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Ser poeta no es una ambición mía, es mi manera de estar solo
Fernando Pessoa

Escritos

Osvaldo Bayer | Entrevista
por Javier Martínez

Son muchos los motivos por los cuáles es un placer conversar con el señor Osvaldo Bayer. Desde las implicancias en la formación política de cada quién porque uno se encuentra con un prócer non fiction que puso en cuatro tomos una historia de violencia política que, durante años, estuvo clausurada: La Patagonia Rebelde. Pero más allá de ese y otros tantos aciertos escritos, este hombre, nacido en Santa Fé en 1927, es un hábil prestidigitador con una facilidad increíble para entrelazar hechos históricos con un humor ácido, corrosivo y certero; con picardíay astucia. A los 84 años, le pone el cuerpo no sólo a sostenerse y sostener sus palabras, sino también a algo que estuvo presente en su vida, desde muy pequeño: los viajes. En su ya mítico El Tugurio del barrio de Belgrano recibió a ESTO NO ES UNA REVISTA y nos ofreció una charla en la que nos brindó matices inesperados de algunos de los mejores momentos de su vida.

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De defensas legítimas e ilegítimas
por Andrea Barone

Cumplimos un año, este junio, y justamente de plantar bandera e iniciar un recorrido de palabras, sonidos e imágenes, voces y miradas diversas que se fueron tramando en una red, conquistando una porción de espacio, produciendo algunas conquistas, seduciéndonos. Pasaron varios nombres, varios haceres, varias anécdotas y la riqueza se produjo, se produce y se sostiene, en la diversidad de tonos y posiciones, en lo que se dice, en lo que se muestra, no sin un límite, un marco, pero no marchando al ritmo de un amo déspota, soldados-peones, esclavos sometidos por una tiranía.

Muchas veces ocurre, ocurrió en la historia y ocurrirá, que se elijan esos modos, de defensa de lo que fuere, generalmente de la mano de un intento de instauración de alguna verdad que se propone toda, sin fisuras. Así muchos han marchado, a batallas, a enlistarse tras un mando, a haceres tortuosos y torturantes, soldados, pegados, responsablemente sin poder cuestionar.

Así, muchos, han marchado. Así, muchos, elegimos que no. Aunque esto no implique necesariamente desconocer o dejar de respetar algún amo, pero no tiranos, sino vivos, que vivifiquen, que se dejen cuestionar, no la necesaria disciplina, lineamientos del trabajo en general, sino cuestionar en la base, no todo dicho, no todo hecho, no toda verdad. Que las bazas enclavadas sean entonces para des pegar y una conquista, de un margen de libertad.

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Lo demás no importa nada
por Lionel Klimkiewicz

En el número anterior apareció publicada una muy buena reseña de la película Revolución que se estrenó hace pocas semanas en Buenos Aires. En la película, que se centra principalmente en el cruce de los Andes realizado por el general San Martín y su ejército, hay una emotiva escena en donde el padre de la patria realiza una arenga a sus soldados antes de la batalla, y de la cual el spot publicitario que circula por los canales de aire de la tv recorta una frase muy contundente: “seamos libres, que lo demás no importa nada!”.

Tal vez sea cierto que San Martín haya dicho esas palabras a sus soldados antes de la batalla en Chile, no hay por qué dudar ya que en realidad fueron escritas tiempo después por él antes de entrar al Perú con su ejército.

La historia dice que una vez liberado Chile, San Martín vuelve a Buenos Aires para pedir el dinero que le permita continuar con la campaña al Alto Perú. Sólo termina recibiendo la mitad de lo necesario y cuando se disponía a comenzar la campaña recibe la orden del Directorio de dirigirse hacia el Litoral a combatir a los Federales. Conocida es la respuesta de Don José, quien se niega a derramar sangre de compatriotas. Casi sin apoyo, continúa ultimando los detalles del asalto final al ejército realista en Lima. Es en ese momento cuando emite el siguiente documento para sus soldados:

“Orden general del 18 de julio de 1819:
Compañeros del Ejército de los Andes: ya no queda duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos, sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan; vamos a desengañarlos. La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos, si no tenemos dinero, carne y un trozo de tabaco no nos ha de faltar; cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada. La muerte es mejor que ser esclavo de los maturrangos. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre o morir con ellas como hombres de coraje. Muerte es mejor que ser esclavo de los maturrangos!”

Ese hombre que era capaz de hablar de esa manera a sus soldados, era al mismo tiempo un gran lector en francés, latín e inglés. Solía incluso leerles a sus hombres, muchos de ellos analfabetos, fragmentos de obras clásicas acompañados de las correspondientes explicaciones.

Gran apasionado de los libros, sabía muy bien expresar sus ideas cuando escribía. Este párrafo de su decreto de creación de la biblioteca nacional en Perú así lo muestra:

“Convencido sin duda el gobierno español de que la ignorancia es la columna más firme del despotismo, puso las más fuertes trabas a la ilustración de los americanos, manteniendo su pensamiento encadenado para impedir que adquiriese el conocimiento de su dignidad. Semejante sistema era muy adecuado a su política; pero los gobiernos libres, que se han erigido sobre las ruinas de la tiranía, deben adoptar otro enteramente distinto, dejando seguir a los hombres y a los pueblos su natural impulso hacia la perfectibilidad.”

Sobre San Martín hay mucho escrito, pero cualquier biografía muestra que lo impactante de su vida no fueron solo sus hazañas militares, sino que ellas se sostenían en su infatigable y arrolladora manera de hacer acto sus palabras.

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Miniaturas: viajes, haikus, epifanías
por Javier Martínez

Hay libros que se encuentran. Y no necesariamente se trata de alguna joya dormida en un estante a trasmano, o evidente, durante años, frente a los ojos desatentos del ser lector. Hay de esos otros que aparecen de repente, inesperados, insospechados. En este caso, dos textos que desde lo breve, lo condensado, lo efímero, abren el mundo: tamizar las epifanías de Walter Benjamin a partir de los haikus de Bashō. Ambos son en viaje, ambos son un formato de miniatura posible para las civilizaciones a la que pertenecen cada uno de sus autores. Si el haiku es la palabra del instante en el que se produce lo poético como compresión y comprensión del mundo más inmediato; la narración de una epifanía es el sesgo de un texto que revela su esencia poniendo en palabras el dónde, el cuándo, el cómo y sus efectos.

Denkbilder es una compilación de textos escritos desde los viajes. Sin otra pretensión que registrar algún recorte de tiempo en un lugar preciso, sin intenciones (incluso sin intenciones literarias, quizás uno de sus mayores valores), sin ponerse a revisar el ojo que recorta el encuadre. Pequeños cuadros en los que los personajes se mueven, a su vez, en esos otros personajes protagónicos: las ciudades. Lejos de ser un diario de viajes, los textos se proponen más como registros donde el hecho de que su autor sea Walter Benjamin, un reconocido filósofo, no está presente sino como background, como raíz inevitable que no se cuela en estas traducciones a escritura de las epifanías de su autor. Y los textos se ubican en ese lugar por sobre las implicancias intelectuales de ese sujeto narrador. En ese punto, el límite es un imposible. Poco importa si lo narrado es del orden de lo real o una mera ficción; poco importa si lo que se desarrolla ante nuestros ojos es parte de un city tour o de un tour de force onírico. No esquivándole a trazos poéticos y a palabras cuidadas y elegidas, con la respiración de una escritura automática, fresca y espontánea, Denkbilder tiene un plus: poder atrapar fragmentos de la historia de algunas ciudades, pueblos y geografías. Una de las más interesantes es, paradójicamente, la narración más extensa del libro y es desde/en/sobre la ciudad de Moscú en los años entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Su paseo por uno de los museos abiertos al público proletario lo sacude con obreros y estudiantes recorriendo uno de esos lugares creados y reservados para la clases dominantes y le abre el camino a una reflexión sobre cuál es el arte que prefieren, la construcción del realismo socialista y otras perlas similares.


Matsuo Bashō comenzó a escribir, es decir, devino poeta mucho antes de hacerse a los caminos por los cuáles emprendió largos viajes, a pie, con un bastón de madera, un cayado, como herramienta de apoyo. Fue en 1684, a la edad de 40 años cuando sus peregrinaciones comenzaron a ser parte de su poesía. Considerado como un renovador del haiku, esa forma exquisita y breve de la palabra escrita, de cada uno de sus viajes fue dejando registro narrativo con explosiones de sus preciosas miniaturas: los haikus, en su brevedad, en su sutileza, toman por asalto el relato, lo dividen. Por lo general, introducidos a partir del instante que los inspira, sin explicaciones (como debe ser), abriendo el mundo en su finitud. "emergencia de lo inmediato absoluto", lo llama –muy acertadamente– Roland Barthes en su libro La preparación de la novela.

Tarde otoño.
Casi termina el viaje.
Aún no he muerto

Despegadas de su autor, dejarse llevar por esas palabras del Instante es una aventura única. Más allá de lo hipnótico, más allá del mantra: la suavidad, la tersura, la emoción puesta en superficie en los diarios de viaje con sus motas de forma breve, esos haikus producen el efecto potente de ser la captura de lo que sucede sin más. No hay ficción, tampoco realidad, ni pertenece a lo onírico: es la finitud del tiempo infinito, su recorte más extremo.

Hay libros que se encuentran. Y, como las palabras en los viajes de Bashō, se comparten con la sola certeza de que así es, de que para eso –también– son. Esos viajes intangibles, allí donde la condensación de las palabras capturan y se estiran en los tiempos lógicos de quien los lee.

Denkbilder. Epifanías en viajes, de Walter Benjamin | Cuenco de Plata | 2010
De camino a Oku y otros diarios de viaje, de Bashō | DVD Ediciones | 2011

 

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El animal que luego estoy si(gui)endo | Jacques Derrida
por Diego Singer

Todo acontecimiento sucede en el ámbito de lo doméstico. Es en el domus, en la casa propia, en el recinto cerrado a lo extraño, amurallado a los peligros que depara lo desconocido, donde podemos ser encontrados con la guardia baja. La pregunta es entonces ¿ante quién o ante qué nos estaríamos guardando? ¿Qué tipo de abrigo nos proporciona el ámbito de la domesticidad? ¿Qué o quién nos puede interpelar, qué o quién puede allí amenazarnos desde su mirada? La amenaza es ser mirado por un otro, no solamente porque ser mirado es estar expuesto, no poder ser íntimo, quedar en evidencia; también porque toda mirada es insolencia, es una llamada a la que debemos responder, ser mirado es ser interpelado.

De un incidente doméstico parte la reflexión de Jacques Derrida en El animal que luego estoy si(gui)endo. Y entonces se pregunta “quién soy en el momento en que, sorprendido desnudo, en silencio, por la mirada de un animal, por ejemplo, los ojos de un gato, tengo dificultad, sí, dificultad de superar una incomodidad.” La desnudez sería condición exclusiva de la humanidad, un animal nunca estaría desnudo pues jamás se viste, los hombres somos los únicos que escondemos nuestro cuerpo –nuestro sexo- con la vestimenta. Se suele creer que lo propio de los animales es estar desnudos sin saberlo y que no conocen el pudor. Se cree también que lo propio del hombre es tener la posibilidad de querer estar desnudo, de hacer o dejarse hacer algo a partir del pudor de la desnudez. Pero lo que hay aquí, afirma Derrida, es un intento más de definir lo que sería lo propio del hombre. ¿Cuál es nuestra más propia propiedad? La respuesta a esta pregunta en el ámbito de lo doméstico, aquel que sería el más propio, es la posibilidad de definirnos, de cerrarnos, de clausurar la herida de la in-significancia. Por eso es que hay que volver sobre la experiencia de Derrida y su gato. “El animal nos mira, nos concierne y nosotros estamos desnudos ante él. Y pensar comienza quizás ahí”.

Porque hasta ahora todos se han limitado a mirar al animal, pero nadie parece haberse sentido mirado por él. La tradición filosófica (desde los tiempos de Aristóteles) ha utilizado al animal como límite de lo humano, definiéndolo siempre como viviente imposibilitado de tener lo más propio del hombre. Este ver sin ser visto, se ha profundizado desde el mecanicismo cartesiano, pero aún en las propuestas filosóficas del Siglo XX que hasta cierto punto rompieron con el sujeto moderno, esta mirada sobre el animal se mantiene. Derrida analiza en este libro los modos en los que Heidegger (el animal es pobre en mundo), Lacan (el animal no puede mentir), Lévinas (el animal no tiene rostro) y otros filósofos continúan la tradición de negarle al animal la mirada propia, aún vale para ellos la distinción entre la reacción y la respuesta humana. Derrida se pregunta entonces que sucedería si el animal respondiera. “No será cuestión de impugnar, por poco que sea, el límite con el que se nos llena la boca, el límite entre el Hombre con H mayúscula y el Animal con A mayúscula”. Derrida no pretende hacer del animal el mismo del hombre, quiere complicar, borronear, difuminar, diseminar ese límite para afirmar la radical otredad del animal.

Otra de las formas en las que ha cristalizado el discurso sobre el animal es la de los profetas que dicen tener su voz, hablar en su nombre. Derrida incluye aquí a la fábula: “un amaestramiento antropológico, un sometimiento moralizador, una domesticación”. Es que de esto se trata en los dos tipos de discursos sobre el animal, del yugo impuesto a lo salvaje para que pueda habitar la casa, de la denegación de la radical otredad del animal, de su asimilación, de su homologación, de la puesta en seguridad del animal y del animal que hay en el hombre. Derrida expone “el deseo así confesado de escapar a la alternativa de la proyección apropiadora y de la interrupción cortante”.

Dentro de las prácticas de la domesticación y seguramente la primera en importancia, encontramos la de dar el nombre al animal. No solamente la de darle tal o cual nombre, sino la de darle el nombre genérico de “animal”, ese indiferenciado en el que agrupamos rinocerontes, mosquitos y martínpescadores para contraponerlos al hombre. Pero el animal está, al menos así lo afirma el mito bíblico, antes que el hombre. De ahí el título del libro de Jacques Derrida, el animal que estoy siendo es además el animal que estoy siguiendo, que persigo, del que voy detrás, el que luego (cuando crea que tomo ventaja sobre él) me va a rodear. La deconstrucción del Animal es paralela a la deconstrucción del Hombre. Y allí radica la posibilidad de pensar el sometimiento (al que condenamos a todo animal en escalas industriales), la violencia que reporta toda construcción del ámbito de lo propio, de lo doméstico. ¿Qué es un animal doméstico sino un viviente al que constreñimos a obedecer las reglas de la casa? ¿Quién es el animal que mira y no quiere ser mirado?

Editorial Trotta | 2008


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Más allá del amor: Javier Adúriz
por Viviana Abnur

Ahora se encuentra más allá, o en el mismísimo centro del amor, o rodando asombrado en el camino, como cuenta primeriza,  piedrita.  

Se fue Javier Adúriz sin hacer ruido, y con él, un poeta espléndido, sencillo, capaz de conmovernos narrando apenas, escenas de la vida cotidiana con silbido y melodía propios.

Había nacido en Caballito en 1948. Fue poeta, traductor, ensayista.  Estudió Letras y durante muchos años trabajó como docente universitario. Publicó los libros de poesía: Palabra sola (Losada, 1971), En sombra de elegía (Losada, 1979), Solos de conciencia (Biblos, 1985), Égloga brusca (Biblos, 1993), La forma humana (Del Dock, 1999), Canción del samurai (Del Dock, 2004), La verdad se mueve (Del Dock, 2008) y Esto es así (Del Dock, 2009). Durante los últimos años también dirigió  la colección de Traducciones del Dock. Falleció, a comienzos de 2011, en Bs. As. su ciudad natal.

Qué agregar? Salvo que nos deja un poco huérfanos, otro poco hermanados en la repetición de unos versos, en la alegría compartida de una anécdota común.

Para este número de Esto no es una revista, una selección de sus poemas y una versión de Cediendo en Baltimore, musicalizada por Eduardo Méndez.

Más Javier Adúriz en: http://www.javieraduriz.com.ar

 

¿Oís el río?

¿Oís el río, Okusai? No está lejos.
Tiene el sonido ambiguo de la vida.
Son como cascotitos limpiándose
con la corriente, algo múltiple.
Prestá atención. Detrás del ruido
se ve el nacimiento rudo de las cosas,
eso íntimo, desesperado casi, casi
enorme en su notoria nimiedad.

¿Oís, Okusai? ¿Ves? No necesito
que me pongas esa cara de tintorero
feliz. Dejate ir nomás, un poco.
¿O vinimos nada más que para esto?

 

Lamento desesperado por Pat Morita

Pat, Pat, Pat, mil veces Pat, acabo de enterarme,
te has ido. Mi amor por ti se ha vuelto imposible.
Discúlpame que te hable en español doblado,
pero es fácil, conozco de tu facilidad para idiomas.
Además, aquí se habla terriblemente mal, voseando...
Tal vez debas seguirme como a un subtitulado.
Oh Pat, carita de balón (el que por aquí llamamos
pelota de cuero y chutamos en el juego balompié,
ese game en el que los españoles son tan rudos),
oh Pat, qué cruel todo, no verte más, no soñar ya
contigo. Dime, cómo haré para arrastrar la cadena
de mi vida, dímelo, dímelo al menos en un sueño.
Oh jetilla inquieta, rebotín con visajes y mohincillos
tan mononos, de pequeño comediante de carácter,
cómo, cómo haré para hablarte, si ahora sé que estás
más allá de todo, como muerto, como ido a tu the end,
el Paraíso de la Tierra Pura... ¡Te lo digo!: siempre,
pero siempre, siempre, estarás en mi corazón, oh Pat.

Y lo juro, hubiera cogido un aeroplano a Hollywood.
Lo imaginé mil veces mientras trabajaba en la ferretería.
Cada vez que me esnifaba soñaba contigo, Pat,
hasta que me echaron –pero no por ti, no por ti,
oh Pat, sino por las faltas de pasta pegamento,
que hoy se ha encarecido tanto y tiene menos vuelo.
Me arrodillaba detrás del mostrador, oh Pat, y lo creas
o no, remiraba feliz tus tiras de la tele, oh Miyagi.
Pat, Pat, Pat, qué ojos y qué chivita de friki. Y más,
qué enorme tu cintilla de inscripciones, cubriéndote
el frontis, esa cinta o pañoleta o cubrecama blanco,
ilustrado (a menudo) con el sol naciente. Oh, oh,
oh. Cómo hago, dime, cómo hago para vivir ahora.
El amor se fue, Pat, no hay más magnetismo de ojos
perforantes, esos óculos rasgados, algo ridículos sí,
pero que te volvían único, tan distinto de los caritersos.
Por qué, por qué, por qué no viniste a Chacabuco al 300
donde vivo. Yo te hubiera mostrado mi colección
de pistolas tiraclavos, la que hurté de la ferretería.
Oh Pat, discúlpame, voy a llorar, estoy desesperado...

 

 

Más allá del amor no hay nada, sólo
penumbra de fugacidad, disperso
tiempo que se diluye en tiempo, nadie
sino miseria de nosotros mismos.
Más allá del amor ya todo, formas:
lenta memoria apenas de unos cuerpos,
una fantástica melancolía,
formas de todo lo que fue y ha sido
amante.

 

Cediendo en Baltimore*

Calme bloc ici-bas chu d’un désastre obscur
S. M.

A garrote llovido - tanta golpiza pule
tu sonrisa deforme.- Estás cayendo a tierra
como si lo desearas, - a la borra del día.
Pero qué más, entonces, - con la rígida furia
de lo real. Está visto: - no todo fue bajar
de los trenes, buscando - el sol de la palabras,
algo más agrio y ruin - había en la taberna
donde el azar ocurre. - Y por qué todavía
seguir en el umbral - de la noche más pura.
Las manos de Virginia - no pulsarán de nuevo
tus mejillas ardidas - y aun esa vieja culpa
ya clausuró el milagro - para tu honor sombrío.
Cada puño en el aire - es un latido absurdo,
otro chasquido inútil.
Vengan recuerdos, pasen - ahogándote en hilera
pero que el suelo llegue, - a vos, que fuiste huyendo,
en vano huyendo siempre - de la imaginación.

para Eduardo Méndez.


*Por alguna razón, Edgar Allan Poe que iba a Filadelfia bajó en Baltimore. Sus pies lo llevaron a una taberna. Allí se produjo un altercado y le pegaron duro hasta dejarlo tendido. Fue su última noche. Jamás llegó a Filadelfia.

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He is a sensation
por Agustina Szerman Buján

Por lo general lo que nos llega de los mitos de la Antigüedad es un flujo constante de divague. Las versiones originales, si es que las hay, se tiñen de años y años de retoques imaginados. Algunos enriquecedores y otros no tanto.

Cortázar, por caso, incidió en el ya bien conocido enigma de Dédalo. No en sus resultados finales, ni mucho menos en sus causas, sino en todo eso que está en el medio. La perspectiva dilucidada en “Los reyes” muestra un Teseo temerario en demasía, una astuta y elocuente Ariadna enamorada de su medio hermano y a un sentimental Minotauro.

Mino-tauro: Fruto de la soberbia de hombres y dioses, este híbrido nace del vientre de Pasifae, esposa de Minos y “reina ilustre prostituida” y un toro aparecido a las orillas del mar Mediterráneo, como prueba del favor de Poseidón. La historia es recursiva, Europa es timada por Zeus bajo una apariencia bovina; de esta unión nace Minos, rey de Creta. Se terminaría el conflicto en el sacrificio del toro en honor al dios de no ser por la voluntad humana de conservar al animal. Pasifae es presa del amor hacia el toro y gracias a la ayuda de Dédalo, se disfraza de ternera. Minos y el minotaurotienen el mismo origen, nacen de madre humana, la primera engañada, la segunda tramposa.Ambos nacidos del engaño tienen designados destinos diferentes. Minos será rey justo y llevará la prosperidad a Creta mientras que para el híbrido se reservó una existencia sacrílega por lo que esapartado y encerrado por su monstruosidad. Su media hermana, Ariadna, recae en la misma falta que su madre. No es un disfraz físico lo que utiliza sino el engaño de los sentimientos. La temeridad deTeseo lo hace estúpido y ciego. No ve lo evidente entre los hermanos. En caso de que la unión se dé, sería la tercera vez que una mujer mortal se une a una criatura inmortal en la línea genealógica de la familia real. No obstante,la bestia reacciona de manera humana y elije la muerte bajo el yugo de Teseo ante lo que cree es el desamor. El mito en las manos de Cortázar se transforma en tragedia de un amor fundamentada en el malentendido.

Steven Sherrill también toma el motivo del hombre-toro; con otras miras construye un retrato de este ser mitológico en la posmodernidad. Los delineamientos son otros. El enigma dedálico pertenece al pasado, los recuerdos son nebulosos y la situación, degradante/degradada. Quien antes devoraba cuerpos humanos ahora se dedica a servir carne bovina en el restaurant La costilla de Grub, al sudeste de los Estados Unidos. Del laberinto a la casa rodante en la urbanización móvil lucky-U pasaron cinco mil años en los que el minotauro suavizó su temperamento. Lo que antes representaba una amenaza para la sociedad y debía ser reducido al aislamiento ahora no es más que un residuo en el devenir histórico. Este ser mitológico de la Antigüedad cambia su estatus ante el sistema y pasade ser prisionero a dar ganancia en la rockola económica. El deseo de agradar asus pares y de no resultar una molestia para nadie; querer pasar desapercibido pero no ser ignorado; la incomunicaciónfísica y verbal se mantienen en el núcleo duro de las necesidades básicas humanas. Los rasgos de esta criatura son humanos. La falta universal lo toca a él también. Lo aqueja. Ante todo su incapacidadpara hablar retrata un ser limitado y restringido en sus movimientos, como también en sus pensamientos. Contrario a como sería en el pasado, los jóvenes no le temen, sino que lo toman para la broma cruel. El Minotauro bien podría matarlos pero mantiene una actitud pasiva que lo hace a uno preguntarse qué pasó en estos cinco mil años. El deseo de ser aceptado es tal vez el motivo que conlleva este tipo de pasividad con tal de encajar.

“El minotauro sale a fumar un cigarrillo” sin dejar del todo claro el posicionamiento del autor respecto de lo que hace la sociedad con sus mitos, retrata no sólo un monstruo del pasado sino los actuales que son también los de siempre. La sociedad produce sus propios desperdicios y los disemina por ahí. Entre la cocina de “La costilla de Grub” y su sala principal los mozos oscilan en el purgatorio, entre opinólogos y loquitos como también jefes exacerbadamente comprensivos y clementes. No es solo la inserción de un mito añejado en la posmodernidad lo que cuenta este texto sino también la propia idealización de la modernidad actual, empresarios comprensivos, amantes comprometidas afectivamente y bestias inofensivas. La gente “bien” hace reservas para cenar y se siente azorada ante el hecho de que un hombre con cuernos negros y hocico velludo sea su servidor de la noche. ¿Qué pasó en cinco mil años para que los comensales no le teman a un monstruo mitad hombre mitad toro? Ahora es parte de la periferia social.

El mundo en su devenir mutó sus miedos y amenazas. Un minotauro no es más que un incomprendido social, en el mejor de los casos. No ocupa el lugar de esplendor de antaño sustentado en el miedo. Minotauro no es más parte de una estratagema política para someter a Atenas. Hoy en día son otras las cosas que nos atemorizan y otros los mecanismos para mantenernos a raya. Hoy en día uno se puede cruzar, a la salida de un evento multitudinario, con un puesto de salchichas ambulantes atendido por su propio dueño, el mitadhombremitadtoro, una de las tantas actividades en su eternidad.

Los Reyes, de Julio Cortázar | De Bolsillo | 2004
El Minotauro sale a fumar, de Steven Sherrill | Emecé | 2003

 


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Un yuppie en la columna del Che Guevara | Carlos Gamerro

Novela que completa una trilogía que eludiremos para dejar al descubierto el hueso de esta nueva incursión de Carlos Gamerro en la vida de Ernesto Marroné. Para quienes hayan leído las anteriores (en tanto año de publicación y no en la cronología del tríptico) no será una novedad el punto de comienzo de Un yuppie... Y para quienes no las hayan leído, tampoco. Una día de los años tempranos de la década del ’90, Marroné, un exitoso gerente de finanzas de la empresa Tamerlán Hermanos que dirige Fausto Tamerlán padre, entra a la habitación de su hijo y ve un póster del Che Guevara en la pared. Esa figura que, como se verá leyendo la novela, lo interpela desde su instante detenido le dispara la necesidad de contarle a su hijo la época en la que él, su padre yuppie, fue parte de la Columna Che Guevara de Montoneros. Hasta aquí lo que se puede leer en cualquier reseña que introduzca la novela o, en su defecto, en la contratapa del libro.

Tratando de evitar (misión casi imposible si de recorrer el contenido se trata) dar detalles de la trama que puedan anticiparle al lector de estas palabras algunos de los tantísimos puntos de tensión que tiene la novela, diremos que el texto puede dividirse en 4 momentos:

  • La “muerte” de Fausto Tamerlán padre, su secuestro a manos de Montoneros y cómo el pusilánime y estreñido Marroné es elegido como el chivo emisario de la negociación del rescate. Su relación con la “viuda” Tamerlán, con los hijos del “difunto” y una serie de sucesos que ponen al personaje al borde de la muerte y lo extraen de allí para ubicarlo en un lugar en el que nunca pensó estar: el corazón de una célula guerrillera.
  • El arribo de Marroné a las islas del delta del Tigre donde los Montoneros enclavaron la Columna Che Guevara es el punto de inicio de varias relaciones interpersonales, encubiertas bajo algunos evidentes nombres de guerra: Ramón (para Ernesto Marroné, tocayo de Guevara quien usó ese nombre en Bolivia, es decir el último de su cosecha y el que llevaba a cuestas cuando fue fusilado); María Eva (para la hermosa guerrillera de la que Marroné se enamora perdidamente); Inti (palabra inca que significa sol y que ubica un sesgo latinoamericanista) y siguen las firmas. El amor, la traición, el héroe inesperado, la inocencia de creer que el campesinado (eufemismo de isleños) apoyaría a la revolución que esos sujetos encarnaban, los enfrentamientos, las muertes, están enmarcadas por una de las metáforas más contundentes de la novela: la producción de una fotonovela sobre el Che que los guerrilleros arman a medida que avanzan, por decirlo de algún modo, en la construcción de su objetivo revolucionario. Si el foquismo propuesto por Guevara en Bolivia terminó, a fuerza de traiciones y delaciones, en un rotundo fracaso, ¿qué queda para un emprendimiento que no lo emula sino que lo simula?
  • La caída de la ilusión revolucionaria se articula, como era de esperar, con el fin del amor apasionado entre Marroné y María Eva (en tanto exigencia de Montoneros de no alentar el amor entre militantes y obligarlos a separarse y verse en contadas ocasiones) y con el juicio sumario que los Montoneros le realizan a Tamerlán en la ciudad de Buenos Aires, en un lugar que resuena al claustro donde los Montoneros tuvieron secuestrado a Aramburu, en el pueblo de Timote, provincia de Buenos Aires. Es durante ese juicio cuando, en contra de la opinión de Marroné, a Fausto Tamerlán se le acercan libros de teoría guerrillera, argumentos que el hábil capitalista pondrá en palabras para instalar la duda entre quienes, de antemano, lo habían condenado a muerte. Pero si el poder de las fuerzas armadas y sus aparatos de “inteligencia” tenían un punto fuerte, ese era el de la infiltración. Y es a partir de una nueva traición y delación que la novela se alinea ya no con la lírica revolucionaria, sino con el lamentable final de aquella historia: nunca ganan los buenos. Menos donde, según se lea Un  yuppie..., no hay buenos.
  • El precio que deberá pagar Marroné para llegar a ver el póster del Che en la habitación de su hijo es, a todas luces, tan alto que es difícil pensar en que cualquiera pudiera soportarlo. La última vez que verá a su amada María Eva será de uno de los modos más espantosos (y también previsibles) del relato. Es quizás esa necesidad de cerrar cada puntada, de poner en ajustados casilleros a todos y cada uno de los que transitan con cierto protagonismo la novela una de sus articulaciones más discutibles en tanto necesariedad del relato. Al fin y al cabo, si alguien vuelve de la experiencia por la que atraviesa Marroné, seguramente no será por mantener en alto valores éticos, humanistas, revolucionarios.

La pluma de Gamerro es hábil, maneja un tiempo de acción que arrastran al lector a seguir, página a página, las vicisitudes del emisario Marroné; con una ajustada reconstrucción de época, de lengua coloquial, de términos precisos y rescatados ya sea de la memoria o de una exhaustiva investigación. Es posible, claro, hacer otras muchas lecturas que se abren en preguntas viciadas de lo que uno hubiera querido que suceda por sobre lo que efectivamente sucedió: ¿por qué elegir contar esta historia desde el lugar de un traidor a su clase, a su transformación de morochito sin futuro en empresario, a su ímpetu revolucionario encontrado, a su amor apasionado, a la familia que construyó? ¿Por qué ser piadoso con los peores genocidas que la historia argentina contemporánea haya conocido y no dar la posibilidad de una fantástica venganza literaria? Dar respuesta pública a esas y otras tantas preguntas sin interpelar a su autor es un tremendo sinsentido. Quedan, entonces, para la intimidad del lector. Que la verdad histórica demostró que la revolución, el candor, el ímpetu, el hombre nuevo, la justicia social y otros enormes sueños quedaron aplastados por una dictadura sangrienta le dan a esta elección la riqueza de poder desplegar una lectura de aquellos años desde una perspectiva interesantísima como artilugio literario: es una novela escrita desde y sobre la derrota.

EDHASA | 2010


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