Editorial
Si en el mundo de los animales domésticos el perro es sinónimo de fidelidad y el gato de independencia, sin dudas, el caballo lo es de la libertad. Aquel viejo sueño de correr por la pradera, con las crines al viento, potente, brioso, indómito.
Sin embargo, los mayores aportes del caballo a la historia de la humanidad estuvieron, paradójicamente, vinculados al sometimiento al amo, al dueño. Aun aquellos caballos que rehúsan ser montados por otros que por el elegido, como la espada en la piedra, aun así terminan perteneciendo a. Fuera medio de transporte, animal de carga o arma de guerra, los equinos han estado indivisiblemente ligados a sus montura.
La literatura dio cuenta de ello. Ya en sus comienzos, transformó al caballo en un engaño en el que desplegó esas tres dimensiones de uso de los equinos: medio de transporte de un ejército oculto dispuesto a tomar Troya; cargando con el hecho de ser una única y arriesgada chance de lograr el objetivo; llevando en su vientre las armas que mutilarían y matarían al enemigo. De allí en más, cada lugar del mundo en el que el caballo ha estado profundamente atado a los destinos de las culturas y las naciones, lo han tomado como un inevitable actor secundario de sus obras: la poesía gauchesca, con Fierro y don Segundo Sombra a la cabeza; el Quijote con su Rocinante; y los que acompañaron en las grandes contiendas a Ivanhoe, de Walter Scott, y al Caballero Inexiste, de Italo Calvino; para desembocar en la caída de Ricardo III y su desesperado grito de trocar su reino por un caballo. Claro, no tuvo la misma suerte que el general San Martín de tener un sargento Cabral, que se inmoló para salvar a su comandante, aprisionado por el cuerpo del caballo abatido en la batalla.
Entre el brillo rutilante de la libertad y la mansedumbre de la dominación, el caballo puede ser leído como una metáfora del hombre moderno; una forma de digerir y asimilar la tensión entre la exigencia de la plusvalía y el dolce far niente; una construcción simbólica que, más allá del heno y las cabalgatas, de las écuyères y los domadores, puede decir mucho de nosotros mismos. Por eso, insistentes, debemos tomar las riendas y galopar la vida por las praderas del bienestar, mecidos por el viento de los buenos haceres, hacia esos horizontes lejanos que tienen la forma de los mejores sueños.
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