro narrativo de Río de Janeiro y sus alrededores. Testigo de su testimonio son los cuentos en los que los esclavos, por presencia o por el peso de su invisibilidad, marcan una segunda respiración que no siempre puede ser escuchada sin la intervención de los editores.

El libro abre, a los cachetazos, con el cuento que le da nombre a la compilación. En él, un hombre acuciado por la pobreza logra construirse una posición social gracias a su no tan inhabitual ocupación: cazar esclavos prófugos y devolverlos a sus dueños, a quienes los compraron en los mercados en los que la carne africana era poco más que una herramienta. Como toda ocupación que se estalla de popularidad, termina por no ser suficiente para sostener una familia que se amplía con el nacimiento de un hijo. El hombre de la casa se ve compelido a entregar a su hijo, a la carne de su carne, al orfanato, donde tendría una mejor vida que la que él podría proponerle. La noche que lo lleva, a pesar de sí y de su angustia, a pesar de sus dudas y temores, obediente por desesperación, la "suerte" lo cruza con la esclava que torcerá su destino de entregador.

Pero no todo es brutal oscuridad en Machado de Assis. Con una apuesta editorial que esquiva la cronología en favor de la textura, Padre contra madre va encolando textos que en las profundas capas de la lectura conforman una base sólida, un contrapiso de sentido que permite una construcción que se prolonga a lo largo de los cuentos y que no hace sino provocar más interés en lo que vendrá; lo cual causa el efecto insólito de que el futuro esperado del libro es una víbora que va y viene por el eje de la historia, en un tiempo y en un Brasil remotos. Textos elaborados con palabras que trasladan las cuestiones imperiales, los funcionamientos burocráticos que aún hoy subsisten en el cotidiano brasileño; y que se sostiene a partir de la narración de sucesos que tienen que ver con los recovecos y los vericuetos de la vida misma, de la vida de mujeres y hombres de un lugar y una época que, leídos a la distancia, son mucho más que un retrato. Son relato vivo, son aquí y ahora con el lente sepia de los 150 años que nos separan de algunos de los cuentos que se encastran en Padre contra madre como los ladrillos de esas construcciones que, siglos más tarde, siguen dando que hablar.

Sin grandilocuencias, con citas acotadas y siempre en el sentido de ampliar lo que se dice, Machado de Assis no deja traslucir su sólida formación intelectual: da con ella un lustre personal, su propio barniz lingüístico, a la literatura brasileña. Aun cuando algunos desenlaces pequen de abruptos y previsibles, aun en sus debilidades (que no son sino las cicatrices de la literatura que muta con el mundo), los cuentos compilados con una gran astucia, puesto que hacen causa del sentido, son una placentera –que no suave– superficie en la que el lector podrá recoger muchas perlas.

Eterna Cadencia | 2012



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La estética de Schleiermacher
por Lionel Klimkiewicz

Uno de los tantos datos curiosos que contiene el texto Das Unheimliche de Sigmund Freud es aquel donde el inventor del psicoanálisis escribe el nombre de Schleiermacher en lugar del de Schelling al parafrasear su definición de Lo Siniestro. Confusión, equivocación, acto fallido… ¿Quién sabe? Por lo pronto ese hecho nos da una buena excusa para acercarnos a la obra de este no tan conocido protagonista del texto de Freud.

Friedrich Daniel Ernst Schleiermacher nació en 1768 en Silesia (la actual Polonia), fue teólogo, filósofo, traductor y es considerado el padre de la hermenéutica. Impartió lecciones de estética de las cuales se publicaron, luego de su fallecimiento, las notas que utilizaba y que corresponden a los cursos dictados entre 1819 y 1825 en la Universidad de Berlín. En estas notas, que llegan a nuestros días en forma de libro, encontramos ideas realmente interesantes sobre teoría del arte.

De esta obra –en la cual parte aclarando que el objeto principal de su investigación es el significado ético del impulso artístico, entendiendo a la estética como una teoría de la sensación contrapuesta a la Lógica– me interesa compartir dos ideas. La primera consiste en plantear que la actividad artística se basa en tres momentos diferentes: la excitación (energía, inspiración original), la invención (o formación arquetípica) y la ejecución (o habilidad orgánica). En el interjuego de estos tres elementos se encuentra la “imagen completa del mundo del arte”; mundo en el cual, si predominan los dos primeros, tenemos la llamada “genialidad”; y si predomina la última, el “virtuosismo”. Pero la idea se pone más interesante cuando falta alguno de ellos. Por ejemplo, si falta la excitación, el proceso no podría comenzar, pero si sólo encontramos este elemento apenas nos queda la posibilidad de transformar esa fuerza en un deseo que posibilite ser receptores del arte sin capacidad de producción; si falta la invención, las otras dos producen, sin duda, algo carente de arte, o no habría lugar más que para la imitación o el plagio; si faltara la habilidad orgánica, sólo predominaría la inspiración, ya que la invención no podría asimilarse a la ejecución. Sería tal vez un buen ejercicio que cada uno pueda poner a prueba esta teoría pensando en un ejemplo cercano a su propia cultura, sabiendo que en nuestros días el calificativo de “artista” se utiliza sin demasiada rigurosidad.
La segunda idea se desprende entonces de la primera: el Arte es la identidad de la inspiración –por medio de la cual la expresión surge de la excitación interna– y de la reflexión –por medio de la cual la expresión surge del “arquetipo”. Por el otro lado, lo carente de arte es la inmediata identidad de la excitación y la expresión, que se unen por un vínculo inconsciente.

Pivotando entre el clasicismo y el romanticismo, para Schleiermacher –cuyo nombre significa “fabricante de velos”– el arte debe purificar las pasiones, ya que hace “que llegue correctamente la plenitud de la moderación a ser intuición”.


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Cuarteto para autos viejos | Miguel Vitagliano
por Andrea Barone


Una novela interesante y por momentos melancólica e inquietante; dividida en cuatro partes que narran la historia de cuatro sujetos cuyas vidas se entrecruzan: dos hombres, dos mujeres, nada iguales. En el inicio, el hombre que hacía las casitas, un taxista que desde sus nueve años construye una ciudad hecha con fósforos, dieciséis manzanas que en un comienzo habían sido nueve, el llamado cuadrado mágico, transformado luego en hipermágico o diabólico, maqueta de un mundo donde retener a su madre. Calculando, haciendo números cotidianamente, un apasionado por las matemáticas, ciencia dura a la que llega vía el marido de su profesora de geografía, la que no lo deja solo ante la dolorosa agonía de su madre, esos océanos de cáncer que lo ahogaban.

Casado con Leticia, una ex azafata devenida entrevistadora/encuestadora telefónica, y a la que desde el comienzo le propone que se separen, dada la cotidianidad sin sobresaltos que sostienen, la nada en la que viven, siendo casi el único punto de encuentro que tienen el jugar al Scrabel. Entre ellos, en esa pactada separación bajo un mismo techo hasta que arreglen y vendan su casa, reaparece Octavio, un primo de ella que los visita, con la excusa de unas fotos de niños, de ella, él y su hermano muerto. Verla a Leticia ir hacia su auto, escucharla nombrarlo, reaparecer en su discurso, en los silencios del discurso; eso y las medias de nylon nuevas junto con la ropa interior colgada descuidadamente en el baño, van siendo las pinceladas que arman otra escena amorosa para el hombre que hacía las casitas, una entre ella y él, una en la que queda afuera. 

Curioseando, preguntando sutilmente, imaginando, va construyendo algo de la vida de Octavio, un hombre casado con esa mujer que creía en la ley y en su hijo, el de ambos pero su César. Ocupada casi exclusivamente en él, por él, su bebé de 14 años, su muchacho babeante, de tanto en tanto dándole lugar a sus clientas, los escritos judiciales, los vericuetos de la justicia. De “mujer a mujer” se entendía con ellas, escuchaba y se ocupaba de los asuntos de familia, siendo por ellas sumamente admirada, por su entereza, su ser madre de un niño enfermo. Perla, la que clasificaba en sus cuadros de doble entrada, siguiendo una loca indicación de su psicólogo, dividir el mundo en hechos, afectos y reglas, clasificando respuestas adecuadas, acordes a esa divisoria. 

Así sorteó los maltratos y ofensas con su marido, así encaminó, post intento de suicidio, su vida con él y el niño enfermo. Así también pensaba a sus nuevos vecinos, fundamentalmente a los de la casa de enfrente a la de ella. Recientemente mudada, atrapada por el hombre de la casa gemela a la suya, un artista, otrora exitoso periodista de la revista Cerdos y peces. Enfrentada también a sus gritos, su desesperación enigmática, armando un lazo con él, de miradas, de palabras cruzadas por sus perros, de la contingencia de un encuentro que será trágico.

Una nota a mano, una puesta al descubierto de la infidelidad, un accidente produce un giro en la vida de cada uno de los personajes. En la de Octavio, el hombre que miraba los elefantes, que los observaba hasta dejar de pensar, el hombre al que le gustaba juntar cosas viejas, el hombre que aún intentaba callar a su mellizo muerto. Decidiéndose, juntando algunas cosas suyas en una bolsa, escucha insistentemente una llamada que le hace saber de un accidente que gira la trama hacia otros encuentros, con la tragedia, la muerte, otra vida, otras complejidades. Verla a Leticia en el mismo hospital donde están su marido y su mujer, de lejos, a una distancia infranqueable ya. Su mujer que en el accidente cubrió a su hijo, protegiéndolo, amortiguando el impacto con su brazo. En el hospital, donde trabaja de enfermera Matilde, la mujer que se casó muy joven, intentando no pensar en la muerte; la hermana del hombre que hacía las casitas, al que no veía desde hacía muchos años, huyendo de una convivencia con él de escasos cuatro días luego de separarse, robándole recuerdos que su hermano atesoraba. 

Ella, que trabajó largo tiempo en una zapatería con Don Mirco, un viejo verde que se deleitaba contemplándola como no lo hacía su marido; Matilde, que luego tuvo en su vida hombres mayores que ella; Baldivieso el último, en el taxi de su hermano, su socio, esos azares de la vida. El que la hacía sentirse más joven, que la sorprendía cuidándola, mirándola tiernamente. Con él pero aun así lejos, muy lejos, como desde hace mucho tiempo, sola. Afectos, lazos y desenlaces, lo tenido y lo retenido, las pérdidas y azares de la vida de estos personajes, simple gente complicada, con sus pasiones, sus dolores y sus búsquedas que Miguel Vitagliano nos narra, con una prosa limpia, clara, y con pinceladas poéticas, luminosa y despojada.

Eterna Cadencia | 2008



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Ninfas | Giorgio Agamben
por Diego Singer

Silfos, gnomos, ninfas y salamandras; divinidades paganas en el exilio o espíritus elementales. El silfo es la criatura del aire, el gnomo o pigmeo lo son de la tierra, la salamandra es el espíritu del fuego y la ninfa se alza como la criatura del agua. No son propiamente dioses, ni animales y son similares a los hombres, pero no pertenecen al linaje de Adán, pues no tienen alma. De todas ellas, las ninfas son las únicas que pueden hacerse de una, si es que logran copular con un hombre y tener un hijo de él. Este es el motivo por el cual las ninfas buscan seducir a los hombres y producir en ellas un alma como resultado del acceso carnal.

A partir de la figura de la ninfa, Giorgio Agamben ensaya una interpretación sobre el famoso Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, continuando de alguna manera el trabajo que había realizado Georges Didi-Huberman en su libro L’image Supervivante. Se trata, en efecto, de indagar el vínculo que existe entre la memoria, las imágenes, la imaginación y la temporalidad. ¿Qué relación hay entre el tiempo y las imágenes? ¿Cómo puede una imagen cargarse de tiempo? ¿Qué papel juega la historia en la configuración de lo imaginado? ¿De qué maneras las imágenes que componen nuestra memoria pueden ser animadas nuevamente? ¿Es posible copular con las imágenes y traerlas así a la vida? ¿Cuál es la carne de las imágenes?

En palabras de Agamben, “Estamos habituados a atribuir vida sólo al cuerpo biológico. Ninfal, por el contrario, es una vida puramente histórica. Al igual que los espíritus elementales de Paracelso, las imágenes, para estar verdaderamente vivas, tienen necesidad de que un sujeto, asumiéndolas, se una a ellas; mas en este encuentro –como en las uniones con la ninfa-ondina– se cela un riesgo mortal. En el curso de la tradición histórica, en efecto, las imágenes se cristalizan y transforman en espectros, que esclavizan a los hombres y de los que siempre es preciso liberarlos”.

El problema de la supervivencia de las imágenes, de su transcurso en la temporalidad, enfrenta a los sujetos históricos con la seducción y la responsabilidad que su comercio con ellas comporta. “La historia de la ambigua relación entre los hombres y las ninfas es la historia de la difícil relación entre el hombre y sus imágenes”. Ya había afirmado Walter Benjamin que hay vida en aquello en que hay historia. El proyecto de Warburg, su gran Atlas, pretende ser un reservorio de vida en imágenes a través del cual el hombre pueda orientarse. Ya los antiguos griegos utilizaban la palabra zógraphos para designar al pintor, el que escribe lo que está vivo. Desde Aristóteles, la imaginación es una facultad que permite advertir el tiempo a la vez que es indispensable para la rememoración. Sin imágenes no hay memoria. Sin imaginación, no hay comunión posible entre el individuo y la historia.

Pre-textos | 2010



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Los cuentos de Mariana I. Pellegrino: Una combinación de mundos
por Alice M. Pollina


Foto: Leandro Gueren
“Leo y cuento lo que leo: leer contagia; arma una cadena de magia”, dice la frase de una historia inédita de la escritora de cuentos infantiles Mariana I. Pellegrino. Y eso es precisamente lo que ocurre con sus libros: surgen de una cadena, una conjunción de acciones, personas y elementos culturales. Todos aportan algo a las coloridas páginas de cuentos como "Empieza con A", "La sonrisa de Leonardo Da Vinci", "Mi cajita de sueños", "Palabras maravillosas", "Romeo Julieta y Vilma", "S.O.S Limpiemos el planeta" y otros. Sus pequeños lectores cierran el ciclo mágico cuando recorren las páginas llenas de ilustraciones. Muchos de ellos le envían una foto donde aparecen leyendo su cuento favorito (buscar en Facebook: Los cuentos de MIP). La unión de los eslabones es lo que Pellegrino llama una “combinación de mundos”: el editorial, el cultural y el del periodismo.


“Veo mi vida como el recorrido de Hansel y Gretel, un trayecto de miguitas de pan dejadas en el camino que en algún momento se juntaron –describe la escritora–. Me gustan cosas diversas, hago arquería medieval, escucho Heavy Metal, cosas que se pueden considerar de hombres y, a la vez, soy muy sensible, es una dicotomía. Al comenzar a escribir para chicos, de alguna manera, mis dos costados se combinaron en las historias”.

Los cuentos están basados en el arte, la realidad, los sentidos, la música, y otros temas. Los personajes pueden ser una niña que sueña con Salvador Dalí, dos amigas que recorren la obra de Miguel Ángel, una almohada guardiana de los sueños y hasta un punto y una raya que cobran vida y juntos se lanzan a la aventura. La autora es periodista y editora, trabaja en el área de marketing online de una multinacional de la industria de la TV y también es docente de la UBA, en la cátedra Edición Electrónica y Multimedia de la carrera de Edición.

Comenzaste como periodista, ¿cómo fue el recorrido hasta la literatura infantil?
Cuando estudiaba periodismo, todos querían llegar a escribir en algún diario pero yo quería trabajar en Billiken. Me imaginaba haciendo periodismo para chicos. Quería escribir sobre la verdad, no me interesaba la ficción. De pronto, descubro que había llegado a lo que quería cuando me contratan para editar portales verticales en internet, entre ellos uno para chicos. Hacía notas sobre cómo funcionan las cosas, experimentos, ecología, libros, películas. Entrevisté a algunas personas relevantes como Elsa Bornemann o Liliana Bodoc y me enamoré de lo que hacían. Me di cuenta de que quería hacer eso.

¿Como se dio la edición del primer libro?
Me contactaron para corregir una colección de libros de arte para chicos que se iba a vender en el Museo del Prado, de España. Estaba escrita por especialistas en arte, entonces hice la corrección que me pidieron pero también escribí una reversión. Me parecía que el camino no era que un artista escribiera para chicos sino que lo hiciera alguien que pudiera escribir en su clave y el artista fuera el asesor. Fue un trabajo en equipo, no había mención de autores, pero se publicó la reversión, que se editó por la editorial Susaeta.

¿Por qué tus libros se consiguen en internet o en otros países como México, Venezuela y Colombia pero muy poco en Argentina?
Por la forma en que armamos el producto. Una agente/productor viaja a las ferias del libro infantiles con una maqueta de las colecciones y ofrece el producto cerrado. Yo pienso la colección en base a un análisis de los catálogos de cada editorial para ver qué podrían llegar a necesitar. La obra pasa a manos del agente/productor que elige al ilustrador adecuado, arma maquetas en blanco y negro y se ilustran 4 ó 5 dobles. Es una experiencia medio rara porque es gente que trabaja por separado y mágicamente crea una obra conjunta. Uno de mis libros, “Un sueño de terror”, salió por Scholastic que es la editorial que editó Harry Potter en Estados Unidos. Eso fue porque en Guadalajara nos enteramos de que era el Año del Terror y apuntamos a esa temática. Se editó en 2005 para el mercado hispano de Estados Unidos. En México algunos libros como “Diego Rivera y su mundo de colores”, que es la biografía del pintor, han ganado concursos del Estado, que compra obras de literatura infantil para poblar las bibliotecas públicas.

¿Qué tenés en cuenta cuando escribís para chicos?
Me enfoco en los temas como a través de una lupa, de un detalle saco lo más que puedo. En la colección que hice sobre los 5 sentidos (“Con mis…”, Editorial Progreso) la pregunta fue cómo le hablarías a un nene acerca del valor de la vista, el tacto, el olfato, el oído y el gusto, que es algo que ellos dan por sentado. Me hago preguntas todo el tiempo, de ese inicio periodístico construyo una historia. La infancia es la etapa más permeable. Si podés contarle historias a un nene en ese momento maravilloso, quizás sea un aporte para su adultez. Estamos en un tiempo muy violento, los chicos están muy sobreexcitados con la tele, la consola de juegos, siento que está bueno volver a hablarles bajito. Mencionar sensaciones más auténticas para que no se pierdan en el volumen de las cosas. Pero en realidad escribo para mí, para no oxidarme. Los cuentos son para mí un camino encontrado de adulta, una necesidad de volver para atrás a un lugar de mucha felicidad. Una vez, un periodista de un diario en el que trabajé me dijo que yo era una persona muy inocente que iba a tener que trabajar en mi dureza para poder sobrevivir en el periodismo. Y que si llegaba a tener éxito, iba a tener que trabajar para evitar que se me oxide el corazón. Ahora me doy cuenta de que escribo para mí cuando era chica. Tenía una vida perfecta hasta que me empezaron a pasar cosas difíciles. Entonces, me empecé a resguardar escribiendo, para resguardar a esa niña que era feliz y encontré que, a la vez, eso me hace feliz ahora.


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A las puertas de Troya
por Jota G. Fisac

El caballo está terminado y se yergue majestuoso e inmóvil, justo en el centro de la playa. Por la noche…, los guerreros elegidos suben por una escalera de cáñamo, uno detrás de otro, rápidamente y sin hacer ruido. En la panza del animal se sientan, armados de paciencia para la espera. Duermen con la desazón que da la certeza de la victoria inminente. Lejos de las puertas de la ciudad, el ejército aqueo prende fuego a las tiendas, recogen todo y suben a las naves fingiendo que dan la guerra por perdida y que se retiran definitivamente. Desde el interior del caballo los guerreros elegidos contemplan estos movimientos por los resquicios que hay entren los tablones. Cuando las naves aqueas desaparecen en el horizonte, vuelven los ojos hacia las puertas de la ciudad. Sólo resta esperar a que se abran y los troyanos, considerando al inmenso animal de madera un botín de guerra, lo introduzcan en la ciudad. Pero el tiempo pasa lentamente y los soldados empiezan a extrañarse. Ulises les ordena silencio, no deben poner en riesgo la operación. El sol convierte en un horno el interior del caballo. El agua se agota y ahora el problema son las micciones; han empezado a orinar por los rincones, pero qué hacer con las necesidades mayores. Anticlo pierde los nervios y se queja… Para hacerle callar, Ulises lo estrangula. El comandante trata de imponerse para mantener alta la moral, no hay que perder las esperanzas, los troyanos acabarán por meter el caballo en la ciudad; hasta ahora han estado especulando con la posibilidad de que todo sea una argucia, pero pronto creerán de veras que los aqueos se han marchado. Cuando finalmente los troyanos abren las puertas de Ilión y salen a la playa, la excitación entre los soldados hacinados en el vientre el caballo es máxima. Los troyanos rodean la bestia de madera y la contemplan con curiosidad. Hablan entre ellos, especulan con el significado de tan extraño acontecimiento; los griegos son así, defienden algunos, hay que reconocerles la capacidad de hacer cosas tan comprometidas e inútiles al mismo tiempo. Pero algunos troyanos no se fían, ¿cómo podría algo tan majestuoso carecer de significado?, y estando como estamos en guerra, ¿no será precisamente una trampa que nos han tendido y en la que estamos a punto de caer? Las tesis más conservadoras triunfan finalmente y los troyanos vuelven a casa. Las puertas de Ilión se cierran y los griegos caen de nuevo en la desesperación, pero hay que mantenerse alerta y en silencio, hay que aguantar a pesar de que no queda agua ni comida; con seguridad los troyanos están escondidos tras sus murallas observando cuidadosamente el caballo en espera de algo sospechoso que les haga comprender la naturaleza del asunto; hay que aguantar sin darles motivos para la sospecha. Pasa el tiempo y nadie viene a buscarlos. Tienen hambre y, cada vez que alguien se queja de que aquello no funciona como debería, Ulises amenaza con estrangular a quien no se calle. Están al límite y proponen salir; el proyecto ha fracasado pero todavía están a tiempo de salvar sus vidas. Ulises se enfrenta a ellos y mata a dos para sofocar el motín. Como hace días que no comen, los guerreros devoran los dos cadáveres. Para no deshidratarse, todos deciden beberse la propia orina. Así están las cosas en el fétido ambiente del interior del caballo de Troya; hay que deshacerse de los cadáveres, sacarlos como sea, dicen algunos provocando de nuevo la ira de Ulises. ¿Cómo podrían tirarlos fuera sin despertar las sospechas de los troyanos? Otro sugiere que podrían deshacerse de ellos de noche: bajarlos por la escalera y tirarlos al mar. Otro opina que lo más grave no es convivir con la fetidez de los cadáveres y los excrementos, sino la incertidumbre del futuro. ¿Cuánto tiempo más pasará sin que el ejército griego, agazapado en sus naves, dé por fracasada la operación y regrese de verdad a casa abandonando al caballo de madera a su suerte? Ulises trata de sofocar el desánimo y se arroja sobre el cobarde, pero ni él mismo tiene ya fuerzas e, incapaces de pelearse con un mínimo de energía, los dos caen sobre los demás guerreros, que se apartan, cada vez más delgados y sin ánimos. Algunos yacen tan inmóviles que se hace difícil saber si aún están vivos. Ulises sigue intentándolo: los troyanos deben de estar a punto de caer en la trampa, y cuando esto suceda, ellos (los mejores guerreros, elegidos entre la flor y nata de la juventud aquea) esperarán a que llegue la noche, saldrán cuando todo el mundo duerma, saquearán la ciudad y abatirán las puertas. Por los resquicios entre los tablones, Ulises observa con avidez las murallas de la ciudad y se tapa las orejas para no oír los gemidos agónicos de sus guerreros.

El mito se acerca a la historia cuando los arqueólogos consiguen que sus escenarios se materialicen; y la historia se disfraza de literatura al presentarnos las otras posibilidades para unos hechos que de esa manera dejan de ser fieles a la autoridad. La literatura nos cuenta lo que podría haber acontecido y aquello que de hecho quizá nunca aconteciera, todas esas otras miradas que nos enseñan que tal vez Robin Hood se pasara en su revolucionaria tarea de robarle a los ricos para dárselo a los pobres y se viera así forzado en última instancia a echar marcha atrás y corregir un poco el entuerto; o que una mañana, el escarabajo Gregor se sorprendiera convertido en un chico gordo de barriga pálida e inflamada, con apenas cuatro perezosos miembros; o en fin, que la elite del ejército aqueo que ocupaba las entrañas del caballo de madera no consiguiera su objetivo de atravesar las murallas enemigas y masacrar al pueblo troyano. O puede que éstas y otras historias incluidas en libros como Guadalajara, de Quim Monzó (Anagrama, 1997), no sean más que cuentos de cuentos…

La cursiva es literal del texto A las puertas de Troya, uno de los cuentos incluidos en libro Guadalajara, de Quim Monzó (Anagrama, 1997).


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La paz sea contigo, Boris Vian
por Rodolfo Alonso

“El desertor”, esa indeleble balada del paradigmático Boris Vian (1920-1959), sólo aparentemente ingenua, escrita en 1954 –mientras Francia se desangraba en Indochina pretendiendo defender los restos de su imperio colonial, al tiempo que se incubaba la más que sucia guerra de Argelia–, se convirtió en todo un sobresalto para las buenas conciencias de su época, no sin el imaginable y complacido regocijo del autor. El auténtico y fecundo inconformista, autor de La espuma de los días y El arrancacorazones, se adelantaba como siempre, en este caso a las futuras canciones de protesta e, incluso, a tantas letras del rock en tiempos difíciles.

Pocas personas han logrado, en una existencia harto breve, concretar semejante cantidad de intereses. Poeta, músico de jazz, ingeniero a los 22 años, traductor, novelista, chansonnier, dramaturgo, guionista y editor, en su vida se entregó con pasión desmedida a todo lo que hizo. Y su destino quiso convertirla también en obra de arte, un auténtico mito de aquella inolvidable París de mediados del siglo XX. Colaboró en la célebre Les Temps Modernes, la revista de Jean-Paul Sartre, descollando con brillo propio en el bullicioso ambiente existencialista, cuya fama recorrería el mundo. Y escribió también en el legendario Combat, el heroico periódico fundado por Albert Camus durante la Resistencia.

Escribió diez novelas, de despareja suerte individual con la crítica y el público, alternando éxitos y fracasos. Y otras cuatro del logrado género policial negro, con el seudónimo de Vernon Sullivan (un supuesto norteamericano de color), en las que su propio nombre figuraba apenas como traductor. Fue por ellas que se las vio con la censura y la justicia, que finalmente le obligaron a descubrir su identidad.

Eso contribuyó a la venganza de la crítica, primero complaciente, con su entera producción. Y aunque una de aquellas incisivas novelas de acción, la sintomática J’irai cracher sus vos tombes (1946), fue llevada al cine, le acarreó igualmente no pocos disgustos. Recién el día de su estreno descubrió que no sólo lo habían distorsionado, sino que también lo habían obviado como guionista. Y ese preciso día un ataque cardíaco se lo llevó, prácticamente al mismo tiempo.

Moría el hombre y se afirmaba el mito. Boris Vian será siempre el eterno joven rebelde y disconforme, agudo y proteico, con el aura legítima que logró imponer tanto en las caves existencialistas de París como en el insólito y corrosivo Colegio de Patafísica, aquella contrainstitución fundada por el genio de Alfred Jarry, donde alcanzó el impactante grado de “sátrapa”.

Amigo nada menos que de Duke Ellington, Charlie Parker y Miles Davis, son muchas realmente las razones más que válidas para recordarlo. Una de ellas, y no de las menores, es haber dado a luz El desertor, ese imperecedero y sutil, tocante y corrosivo alegato antimilitarista que, con música de Harold Berg, recorrió y aún recorre todo el mundo. Sus dos últimas líneas decían originalmente: “Que je tiendrai un arme / Et que je sais tirer” (“Que yo tendré un arma / Y que sé disparar”). Pero Vian atendió las razones de su gran amigo Mouloudji y, como puede comprobarse en la versión que sigue, aceptó cambiarlas por las definitivas. Que ratifican, en tiempos de guerras feroces y crueles, el alegato hondamente pacifista del mensaje.

Que la paz sea contigo, entonces, querido Boris Vian.

EL DESERTOR

Al Señor Presidente
Una carta le envío
Que usted leerá tal vez
Si llega a tener tiempo

Papeles militares
Acaban de llegarme
Para irme a la guerra
El miércoles de tarde

Mi Señor Presidente
Yo no quiero hacerla
Yo no vine a esta tierra
A matar pobre gente

No es por enfadarlo
Yo tengo que decirle
Mi decisión tomé
Me hago desertor

Desde que he nacido
Vi morir a mi padre
Partir a mis hermanos
Llorar a nuestros niños

Mi madre sufrió tanto
Está allá en su tumba
Y se ríe de las bombas
Y se ríe de los versos

Cuando fui prisionero
Mi mujer me robaron
Se robaron mi alma
Y todo mi pasado

Mañana muy temprano
Voy a cerrar mi puerta
Frente a los años muertos
Me iré por los caminos

Mendigaré mi vida
Por las rutas de Francia
De Bretaña a Provenza
Y diré a la gente

Rehúsen obedecer
Rehúsense a hacerla
No vayan a la guerra
Rehúsense a partir

Si hay que brindar su sangre
Vaya a brindar la suya
Usted es buen apóstol
Mi Señor Presidente

Si usted va a perseguirme
Prevenga a sus gendarmes
Yo estaré desarmado
Y ellos podrán tirar

LE DÉSERTEUR

Monsieur le Président
Je vous fait une lettre
Que vous lirez peut-être
Si vous avez le temps

Je viens de recevoir
Mes papiers militaires
Pour partir à la guerre
Avant mercredi soir

Monsieur le Président
Je ne veux pas la faire
Je ne suis pas sur terre
Pour tuer des pauvres gens

C´est pas pour vous fâcher
Il faut que je vous dise
Ma décision est prise
Je m´en vais déserteur

Depuis que je suis né
J´ai vu mourir mon père
J´ai vu partir mes frêres
Et pleurer mes enfants

Ma mère a tant souffert
Elle est dedans sa tombe
Et se moque des bombes
Et se moque des vers

Quand j´étais prisonnier
On m´a volé ma femme
On m´a volé mon âme
Et tout mon cher passé

Demain de bon matin
Je fermerai ma porte
Au nez des années mortes
J´irai sur les chemins

Je mendierai ma vie
Sur les routes de France
De Bretagne en Provence
Et je dirai aux gens

Refusez d´obéir
Refusez de la faire
N´allez pas a la guerre
Refusez de partir

S´il faut donner son sang
Allez donner le vôtre
Vous êtes bon apôtre
Monsieur le Président

Si vous me poursuivez
Prevenez vos gendarmes
Que je n´aurai pas d´armes
Et qu´ils pourront tirer


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Poemas a caballo
por Los Editores

Si uno pertenece a la categoría “niño de ciudad”, es más que probable que la primera referencia al mundo equino fuera la del caballo blanco de San Martín (o el del apóstol Santiago o el correspondiente equivalente transmundano), incólume en su cromática leyenda redundante por los Andes de los renglones. Desde su galope resignificado a través de los pasos cordilleranos, el corcel comienza a abocetar una mística que se embarra como los héroes de dos metros con la misma facilidad con que construye hazañas domésticas, prácticamente inexistentes. Así, el caballito no tarda en alzar las primeras metáforas, que podrán estar vinculadas al espasmo de una idea o al enhebrar de los sentires más remotos, pero siempre con riendas de vivir el tiempo hasta que el magma-palabra erupcione sobre el ansia del embridar.

Si, en cambio, a uno le ha tocado la cuna rural, en cualesquiera de sus estepas vertientes, el caballo tiene y tendrá el impacto físico de los hallazgos: la textura de la intemperie, la del olor acre de orines. Las ancas salientes marcan el vaivén de la almena memoriosa, que se yergue al auxilio del viento cuando el desamparo reposa en ese horizonte parturiento de ocasos. El cuadrúpedo –devenido en cumbre del decir universal– vendrá a ocuparse más del contrapelo húmedo en la urdimbre de luciérnagas que de una forma de soñar con otros ojos; más del cuero desollado que de la necesidad de abrigarse. Pues nunca es bastante el azar si se ha podido cotejar la huella con la herradura, en el momento preciso en que la suerte baja los brazos y claudica ante el muro del porvenir.

La única duda que nos queda es de qué color es el caballo transparente de los poetas.

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República de viento | Rodolfo Alonso
por Andrea Cobas Carral

A primera vista, sobre un fondo de azul intenso, se recorta la figura de una Argentina dibujada con palabras. Así se presenta ante sus potenciales lectores República de viento. Un país sin memoria de Rodolfo Alonso. Desde el diseño de su tapa, el sentido emerge sugiriendo un entramado de problemáticas que se abordará una y otra veez: lengua, patria, identidad, inmigración son algunos de los ejes que recorren los textos que componen el libro.

Alonso no es prescriptivo: no obliga a una lectura cuyos sentidos nos brinda digeridos. Los ensayos, las crónicas, los fragmentos literarios que componen el libro van más allá: asumen el desafío de invitar al lector a poner a prueba categorías tan centrales que adoptamos sin cuestionar. El interés por esos temas no es casual: hijo de inmigrantes gallegos, Alonso asume su doble origen, su bilingüismo, sus dos orillas. A un tiempo, su tradición son los versos gallegos de Rosalía de Castro y también lo son las Aguafuertes gallegas de Roberto Arlt. Pero Alonso no se queda allí, también hace suya la poesía de Atahualpa Yupanqui, recreador de esa otra herencia que Alonso busca recuperar incansablemente: la de aquellos aborígenes, primeros pobladores de estas tierras. Los complejos dibujos que nacen del encuentro entre las tres aristas de la nacionalidad argentina –pueblos originarios, inmigrantes, criollos– motivan reflexiones que establecen nexos ineludibles entre los textos de su libro: desde la colonización hasta nuestros días, Alonso disloca para explicar los procedimientos que contribuyeron a instaurar la república de viento que hoy llamamos “Argentina”.

Trazando una línea que va desde la conquista de América a la conquista encabezada por JulioArgentino Roca, Alonso aborda la primera de las tradiciones nacionales desarticulando frente al lector las operaciones discursivas implícitas en la histórica metáfora del desierto argentino: la lengua –al nombrar– no es inocente. Armazón de ejercicios de índole política, la mirada que –en el siglo XIX– organiza la construcción de la “patria argentina” surge de un proyecto cultural y nacional que encuentra en la homogeneización y en el borramiento las claves de su éxito. Instaurando la idea de un vacío que es imperioso poblar, se emprende la búsqueda de una “nación para el deserto argentino”. No extraña que ese vacío se llene, en primer término, con palabras. Por eso, Alonso recupera la veta más claramente política de la etapa fundacional de la literatura argentina, la porción del corpus que busca intervenir en la construcción de la nacionalidad: Echeverría, Alberdi, Sarmiento, Hernández, Mansilla: nombres propios que evocan textualidades en las que indio, patria, inmigrante son palabras que representan ideas medulares. Aquel paradojal vacío que delinean los románticos –y que materializan con sangre algunos de los hombres de la generación del '80– cobrará espesor en el imaginario nacional en la figura del inmigrante, esa presencia que con el paso de los años se transfigura de promesa en peligro. Si para los románticos la figura del inmigrante condensa los sueños de construcción de una verdadera república, la generación del '80 pondrá en escena el rostro de una xenofobia intransigente que, bajo la máscara de la defensa de una pretendida identidad argentina, oculta el rostro de los que buscan preservar ciertas prerrogativas de clase amenazadas por el avance social, económico y cultural de los inmigrantes y de sus hijos. Alonso también nos presenta una cara más actual de este modo de entender lo argentino: la supervivencia del estereotipo que aflora en el chiste de gallegos; en la suspicaz mirada hacia el “ruso”, o en la xenofobia desplazada hoy hacia las figuras de bolivianos, peruanos o paraguayos.

La cuestión de fondo que vertebra República de viento tiene que ver con la identidad, con la pregunta sobre qué significa ser argentino. Alonso responde ese interrogante y lo hace rechazando la decimonónica idea monolítica de la argentinidad como un constructo homogéneo y sin fisuras: pensar las inflexiones de la identidad argentina es un ejercicio de apertura, es la elección de un camino que encuentra su razón de ser en la diversidad, en la pluralidad, en el cruzamiento. Alonso cita la frase de Rilke en la que afirma que la verdadera patria del hombre está en su infancia. Esta referencia ilumina República de viento: para Alonso su patria infantil tiene partes iguales de Galicia y de Argentina; de allí que para él, su bilingüismo sea pura riqueza, sea la llave de acceso a un universo en el cual, lejos de motivar el autoodio, la diferencia es pura positividad.

Rodolfo Alonso parece decirnos que es desde el presente que el argentino debe interrogar su modo de entender la argentinidad impresa en las marcas de una variedad étnica que todavía hoy pervive en rostros, lenguajes, edificios e instituciones colectivas: las hendiduras del presente argentino tienen mucho que ver con un pueblo que eligió olvidar sus orígenes, que suele estigmatizar lo que no comprende, que muchas veces elige la burla como un pobre ejercicio para conjurar el miedo.

Leviatán | 2007



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