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Ser poeta no es una ambición mía, es mi manera de estar solo
Fernando Pessoa

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Fotos: Juan Pedro Calabrese
Osvaldo Bayer | Entrevista

por Javier Martínez

Son muchos los motivos por los cuáles es un placer conversar con el señor Osvaldo Bayer. Desde las implicancias en la formación política de cada quién porque uno se encuentra con un prócer non fiction que puso en cuatro tomos una historia de violencia política que, durante años, estuvo clausurada: La Patagonia Rebelde. Pero más allá de ese y otros tantos aciertos escritos, este hombre, nacido en Santa Fé en 1927, es un hábil prestidigitador con una facilidad increíble para entrelazar hechos históricos con un humor ácido, corrosivo y certero; con picardía y astucia. A los 84 años, le pone el cuerpo no sólo a sostenerse y sostener sus palabras, sino también a algo que estuvo presente en su vida, desde muy pequeño: los viajes. En su ya mítico El Tugurio del barrio de Belgrano recibió a ESTO NO ES UNA REVISTA y nos ofreció una charla en la que nos brindó matices inesperados de algunos de los mejores momentos de su vida.

Sus viajes empezaron siendo muy pequeño...
Sí, a los 40 días ya nos fuimos a vivir a Tucumán. A los 4 años nos fuimos a vivir a Bernal, al lado de Quilmes. A mis 7 años nos mudamos aquí a Belgrano. Y salvo la época en que me casé, que viví en Martínez y el tiempo en que viví en Alemania y el exilio, volví a la casa de mis padres. Esta es una parte que me tocó en la herencia y me basta para mí.

¿Esas mudanzas y movimientos de pequeño eran por alguna obligación de trabajo de su padre?
Claro. Mi padre, que también había nacido en la colonia de Humboldt, en Santa Fe,  trabajaba en los telégrafos  de la Siemens, trabajaba en los correos, lo trasladaban de un lado para el otro: instalaciones, inspecciones...

¿En qué año llegó su familia a la Argentina?
En 1891. Mi abuela llegó a la Argentina embarazada de mi padre. Nosotros éramos 3 hermanos, el mayor nacido en Río gallegos y los otros dos ya nacimos en Santa Fe.

¿Cómo vivía eso viajes cuando era pequeño?
Siempre maravillado. Todas las vacaciones íbamos a Humboldt. Me la pasaba andando a caballo en esas colonias agrícolas. Así que tengo un recuerdo muy lindo de la niñez y la adolescencia.

¿Y su adolescencia?
La pasé toda aquí en Belgrano, desde los 7 años hasta los 24 en que me fui a vivir a Alemania. Allá estudié, me casé y nació mi primer hijo. Después volví, a los 5 años, y comencé a trabajar en el diario Noticias Gráficas y de allí me fui a hacer periodismo al interior, a la ciudad de Esquel y al año me expulsó la gendarmería por la línea que le di al diario en defensa de los pueblos originarios.

Ahí funda La Chispa.
Ahí fundo La Chispa, cuando me echan del diario Esquel. Entonces, me fui a vivir a Martínez donde tenía una casa muy linda. Y al día siguiente de volver de la patagonia entro a trabajar en el diario Clarín. Al año, me eligen delegado de la redacción. Yo fui el que hizo la primera huelga de la historia en el diario Clarín (Risas). Y después, fui elegido secretario general del Sindicato de Prensa, donde estuve 4 años. Y volví al trabajo porque siempre sostuve que ningún delegado debe serlo por más de cuatro años; hay que dejarles lugar a otros porque si no se cae en la burocracia, como vemos... No vamos a nombrarlos (Risas). Después hice mucho periodismo, en Clarín y en muchas revistas al mismo tiempo, hasta que murió Noble, que me apreciaba mucho. Noble quería imitar a Botana, director de Crítica. Y Botana tenía la mitad de sus redactores de derecha y la ora mitad de izquierda. Y Noble hizo lo mismo. Hasta me nombró Secretario de Redacción y me dio las partes más difíciles que, cuando me dijo eso, yo no le creí. Cuando me dijo eso, le contesté: “No, doctor, usted sabe que yo soy de izquierda”. Y me respondió: “Por eso mismo. Están diciendo que la mesa de redacción de Clarín es de derecha y yo lo voy a poner a usted y lo voy a nombrar jefe de las secciones más difíciles: partidos políticos y fuerzas armadas”.

¿En qué año fue eso?
En el año 1965. Y en el año 1969 muere Noble y ya entra el frigerismo: la viuda de Noble lo hace entrar a Rogelio Frigerio y compañía; todo el equipo era de Frigerio: Magnetto, Aranda y todos ellos. Y como ellos querían las secciones de partidos políticos y  fuerzas armadas me dieron una embajada, como se le dice: me dieron la parte literaria del diario. Yo, a ese suplemento, lo llamé Cultura y Nación, que se  conservó hasta que salió la revista Ñ, hace relativamente poco. Y ya en el año 1973 vi que me cambiaban... Como antes se armaba en plomo y todo lo demás, yo terminaba los miércoles a la noche con los armadores y dejaba todo listo y, al día siguiente, me daba cuenta de que habían cambiado algunas notas y fui a quejarme diciendo: “¿Por qué no me lo dicen antes? ¿Por qué me sacan las notas cuando yo me voy? Yo, en estas condiciones, no puedo seguir”. Así que me preguntaron qué quería hacer y les dije “Quiero ser cronista viajero. Si me dan un auto y un fotógrafo me voy a recorrer los pueblos que no aparecen en el mapa para traer el sueño y lo que piensan esas poblaciones”. La respuesta fue “Bueno, cómo no”... Con tal de que me alejara del diario... (Risas) Hice 27 notas y no me publicaron ninguna. Así que con la nota 27 fui y les dije “He comprendido. Ustedes quieren que yo me vaya”. La respuesta de Octavio Frigerio fue un sí, pero fue resolución de Magnetto.

¿Ya entonces tomaba esas decisiones el contador?
Todo lo hacía él porque la mujer no tiene noción del periodismo, nada... Y ya me dediqué al cine. Hice el guión de La Patagonia Rebelde, pero llegó el tiempo difícil. Filmamos en enero de 1974 y en octubre de ese año, en el gobierno de Isabel Perón, ya aparecimos en las listas de la Triple A todos los que trabajamos en esa película y tuve que irme al exilio, donde pasé 8 años. Volví en 1983.

¿Le dieron un ultimátum o fue suficiente con la lista de las AAA?
Fue suficiente con estar en esa lista, que salía en los diarios. Estaba condenado a muerte y me daban 24 horas para dejar el país. Y yo no me fui. Me fui en febrero del año siguiente.

Volvamos a 1963...
Ese año estuve preso porque di una conferencia sobre Rauch. Mirá lo que son las cosas: ayer en Azul se le puso el nombre de Arbolito a una escuela, que antes se llamaba General Roca. Para mí, fue una gran satisfacción. Fue uno de los mejores momentos de mi vida porque fue una fiesta tan popular, tan hermosa... Y ver que una escuela, por el voto de los docentes, los alumnos y los padres de los alumnos tenga el nombre de ese héroe ranquel que mató al Coronel Rauch, que era un genocida, fue un gran triunfo.

Arbolito es el nombre que usted había propuesto para la localidad de Rauch.
Claro, en el año 1963. Y así me fue. Porque como digo siempre, hay que estar muy bien informado antes de hacer las cosas. Y yo no me había dado cuenta de que el ministro del Interior de ese momento, en la dictadura militar, era el general Juan Enrique Rauch, el nieto del coronel Rauch. Así que llegué a Buenos Aires y fui directo a la cárcel (risas). 63 días en una cárcel de mujeres.

¿Por qué en una cárcel de mujeres?
Porque no había más lugar en las otras cárceles. Estaban todas llenas.

Por un momento pensé que, partiendo de un pensamiento machista y reaccionario, mandarlo a la cárcel de mujeres, para ese general, era un modo de humillarlo.
¡Claro! Primero estuve dos días en el departamento central de policía, tirado en el suelo. Y después, a las 5 de la mañana, aparece un oficial de policía que gritó “¡Osvaldo Bayer!”, en ese tono que sólo tienen ellos. “Soy yo”. Y dice (imita la voz de mando de un militar): “¡Usted va destinado a una cárcel de mujeres!”. Eramos unos 200 tipos tirados en el suelo, presos comunes, detenidos en esas noches, y cuando el oficial dijo lo de la cárcel de mujeres todos los tipos que estaba durmiendo se levantaron a mirarme. No sé qué pensaron, si “¿qué será este tipo?” o “¡qué suerte que tiene!” (Risas). Yo amo a las mujeres pero que no me confundan, así que reaccioné y le pregunté por qué iba a una cárcel de mujeres. Y el oficial miró el papelito donde no había nada escrito, cosa que yo ya sabía, e inventó algo: “¡Porque usted no merece ir a una cárcel de hombres!”. Más me miraron los otros presos (Risas). Pasé en esa cárcel de mujeres 63 días. No voy a dar detalles pero no la pasé mal. Cosas de la vida.

¿Volvió a tener contacto con alguna de las mujeres que estuvieron presas con usted?
No. Porque ellas le rajan a eso. Era una cárcel de prostitutas y ladronas. No quieren saber nada.  Y más con un tipo como yo, poeta y cosas así. “Vaya a saber por qué lo metieron acá. No es un tipo normal”.

¿Cómo tomó conocimiento de la historia de Arbolito?
Porque me invitan en 1963, a la biblioteca pública de Rauch, provincia de Buenos Aires, a dar una conferencia. Y pensé de qué podía hablarles. Así que decidí que iba a hablarles de su patronímico. Así que fui al Archivo General de la Nación y leí una carpeta con todos sus comunicados y todo lo demás. Era un genocida tremendo. Por ejemplo: “Primer comunicado. Hoy, para ahorrar balas, hemos degollado a 27 ranqueles”; punto. No se toma ni siquiera la molestia de explicar por qué se los degüella, es sólo para ahorrar balas; amén de los otros comunicados. Entonces, cuando volví a Buenos Aires, me metieron preso. ¡Hay que tener mala suerte! Es como sacarse la Lotería de navidad al revés (risas), porque que el ministro del interior fuera un Rauch... ¿Quién se llama Rauch en este país? Nadie. Y que así se llame el ministro del Interior de una dictadura que había impuesto el estado de sitio...

En esa época era otro el tiempo de circulación de las noticias. ¿Sabe cómo llegó lo que usted dijo a oídos del nieto de Rauch?
Algún alcahuete. Yo me di cuenta. Porque cuando, después de mi conferencia sobre el genocida Rauch, le propuse al numeroso público que colmaba la biblioteca cambiar el nombre de la ciudad por el hermoso nombre Arbolito... Voy a usar un término del lunfardo para expresar bien lo que pasó: todo el mundo rajó. Salvo dos viejitos, en primera fila que hicieron sonrientes (hace un gesto de aplauso), pero sin sonido, por las dudas (risas). Se ve que estaban todos a favor de Rauch. “¡Un indio! ¿Cómo...? ¿Qué...?”.

¿No sabían a quién iban a escuchar?
No. No sabían. Imaginate: ellos, orgullosos de que su ciudad llevara el nombre de un coronel. ¡Y encima con un ministro del Interior que se llamaba igual! Hay que ser desinformado, che... Cuando estaba en camino me decía: “¡Qué boludo que soy! Si hubiera dicho esto en la localidad de Tuyutí, no hubiera pasado nada" (Risas).

En 1952 hace su primer viaje a Alemania. ¿Cómo encuentra ese país en la posguerra?
Justamente yo quería conocer esa Alemania de posguerra y fui a estudiar, y esa juventud alemana comenzó a preguntarse: ¿cómo nuestros padres pudieron apoyar a un régimen como el nazi? Me encontré en ese gran período en que la nueva generación quería saber. Y realmente pasé unos cinco años maravillosos para mí. Aprendí muchísimo porque el estudiantado discutía sobre eso, de política, de sociología, había una fiebre... Cuando llegué, las ciudades todavía estaba destruidas, como Hamburgo, donde viví. Las ciudades las reconstruyeron las mujeres porque los hombres jóvenes casi todos habían muerto y los que volvían de ser prisioneros estaban destrozados.

Es interesante lo que dice sobre las preguntas que se hacía la juventud porque es llamativo cómo se ha trasladado el régimen nazi a gente de mi generación, como consecuencia de 3 ó 4 ó 10 asesinos genocidas que asaltaron el poder y pareciera querer borrarse el arraigo que tuvo en los alemanes y el fuerte apoyo que le dieron a Hitler.
Por supuesto que todo tiene su explicación pero, a pesar de todo, es inexplicable. Ese pueblo que había sido capaz de hacer la revolución de 1919, que había volteado al Kaiser y que había formado un gobierno democrático votando a los social demócratas, de pronto tomó esa línea. Lo que pasa en que, sin querer comparar, algo similar sucedió, como fenómeno de masas, con el peronismo, que también surge a partir de una dictadura militar. Y, así como el peronismo es el que le da trabajo a la gente y un nuevo estatuto, lo mismo pasa con el nazismo. El nazismo entra, no por el voto popular. No sacó poco, sacó un 43%, pero no es la mayoría. Pero fue apoyado por el Partido Católico, por el Partido Liberal y por toda la derecha y así subió Hitler. Cuando asume el poder había 10 millones de desocupados. Al año y medio ya no había desocupados en Alemania y empezó a hacer las colonias de vacaciones para las madres solteras y la juventud;  y leyes sociales (de allí eso de nacional-socialismo); cosas de ese tipo. Además, les metió en la cabeza eso de que ellos no eran los culpables de la guerra europea, que el verdadero culpable era ese capitalismo feroz y que él no era capitalista. Entonces, aunque ya no se votaba, la gente empezó a apoyarlo. Fue el régimen más irracional; lo llevó a la perdición más absoluta, al racismo; a la voluntad de un solo tipo. Hitler era un loco total. Uno escucha los discursos ahora y, lo mismo dicen los alemanes ahora, cuando se preguntan cómo sus antepasados pudieron apoyarlo: era un loco, hablaba como un loco, dramático y todo lo demás. Pero, claro, hay que ponerse en ese momento. Y, dentro de  todo, Perón siguió un camino similar pero no cometió dos grandes errores que cometió Hitler: primero, no se metió en la guerra (Hitler se metió en la guerra contra todos); segundo, no promulgó ni promovió leyes racistas; no se metió contra los judíos, aunque, había alguna que otra cosa...

Creo que hay que asumir que los rasgos racistas son parte de la idiosincrasia criolla. Basta con recorrer algunos hitos de la literatura, por ejemplo, a los cuáles no se los puede acusar de nazis...
Claro... Además, todo lo que vino después de Perón fue peor...

Y lo anterior más o menos...
(Risas) ¡Y claro! ¿Entonces qué querés? Aunque Perón le dio su apoyo al franquismo y algunas otras cosas... Entraron miles de nazis a la Argentina.

Vuelvo a esa juventud que se cuestiona el hacer de sus padres, porque cuando usted viaja, apenas habían pasado siete años de ese régimen feroz. Es muy poco tiempo para tener perspectiva histórica y sólo se puede explicar a partir de una rotunda derrota.
La derrota fue total. Absoluta. Perdieron todo. Las ciudades destruidas. Murieron 20 millones de personas. Todas las familias tenían un padre perdido, un hermano muerto, familiares que murieron en los bombardeos. Tuvieron que empezar de nuevo. Yo viví todo ese período. Para colmo, la división entre la parte oriental y la occidental de Berlín.

Cuando vuelve a la Argentina, la Revolución Libertadora ya había usurpado el poder; así que se encuentra con la etapa post-peronista.
Me encuentro con la Revolución Libertadora de los milicos, donde había, por ejemplo, más libertad en el periodismo que en épocas anteriores. Con el peronismo era muy cerrado. Por ejemplo, durante el peronismo cerraron el diario La Prensa, entre otros. En cambio, Aramburu dio mucha libertad a la prensa. De modo que yo, en el diario Noticias Gráficas, podía escribir de lo que se me diera la gana.

¿No había censura?
No, no había censura. Aramburu quiso aparecer como un liberal. Pero se levantaron los peronistas y los fusiló; y otros tantos peronistas estaban en cana. En la prensa había libertad.

¿Qué lectura hace de los fusilamientos de José León Suárez, que son cercanos al tiempo en que usted vuelve a la Argentina?
No tenían ningún derecho de hacerlo. Una dictadura no tiene ningún derecho de hacer nada. Además, sin juicio previo, ni defensa. Y en la Argentina no había pena de muerte desde los tiempos de Irigoyen. No tenían ningún derecho a implementar ninguna pena de muerte. Fue un crimen feroz. Lo mismo que la Operación Masacre que pinta Rodolfo Walsh.

¿Llegó a hablar con Rodolfo Walsh sobre esa masacre?
Sí, fuimos muy amigos y hablamos sobre ello. Todos aprendimos un poco de él, era el mejor de todos. Nacido en el mismo año que yo; me ganaba por un mes... Y hace poco murió David Viñas, también del año ’27 y también un gran escritor.

El trabajo que hizo Walsh con Operación Masacre me resulta muy afín al que usted hace, años después, con la masacre de obreros en la Patagonia. ¿Usted encuentra algún punto de contacto entre ambas producciones?
Yo creo que fue algo de la época. Cuando empecé a hacer periodismo (comencé a enviar notas desde Alemania a la revista Continente) ya tenía ese estilo. Supongo que será un estilo que muchos fuimos aprendiendo en esa época. Porque en algunas cosas, La Patagonia Rebelde es similar al estilo de Rodolfo. Pero también creo que yo ya lo tenía desde antes. Y, por supuesto, Rodolfo no tenía ninguna necesidad de inspirarse en mis notas (risas). Tenía una capacidad increíble. Fuimos muy amigos. Me acuerdo del último encuentro que tuvimos, de casualidad... Eramos unos locos totales. Yo había salido en la lista de la Triple A y él era el más buscado de la Argentina. Y, de pronto, nos encontramos en Corrientes y la 9 de Julio, donde estaba el Trust Joyero Relojero, ¿se acuerda? Y me miró y me dijo: “¿Qué hacés vos acá?”; y lo miro y le digo: “Mirá quién habla” (risas). Me hizo una seña con la cabeza y nos fuimos a la vidriera del Trust Joyero a conversar mientras hacíamos que mirábamos los relojes. Entonces me preguntó qué hacía en Buenos Aires. Insistía con que tenía que irme: –Vos escribiste lo de la Patagonia; –¡Y vos escribiste Operación Masacre! Y te metiste con el peor de los gremialismos; –Bueno... Vamos a tomar un café. Y nos metimos en un cafecito de ahí a la vuelta, a media cuadra. Nos fuimos al fondo del bar y estuvimos conversando como una hora. Ambos teníamos la experiencia de una Facultad de Filosofía que era de extrema derecha porque se la habían entregado a la facción más de derecha de la iglesia católica. Yo estaba podrido de estudiar a Santo Tomás de Aquino, además de que estaba la banda de la Alianza Libertadora Nacionalista, con Jorge Cesarsky, que te provocaban y te rompían el alma... Y me acuerdo de que le hice una pregunta fundamental: “Yo no sé, querido Rodolfo, ¿cómo te hiciste peronista, teniendo nosotros la experiencia de la facultad de Filosofía del primer peronismo?”. Y me respondió: “No te equivoques, yo no soy peronista; soy marxista. Pero, ¿dónde está el pueblo?”. Y le dije: “Sin ninguna duda, el pueblo es peronista, pero no es revolucionario; no los va a acompañar”, a lo que me respondió: “Ya vamos a ver”. Pobre... Cómo se equivocó. Yo no le reprocho su equivocación porque no tengo ningún derecho a hacerlo y, en realidad, tampoco a decir que se equivocó porque nunca hice una revolución. El creía firmemente que el pueblo iba a acompañarlos.

¿Cómo vivían en esos momentos?
Yo no quise irme cuando salí en la lista de la Triple A. Le dije a mi mujer que se fuera con mis cuatro hijos. Me acuerdo de que se fue en barco, al día siguiente. Y yo me fui a vivir a una quinta en Quilmes, de dos viejos anarquistas españoles. En octubre de 1974 salí en la lista de la Triple A pero recién me fui en febrero de 1975. En la quinta de estos anarquistas, que eran dos grandes tipos, no compraban diarios, no tenían televisor y no tenían radio. ¿Y cómo me informaba? ¡Tenía que estar informado! –Don García, ¿acá no compran diarios?; –Nada, nada. Acá no entra ningún producto de la burguesía. Si quieres pasar el tiempo, ahí tienes discos de zarzuelas españolas. Lo único que me faltaba (risas). Por las mañanas le decía a Don García que me iba a caminar un poco; por un lugar de quintas tan hermoso, el canto de los pájaros, un frescor... Y me iba al kiosco, me compraba un par de diarios, los leía, los dejaba por ahí y volvía. Pero estos viejos tenían una perspicacia: “Si te compras esos productos puedes traerlos, leerlos y después los tiramos a la basura, pero no tirarlo por ahí”. Al final me di cuenta de que podía hacer mucho más estando en el exterior que allí, gozando de esa naturaleza. Y entonces me fui, pero cometí un gravísimo error: al año siguiente volví, porque Isabel Perón había convocado a elecciones. Eso fue en febrero de 1976. Pensé que, habiendo convocado a elecciones, iba a haber más libertades, porque históricamente había sido así. A las pocas semanas, la dictadura. Ahí me sacó la Embajada de Alemania, quienes se portaron muy bien conmigo. Me sacó el Agregado Cultural como refugiado alemán. El avión de Lufthansa me estuvo esperando como una hora en el aeropuerto y así pude salir.

Su familia estaba en Alemania.
Si, hasta que no consiguiera seguridad no iba a dejar que volvieran. Y fueron 8 años de exilio. Volví en octubre de 1983. Todavía estaba la dictadura de Bignone, pero una semana después fueron las elecciones que ganó Alfonsín. Hay un film que hizo la televisión alemana, que me acompañó en mi vuelta.

¿Con qué Alemania se encuentra cuando viaja en  1975?
Con una Alemania diferente, muy capitalista, muy aliada de Estados Unidos. Pero viví lo del Mercado Común Europeo, que fue un gran paso hacia adelante. Y también viví la reunión de Alemania, la caída del muro. En esos días estaba allá. Porque cuando volví del exilio fue muy difícil; no había trabajo para los exiliados. Alfonsín se portó muy mal con los exiliados y nadie te recibía, era como si uno estuviera infectado. Así que cada 6 meses volvía a Alemania, a trabajar allá y a traer las divisas para poder vivir acá los otros 6 meses; una cosa increíble. Hasta que salió Página/12 y me dieron trabajo.

¿Qué trabajo hacía en Alemania en ese momento?
Trabajaba en la docencia universitaria y en el periodismo, en la televisión alemana. Leía los noticieros de la versión española de la Deutsche Welle.

¿Cuándo empieza a trabajar en La Patagonia Rebelde?
Yo era jefe de la sección política y uno de mis redactores era jefe de Félix Luna, quien entonces crea la revista Todo es Historia. Y él sabía que yo había estudiado historia y que tenía algunos escritos en los que me ocupaba de ello y que el tema que más me interesaba eran las huelgas patagónicas porque mis padres habían vivido en Río Gallegos en esa época. Mi hermano mayor nació allí en 1922 y vivieron esas huelgas. Y mi padre, como era un tema que estaba muy escondido, desde que yo era chico, nos contaba sobre las huelgas patagónicas y que nunca se había escrito nada sobre ellas. Mi padre era escritor pero no se atrevió a escribir sobre eso.

¿Su padre era militante anarquista?
No, era socialista anti-nazi. Y a mí me interesaba mucho ese tema. Ya había empezado a estudiar el anarquismo en Alemania porque había una tendencia en la posguerra de un socialismo más libertario que la propia social-democracia; no tanto el voto como la asamblea y esas cosas... Y a mí  me interesó muchísimo y fui a muchos seminarios sobre anarquismo que jóvenes profesores nos daban. Había un gran interés por los temas políticos. Y traje siempre esa tendencia y cuando empecé a trabajar en periodismo, a hacer notas, me interesó aquello que en los medios nunca aparecía, los olvidados de los medios. Por eso, cuando entré a Noticias Gráficas y me preguntaron a qué sección quería ir, elegí policiales, porque me interesaba saber la otra capa más negativa de la sociedad; cosa que me dio mucha experiencia. Empecé a investigar porque me sentía más historiador que periodista. El periodismo era algo que hacía como trabajo. Yo quería hacer investigación histórica pero no con un lenguaje academicista, como escriben para públicos selectos, sino para todo el pueblo. Se puede escribir con la misma profundidad y decir todo lo que se dice de otro modo con palabras que lo entiendan todos. Y cuando Félix Luna saca Todo es Historia, me dice que escriba notas. Y empecé a hacer notas con los grandes negociados y temas desconocidos. Lo primero que escribí fue sobre el affaire de El Palomar y cómo se habían vendido las tierras; investigaciones sobre anarquistas; sobre el caso de La Rosales, del que nunca se había hablado, ese buque de guerra que fue un affaire tremendo de la Marina de Guerra. Todos temas desconocidos. Escribí sobre los más perseguidos y, fundamentalmente, sobre Severino Di Giovanni, el más perseguido e injuriado por la prensa, que lo llamaba “el ladrón”, “el asesino ponzoñoso”, etc. Me propuse saber la verdad sobre ese individuo. Busqué y encontré a los viejos compañeros de sus asaltos. La mitad de los que no habían sido muertos, vivían todos e hice un asado con todos ellos en mi casa de Martínez. Vinieron como 10, todos viejitos que se reían y se reían y tenían, entre todos, como 150 años de prisión (risas). Y encontré montones de documentos, en el archivo policial encontré las cartas de él, es decir, todo lo que la policía se robó estaba allí. Para mí, son las mejores cartas de amor que leí en la vida. Y la conocí a América Scarfó, que había sido su compañera. Hice dos notas para Todo es Historia. Y a la segunda nota vino a verme Guillermo Schavelzon, el editor, y me dijo: “Bayer, tiene que hacer un libro con eso. Va a ser un éxito”. Le dije que no tenía tiempo, trabajaba en dos lugares, tenía cuatro pibes, mi vida era un  despelote... Pero me puse a trabajar y salió el libro Severino Di Giovanni, que fue un best seller durante varias semanas. Mientras tanto, habían salido dos notas sobre las huelgas patagónicas pero había hablado, solamente, de lo que había podido investigar acá: las venganzas, la muerte de Varela a manos de Wilckens; por eso Los vengadores de la Patagonia Trágica... Y viene Schavelzon y me dice que ese va a ser mi segundo best seller. Le dije que era algo que iba a demorar, así que me puse a trabajar. En mis vacaciones, me iba a la patagonia; me llevaba a mi familia en auto, haciendo esa inmensa cantidad de kilómetros para mostrarles la patagonia. Los mayores eran adolescentes y ya querían ir a esas playas que empezaban a hacerse famosas: Villa Gesell, a ver las chicas en malla y yo los llevaba a la patagonia donde hacía frío hasta en verano.

¡Y a perseguir fantasmas anarquistas en vez de chicas!
(Risas) Y entonces le dije a mi mujer que ella se fuera con los pibes a esas playas, como sea que se llamen y yo me iba a la patagonia. Durante años investigué y tuve la suerte de encontrar a muchos, cuarenta años después de la masacre; los suboficiales, los oficiales, salvo Varela, claro, al que Wilckens había liquidado; vivían muchos de los estancieros que tenían más de ochenta años; Correa Falcón, por ejemplo, que había sido presidente de la Sociedad Rural, tenía 87 años cuando me recibió en su residencia de La Recoleta y me presentó a su esposa inglesa, como bien le correspondía a un estanciero argentino... Y en los archivos policiales y de la justicia, la cuestión obrera, los allanamientos, todo estaba documentado. De los cuatro tomos de La Patagonia Rebelde, son todo documentación. Tanto es así que me fui perseguido. La película La Patagonia Rebelde se filma sobre los dos primeros tomos. Y viene la persecución. El tercer tomo sale durante la presidencia de Isabel Perón pero la película es prohibida el 12 de octubre, día que salimos en la lista de la Triple A y después, esos primeros tres tomos, son quemados por la dictadura militar, en nombre de Dios, Patria y Hogar. El cuarto tomo tuvo que ser editado en Alemania; es increíble, una fantasía de la realidad: el cuarto tomo, de un hecho ocurrido en Argentina, escrito y editado en español, salió en Alemania. Así y todo, me puse muy contento porque sentí que la historia estaba terminada, que ya no me podían perseguir. Mandé esa edición a las bibliotecas latinoamericanas, a otras argentinas y a alguna gente en particular, muchos libros fueron destruidos porque había censura, pero como en toda censura en Argentina, muchos libros pasaron y estaban en la biblioteca.

Hasta la publicación de La Patagonia Rebelde y su posterior paso al cine, ¿no se conocían esos fusilamientos en la patagonia?
Sobre los fusilamientos, no. Las historias oficiales decían que había habido un movimiento anarquista en la patagonia, subversivo, que tuvo que ser reprimido por el ejército, nada más. Sólo eso. Se puede leer la misma historia por José Luis Romero, resumida por el hijo, donde La Campaña del Desierto tiene media página y las huelgas patagónicas no tienen registro, no tenían importancia.

Y eso que fue un hecho muy violento.
Muy violento, hecho por un gobierno democrático. En el tercer y cuarto tomo están las discusiones que hubo en la Cámara de Diputados y cómo el radicalismo, como no tiene pruebas, se retira y quita el quórum; una cobardía absoluta.

Además, el gobierno de Irigoyen tiene sobre sus espaldas otro hecho violento como lo fue la Semana Trágica.
El gobierno de Irigoyen tiene la Patagonia Rebelde, la Semana Trágica y la represión de los hacheros de La Forestal. Y los radicales nunca hicieron una autocrítica, cosa que siempre les he reprochado.

De la represión de los hacheros es la película Quebracho, de Ricardo Wullicher.
Que tiene una gran mentira histórica. Cuando yo me voy a... Nos habían perseguido... Una vez que terminamos la película estuvimos tratando de exhibirla durante tres meses, mientras que Quebracho se presentó inmediatamente y no tuvo ningún problema. Justamente, nos invitan para llevar La Patagonia Rebelde al Festival de Berlín y viajé en el mismo avión junto a Wullicher, quien había sido invitado con Quebracho al Festival Internacional de Karlovy Vary, en Checoslovaquia. Y me dijo “Qué despelote con La Patagonia Rebelde, qué quilombo que tuviste vos”; a lo que le respondí: “Vos no tuviste quilombo porque no dijiste la verdad histórica; vos no mostraste que la represión la hizo el 12 de Infantería ordenado por Irigoyen. Vos pusiste que lo hizo la policía particular de los británicos, cosa que no es cierta”. Entonces me mira y me dice: “¿Y qué querés? ¿Qué me coman los leones?”.

¿Cómo surge la idea de la película sobre La Patagonia Rebelde?
Yo ya había hecho La Mafia con Torre Nilson. Estaba muy cabreado con él, porque a mí me gusta mucho la verdad histórica que tiene mucho más fantasía que la realidad, pero me la tergiversó, no importa... Tenía hecha esa experiencia, trabajaba en Clarín, había publicado los dos primeros tomos y me llama un tipo que no conocía y me dice: “Mire, lo llama Héctor Olivera... Yo estoy filmando en la patagonia la película El profesor patagónico, con Luis Sandrini, y anoche compré su libro en Bariloche, lo leí en una noche, no pude dormir, y me dije: acá está mi próxima película. Así que le pido los derechos...”. Como yo ya conocía cómo eran los directores de cine, le dije que lo iba a pensar y que me llamara al día siguiente. Quería saber quién era Olivera porque no lo conocía. Así que fui a la sección cine del diario y pregunté quién era. Me dijeron: “¡Uh! No te metas con ese que hace sólo películas para ganar plata”. Al día siguiente, Olivera al teléfono. Yo me había pensado la respuesta porque son todos muy pillados, así que le dije que aceptaría pero con dos condiciones: el guión lo escribía yo mismo y tenía que respetar, al pie de la letra, hasta la última escena; además de pedirle estar presente durante toda la filmación. Todas condiciones para que me dijera que no. Hubo un silencio como de un minuto y me dijo que estaba de acuerdo, así que no le pude decir que no (risas).

Son muchos los motivos por los cuáles es un placer conversar con el señor Osvaldo Bayer. Por eso, en su ya mítico El Tugurio del barrio de Belgrano, el timbre suena cada dos por tres. Lo buscan, lo saludan, lo entrevistan; charla en la puerta, en el pasillo, donde lo encuentre la palabra. Podríamos habernos quedado horas recorriendo tiempos y geografías, pero nuestra charla llegó a su fin. Y allí nos fuimos, con un DVD sobre su regreso a la patagonia bajo el brazo, préstamo cuya devolución será una buena excusa para volver a visitarlo.