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Escribo porque es un acto amoroso que me da placer.
Juan Carlos Onetti

Escritos

Juarroz
por Andrea Barone

Roberto Juarroz, gran poeta argentino. Profundo, hondo, preciso en su decir que bordea lo indecible, conmovedor.

Nació en Coronel Dorrego el 5 de octubre de 1925 y murió en Temperley el 31 de marzo de 1995. Egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y con estudios en La Sorbona, también se desempeñó como bibliotecólogo para la UNESCO y la OEA en diversos países y fue docente durante varios años. De 1958 a 1965 dirigió la revista Poesía = Poesía y colaboró en numerosas publicaciones argentinas y extranjeras. Fue crítico, traductor y recibió diversas distinciones y premios a lo largo de su vida. Su obra ha sido y es objeto de estudio y fue traducida a una gran cantidad de lenguas. Definido por Octavio Paz como "Un gran poeta de instantes absolutos", he aquí una selección de algunos poemas suyos que se encuentran publicados en el primer volumen de su Poesía vertical 1958-1982 (Emecé, Buenos Aires, 1993). Unos, escogidos, podrían ser cualquier otros, tan igualmente fecundos en su diversa  producción, tan sin dejar de perturbar. Como de él dijo Julio Cortázar: “Hacía mucho que no leía poemas que me extenuaran y me exaltaran como los suyos”.

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Los recomendados del verano

A contrapelo de las tradicionales sugerencias para llevarse para leer, ver, escuchar y similares a los lugares vacacionales, les pedimos a colaboradores, amigos y lectores cercanos que nos recomienden algo de lo que disfrutaron en el verano.

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La mirada de Wilde
por Lionel Klimkiewicz

Una vez, un cristalino arroyo cercano a la ciudad de Tespias, sirvió de espejo a un hermoso joven que al querer aliviar su sed se vió reflejado en sus aguas y terminó enamorándose de su propia imagen. Esto lo hacía sufrir, porque no podía soportar el hecho de poseer y no poseer al mismo tiempo.

Embelesado, aturdido, enamorado, enloquecido, impotente, aquel muchacho llamado Narciso dio nombre a uno de los mitos más famosos de Occidente, el cual desde ese entonces sirve de referencia en el discurso común para señalar a aquel que se ama a sí mismo, a su propia imagen, a su propio ser.

El gran Oscar Wilde con su insuperable ingenio escribió una página ya famosa sobre esta historia, pero tomando para contarla, fiel a su estilo, otro punto de vista:

Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al arroyo gotas de agua para llorarlo.

-¡Oh! -les respondió el arroyo- aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.

-¡Oh! -prosiguieron las flores de los campos- ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.

-¿Era hermoso? -preguntó el arroyo

-¿Y quién mejor que tú para saberlo? -dijeron las flores-. Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza...

-Si yo lo amaba -respondió el arroyo- es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.

La inteligencia literaria de Wilde siempre nos da la impresión de que no  tenía límites…Su pequeño relato desnuda, devela, lo que la belleza del mito no deja de ocultar. Ya no estamos ante ese joven que se encandila ante su propia imagen, sino que estamos del otro lado del espejo. Tiresias había dicho de Narciso a su madre que viviría hasta llegar a viejo “solo si no se conocía a sí mismo”. Por supuesto que es una ingenuidad creer que nuestro mitológico amigo murió joven porque al ver su propia imagen cumplió un funesto destino. Para los griegos, “conocerse a sí mismo” no era algo tan fácil como mirarse al espejo. Wilde lo dice claramente: lo que el arroyo podía ver era que lo que ahí había era un espejo, un par de ojos, un puro objeto, y lo que se le presenta a Narciso es la verdad revelada de un “sí mismo” en su más absoluta crudeza.

Por otro lado, el arroyo como espejo muestra, como dice Hegel, la belleza de la materia que, considerada en sí misma, consiste en la unidad e identidad consigo misma, constituyendo su pureza en el punto donde queda excluida toda diferencia.

En ese encuentro entonces que la escena del mito plantea, se trata de un objeto que ve otro objeto, de dos imágenes que extreman el límite de la belleza de una manera que solo puede terminar en la muerte.

Narciso conoció lo que siempre fue, y su nombre quedará ligado para siempre a uno de los costados más patéticos de la condición humana.

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La rosa recuperada: Vasko Popa
por Viviana Abnur

Creador de un lenguaje único y fascinante donde se funden los juegos de palabras y el lenguaje coloquial con la épica del folclore popular de Serbia, Vasko Popa instala una poética basada en la recuperación del mito, en el decir de la vida cotidiana, en esa música, y así, se deja llevar, se aleja del realismo que supo caracterizar la poesía de sus contemporáneos.

El gran poeta yugoslavo, nació en junio de 1922 en Belgrado. Durante la Segunda Guerra Mundial estuvo preso en un campo de concentración alemán, pero sobrevivió y se graduó en filosofía.
Fue editor de la revista Nolit e integró la Academia Serbia de Ciencias y Artes.

Su obra poética comprende: Kora (corteza), 1953, Polje de Nepocin (campo de ningún resto), 1965, Nebo de Sporedno (cielo secundario), 1968, Zemlja de Uspravna (tierra erguida), 1972, Vucja tan (sal del lobo), 1975, Kuca nasred el druma (casero en el medio del camino), 1975, Zivo meso (carne cruda), 1975 y Rez (el corte), 1981.

Vasko Popa falleció en Belgrado en enero de 1991. Su poesía, como suele ocurrir en estos casos, sigue vivita y coleando.

 

Los ladrones de rosas

Alguien es el tallo de la rosa
Los otros son las hijas del viento
Los demás los ladrones de rosas

Los ladrones de rosas gatean hasta el tallo de la rosa
Uno de ellos roba la rosa
La esconde en su corazón

Las hijas del viento aparecen
Ven la belleza recogida
Y corren tras los ladrones de rosas

Le abren el pecho a uno tras otro
En algún pecho encuentran un corazón
En alguno, por dios, no

Les abren les abren el pecho
Hasta que en uno descubren el corazón
Y en el corazón la rosa robada

 

El conocimiento

No me seduzcas, bóveda azul,
No bailo
Tú eres la bóveda de los paladares sedientes
Encima de mi cabeza

Cinta del espacio,
No envuelvas mis piernas
No me excites
Tú  eres la lengua despierta
La lengua de siete puntas
Bajo mis pies
No voy

Respiración ingenua mía,
Respiración desalentada mía,
No me embriagues
Presiento el aliento de la fiera
No bailo

Oigo el golpeteo acostumbrado de los perros
El golpeteo de dientes contra dientes
Siento la oscuridad de las quijadas
Que me abre los ojos
Veo

Veo no sueño

 

Resonancias

El cuarto vacío empieza a gruñir
Me encierro en mi piel

El techo empieza a aullar
Y yo le tiro un hueso

Los rincones empiezan a rezongar
Y le tiro  a cada uno un hueso

El suelo empieza a chillar
Y a él también le tiro un hueso
Una pared empieza a ladrar
También a ella le tiro un hueso
Y la segunda y la tercera
Y la cuarta pared
Empiezan a ladrar
A cada uno le tiro un hueso

El cuarto vacío empieza a gritar
Y yo mismo vacío
Sin ningún hueso
Me convierto en
Las cien resonancias del grito

Y resueno resueno
Resueno

 

La boda

Cada uno se quita la piel
Cada uno descubre su constelación
Que nunca ha visto la noche

Cada uno rellene su piel con piedras
Cada uno baila con su piel
Iluminado por sus propias estrellas

El  que no para hasta el amanecer
El que no parpadea  que no se desploma
Obtiene su propia piel

(Este juego se juega raras veces)

 

El viaje celestial

En la foto
Hecha en el cerro encima de Jabuka
Nos vemos mi compañera terrestre y yo

Mano a mano
Ella en el vestido de verano con volados
Yo  en camisa con las mangas dobladas

Hemos dado un paso de la cumbre del cerro
Hacia el cielo plano que está ante nosotros

En la foto
Hecha hace treinta años
No se ve hasta qué estrella hemos llegado

La lente nos tomó por detrás
De nuestros rastros
No se leerá nada

 

El rojo zapato perdido

Mi bisabuela Sultana Urošević
En un dornajo de madera navegaba por el cielo
Y cazaba los nubarrones

Con la grasa del lobo y con las demás
Hacía muchos milagros
Pequeños y grandes

Después de su muerte
Seguía metiéndose en
Los asuntos de los vivos

La excavaron
Para ponerla en orden
Y enterrarla mejor

Yacía con los brazos bermejos
En el ataúd del roble

Sólo en un pie tenía
Un zapato rojo
Con manchas del lodo fresco

El otro zapato está perdido.
Lo buscaré hasta que viva.

 

Después del juego

Al final las manos se agarran el vientre
Para que el vientre no explote de risa
Pero ahí no hay vientre

Una mano apenas se levanta
Para quitar el frío sudor de la frente
Tampoco hay frente

La otra mano coge el corazón
Para que el corazón no huya del pecho
Corazón tampoco hay

Ambas manos caen
Ociosas caen sobre el regazo
Tampoco regazo hay

Ahora llueve sobre una palma
Y de la otra crece la hierba
Y para qué decir más

 

Ružokradice

Neko bude ružino drvo
Neki budu vetrove kćeri
Neki ružokradice
Ružokradice se privuku
Ružinom drvetu
Jedan od njih ukrade ružu
U srce je svoje sakrije
Vetrove se kćeri pojave
Ugledaju obranu lepotu
I pojure ružokradice
Otvaraju im grudi
Jednom po jednom
U nekoga nađu srce
U nekoga bogami ne
Otvaraju im otvaraju grudi
Sve dok u jednog srce ne otkriju
I u srcu ukradenu ružu


Traducciones del serbio al español de Bratislav Bežanić gracias a la gentileza de Fabián Vique

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Puentes II
por Claudia Hartfiel

Palabra y agua. Río, arroyo, curso manso que se convierte en catarata... siempre la misma agua y también otra. Y palabras, que fluyen creando hilos de sentido que circulan más allá de quien las pronuncia o escribe, haciendo suyo el paso del tiempo para seguir siendo las mismas y decir, cada vez, algo distinto.

El agua atrapada en una fotografía se deja acariciar por las palabras de dos poetas extraordinarios que se sumergen en ella para resurgir con nuevo brillo. Puentes que inauguran sentidos y sensaciones: una vez atravesados, seguirán en los cuerpos, fluyendo hacia otras orillas.








El río de mi pueblo no hace pensar en nada.
Aquel que está a su orilla está solo a su orilla.
Fernando Pessoa (Alberto Caeiro)










Vive sin horas. Cuanto mide pesa
            Y mide cuanto piensas.
En el correr incierto, como el río
            Cuyas ondas son él,
Mírate y pasa y al mirarte calla.
Fernando Pessoa (Ricardo Reis)








Amor mío
Tenemos los ojos azules de los prisioneros
Mas los sueños adornan nuestros cuerpos
Tendidos somos dos cielos en el agua
Y la palabra es nuestra sola ausencia
Georges Schéhadé








Miro el río y lo que hace
Cuando no hace nada el río.
Miro los rastros que deja
En su tránsito al borrarse
Lo que se ha quedado atrás.
Fernando Pessoa












Como esas Madonas que van al abrevadero
Con las hojas verdes de la locura
Y dejan atrás los campos de su país
Para conservar el agua preciosa de la tarde
Georges Schéhadé












Hay jardines que ya no tienen país
Y están solos con el agua
Palomas azules y sin nido los recorren
Mas la luna es un cristal de dicha
Y el niño recuerda un gran desorden claro
Georges Schéhadé


Poemas: Fernando Pessoa (Lisboa, 13/6/1888 — Lisboa, 30/11/1935) y George Schéhadé (Alejandría, 2/11/1905 – París, 17/1/1989) | Fotos: Claudia Hartfiel Compartir en Facebook      Compartir en Twitter

El amigo americano | Tomás Abraham
por Diego Singer

El mundo en el que habitan los filósofos está, mal que les pese a algunos, atravesado por los mismos desencuentros y luchas que inevitablemente atraviesan nuestra vida. No habitan en el empíreo ni mantienen, ante la atenta mirada de un público que los admira, límpidas deliberaciones en los claustros universitarios. Atados al común destino de los mortales, los filósofos practican todas las imposiciones del cuerpo: ocupan geografías, atraviesan y se imponen soledades, luchan por reconocimiento, traban amistades, despliegan mecanismos de dominación y comparten espacios de encuentro.

El último libro del filósofo argentino Tomás Abraham, El amigo americano, da cuenta de estos vaivenes alrededor de la figura del norteamericano Richard Rorty (1931-2007). Forma parte de la colección Pensamientos Locales que editan conjuntamente Editorial Quadrata y la Biblioteca Nacional y que incluye ensayos sobre Walter Benjamin por Ricardo Forster, Spinoza por Diego Tatián y Derrida por Roberto Ferro, entre otros. El libro está titulado en tapa: Rorty, una introducción, sin embargo el autor nos aclara en el prólogo que “este texto no es una introducción al pensamiento de Rorty”. Esta pequeña disputa por el sentido no es menor. Después de todo, como afirma Foucault en el segundo prólogo a su Historia de la locura en la época clásica, el prólogo es el “primer acto por el cual empieza a establecerse la monarquía del autor, declaración de tiranía: mi intención debe ser vuestro precepto”. Es cierto que el libro de Abraham no pretende funcionar como una introducción clásica a un pensador, una especie de pequeño manual para principiantes en el que se exponen cronológica y claramente los puntos más importantes de su obra. Apenas avanzamos con la lectura notamos que a Tomás Abraham le interesa sobre todo abordar las problemáticas de la amistad en la filosofía y desmenuzar las relaciones de fuerza que se dan alrededor de la figura de Rorty como habitante de diversos espacios de producción y debate filosóficos. Sin embargo bien podemos decir que el libro cumple con algunos de los requisitos básicos que exigimos a cualquier “Introducción”. Se trata de un texto accesible a una primera lectura -como por otra parte lo es buena parte de la obra de Rorty- y al cual podemos utilizar de consulta o apoyo para tener un panorama más general en el caso de estar leyendo una de las obras del autor introducido. El libro de Abraham es también una introducción en tanto presentación: “he aquí un amigo americano”, en tanto apertura e invitación a conocerlo. Y el estilo de la presentación es justamente el de la amistad. Nadie presentaría a un amigo intentando hacer un recuento enciclopédico de todos sus actos, discursos, vicios y virtudes, sino más bien mostrando los motivos por los que nos hemos acercado a esa persona, los lazos de unión y las pequeñas diferencias que mantenemos. “Qué mejor que compartir una nada con amigos” afirma Abraham respecto a la relación entre filosofía y amistad.

Lo que marca fuertemente el acercamiento de Tomás Abraham a un pensador como Richard Rorty es el proceso de conversión que este último ha llevado a cabo. Formado en la tradición analítica de la filosofía norteamericana, aquel territorio árido que hereda el giro lingüístico y el positivismo lógico, Rorty cruza el océano para abrevar en filosofías europeas continentales como la de Heidegger y la de Jacques Derrida (despreciados por la filosofía analítica) y termina asociado a la corriente de pensamiento pragmatista. En tanto no termina de romper con sus antiguos colegas analíticos y tampoco se entrega acríticamente a la filosofía de la diferencia, Rorty queda ajeno a estas tradiciones mientras sigue conversando con ellas. Esta capacidad de ruptura, de apertura, de multiplicación de las posibilidades filosóficas, es lo que seduce a Abraham y lo que le permite acercarse como un amigo. Richard Rorty se ha transformado en ajeno, en extranjero a su propia tradición. Y Tomás Abraham lo acompaña a lo largo del libro en su recorrido de polémicas, intercambios, discusiones y conversaciones.

En este recorrido, Abraham se siente a sus anchas analizando las relaciones de poder que se dan entre los discursos de diferentes tradiciones filósoficas. “Todo pensamiento tiene algo pronominal. Hay un quién, un contra quién y otro para quién. El cómo y el qué ni siquiera son posibles sin esta interlocución polémica”. Con una honestidad intelectual que no es muy común encontrar, Abraham acepta cuando no entiende, no ha leído correctamente o directamente no le interesa un texto filosófico. Para sentirse más en casa, recurre frecuentemente a los autores que su paladar francés ha gustado: Foucault para sentar posiciones frente a algunos analíticos y Deleuze para lamentar que Rorty no haya establecido una amistad filosófica con él, habida cuenta de algunas posiciones similares respecto al valor de la diversidad, la creatividad como motor filosófico y el valor del arte.

Podemos afirmar entonces que este libro puede funcionar (y no queremos hacer una afirmación sobre la esencia) como una introducción al pensamiento de Abraham. Si entendemos por pensamiento: las elecciones de referentes filosóficos, los modos de dialogar y escribir, la elección de problemas y el modo de abordarlos. “Contrastar, poner frente a frente, comparar lidiar, friccionar, es una de las variantes más bellas del arte del pensamiento” afirma Tomás Abraham. Y es una variante en la que ciertamente sabe ser certero y punzante.
Editorial Quadrata & Biblioteca Nacional | 2010 Compartir en Facebook      Compartir en Twitter


Huye rápido, vete lejos | Fred Vargas
por Andrea Barone

Gran policial negro que tiene como nudo una historia familiar, atravesada por la buena fortuna y la tragedia. Con el comisario Adamsberg deshilvanando, llevando a cabo la pesquisa en un pueblo de Francia, a partir de que se encuentra con un sembrador de peste, vieja enfermedad popularmente llamada muerte negra, algo de la historia que aporta una pista a la investigación. Sembrador de pulgas de ratas que utilizaba los servicios del viejo marino Joss, pregonero, quien leía en voz alta en la plaza pública los mensajes que eran depositados en su urna, en este caso especial en sobres de color marfil conteniendo fragmentos de viejos tratados sobre esa enfermedad. Sembrador también de los dibujos de los cuatros en diferentes puertas de vecinos, que operaban a modo de protección contra esta enfermedad que se encargaba de propagar y hacer existir anacrónicamente, metiendo un fuera de este tiempo y lugar atravesando ese pueblo y creando una puesta en escena generadora de paranoia y propagación de rumores. Siguiendo diferentes hilos se va tramando este relato y su correlato de investigación, siendo una de las claves para ésta la que el comisario encuentra en una charla con un psiquiatra, quien le aporta una vuelta freudiana a su lógica al introducirle el pensar como “traumático” el salir indemne, ileso de una “catástrofe”. Historia atravesada por los asesinatos que se van sucediendo y a los que poco a poco les va desentrañando la lógica; relato en el que va tomando cada vez más relieve la trama de una familia particular y sus distintas generaciones. Sus vicisitudes que incluyen padres brutales y madres lastimosas; abandonos y secretos; vencedores de la peste, violencia y creencias; descubrimientos y tortura, dinero y poder. Terminando en un tríptico de mentor, y entrecruzamiento de ejecutor/es a la vez que en diferentes pinceladas del amor.

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Breves

El hombre sentado | Ariel Magnus | Eterna Cadencia | 2010
Es habitual encontrar en el cine adaptaciones de novelas que, por el motivo que fuere, son consideradas aptas para un paso a la pantalla grande. Ariel Magnus no desanda ese camino, elige la vereda de enfrente, el carril a contramano para plantar un texto que podría considerarse como la lectura hecha libro de una película previamente filmada. El film en cuestión es Canciones del segundo piso de Roy Andersson, a quien el autor le dedica la novela que de otro modo no hubiera sido. El hombre sentado es un compendio, un bestiario, un catálogo de hombres cuyas vidas, entramadas o no en el texto, dan una dimensión coral de lo que es la vida en los países nórdicos, de la lectura que de ellos pueden hacer los extranjeros que allí llegan, de las miserias y calamidades que esas sociedades tienen. Pequeños relatos que giran en torno a hombres cuyas vidas transcurren en un par de días en el tiempo, días en los que una secta corta el tránsito en la ciudad de Estocolmo hasta poder conseguir a una virgen para sacrificar y evitar el fin del mundo que presagian con la llegada del año 2000. Cada uno de los capítulos que lo componen, y muchos de los cuales pueden leerse como cuentos con historias autocontenidas, llevan como título El hombre + un adjetivo que da cuenta de lo que el personaje en cuestión vivirá. Haber elegido, entonces, al hombre sentado, puede contener (o no) alguna clave para interpretar el todo, pero sin perder la perspectiva de que, también, el hombre sentado es aquel que es espectador de un film o el escritor que hace su trabajo.

 

La mujer en la luna | Milena Agus | Edhasa | 2008
La mujer en la luna es una nouvelle en la cual el punto de partida es la reconstrucción de algunos aspectos de la vida amorosa de la abuela de la voz que narra, la de una joven que está a punto de contraer matrimonio. Una vida amorosa que es proyección de todo el abanico de vicisitudes de la vida misma y una de las tantas referencias posibles para entender a una sociedad, sus cambios, sus formalidades, sus lados oscuros. En el texto de Milena Agus hay dos momentos históricos que, por superposición, hablan de las consideraciones morales de cada uno de ellos y sus mutaciones en el tiempo: por un lado está el relato de la nieta que reconstruye, por el otro el devenir de su abuela. Si bien esta historia, escrita con una riqueza envuelta en formas de sencillez, comienza en la Italia de 1943, a fines de la Segunda Guerra Mundial, el contexto no sólo aporta la circunstancias que sirven como marco a las vidas de los personajes, sino que se propone como lo que propicia el encuentro que provocará la curiosidad de la protagonista del relato: una breve, intensa e inolvidable historia de amor entre esa abuela adorada y un reduce (veterano de guerra, en italiano) al que se conoce sólo por ese adjetivo convertido en sustantivo; encuentro que se convierte en nodo. Las preguntas que sobre esa historia se desprenden, el casamiento por conveniencia de su abuela ya pasados los 30 años de edad y el misterio que constituye la leyenda familiar son los disparadores de las preguntas que la protagonista tiene para hacerse en las previas de su propia boda.

 

Chesil Beach | Ian McEwan | Anagrama | 2008
La noche de bodas de una pareja de jóvenes vírgenes en un hotel a la vera de la playa Chesil es el escenario que le sirve al autor para poner en escena una novela que contínuamente juega con la apariencia, la simplicidad y las napas profundas del ser que pugnan por salir, que amenazan estallar como un géiser. El tránsito de esa noche, desde la cena hasta la vuelta de la caminata (trastocada en su fin deseado) está plagado de relatos, indicios, sospechas, juicios de valor, recuerdos, fantasías, todos los retazos simbólicos que ocupan la cabeza, y por qué no el cuerpo, de los recién desposados. Ubicada en una época bisagra de la historia de la moral occidental, previa a la distensión producida en los años '60, pone de manifiesto primero la brecha y luego el abismo que separa las formas sociales y el deber ser de las angustias y deseos particulares de cada uno de los sujetos. Que la pluma de Ian McEwan acompañe esos movimientos, que van del leve balanceo al sacudón violento, nos devuelve una dimensión más que interesante y precisa de una historia que se acomoda en los recovecos íntimos de esa pareja y se proyecta, como una sombra, sobre la sociedad que los forja.

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