Editorial
La literatura, en tanto palabra escrita, se funda a partir de una guerra, la de Troya. De ahí en más, el prototipo del héroe que viaja y combate, es Odiseo/Ulises. Molde que, simbólicamente, ha servido para poner en palabra mucho más que una simple aventura que, al día de hoy, puede ser leída con el asombro que podría provocar en el lector gigantes de un ojo, sirenas, bestias, flores alucinógenas, islas de mujeres.
Muchos son los soldados que pasaron de la historia real y/o ficcional al formato libro. Y no siempre en el frente de batalla, sino con el soldado como símbolo, como acuño de posición social, como sello. Haciendo un simple juego de memoria sin recurrir a sobrevolar los estantes de la biblioteca, se presentan novelas más o menos famosas: Adiós a las armas, Guerra y Paz, Humo, Tiro al pichón, El último encuentro, Cuarteles de invierno, Suite francesa, Por quién doblan las campanas...
En un país como Argentina, la relación con los soldados es, cuanto menos, conflictiva. Será que el político que marcó a fuego la respiración política de las últimas siete décadas fue ni más ni menos que el General Perón. Será que fueron los que se suponen que deben velar por la integridad nacional los que provocaron masacres como La Patagonia Trágica, la Masacre de Trelew y, muy cerca en el tiempo, perpetrando el genocidio con mayor número de víctimas de nuestra época: el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional; la maldita y sangrienta dictadura que tuvo como esfinge a un general. Será que insuflan valor patriótico las batallas en las que el general San Martín condujo a la victoria al Ejército de los Andes, rozando la visón latinoamericanista de otros dos del mismo rango: el venezolano Bolívar y el uruguayo Artigas. Será que fueron unos mal instruidos soldados los que dieron sus vidas en condiciones lamentables en las rocosas Islas Malvinas cuando, en terapia intensiva, el borracho general Galtieri decidió que el fracaso político de la dictadura militar podía mitigarse con un triunfo frente a uno de los más poderosos ejércitos del mundo, el inglés, y poder perpetrarse en el tiempo como el héroe que nunca será, como el libertador al que nunca alcanzará a rozar.
Basta ver las consecuencias en gente y ciudades, en los símbolos históricos, es decir en el corpus humano de las dos Guerras Mundiales; de las represiones de obreros a lo ancho del mundo; de la Guerra de Vietnam; de la Guerra del Golfo, más cerca de nuestros días. Los ejércitos, ergo los soldados, son parte ineludible de la historia, composición esencial de la virulencia humana para defender territorios. El sueño hippie de cambiar armas por flores es un imposible. Pero la apertura a un mundo donde los valores sean el respeto por la vida, por la historia humana, por la ética y la estética, más que una posibilidad es una responsabilidad. Y no será sino mediante la riqueza, en el sentido más amplio del término, que se podrá pasar de la utopía, del no lugar, a hacer de esos buenos valores el mundo por venir.
Sonoridades
por Alejandro Feijóo
(Leer más)
por Van Gogh i Tyson
(Leer más)
por Javier Martínez
(Leer más)
por Lionel Klimkiewicz
(Leer más)
(Leer más)
(Leer más)
(Leer más)
Sabores
(Leer más)
(Leer más)
Escritos
por Javier Martínez
(Leer más)
por Andrea Barone
(Leer más)
por Lionel Klimkiewicz
(Leer más)
por Javier Martínez
(Leer más)
por Diego Singer
(Leer más)
por Viviana Abnur
(Leer más)
por Agustina Szerman Buján
(Leer más)
(Leer más)
Miradas
Pinturas
(Leer más)
Fotos
(Leer más)
(Leer más)
por Verónica Miramontes
(Leer más)
por Tadeo Martínez
(Leer más)
por Horacio Garcete
(Leer más)
por Verónica Miramontes
(Leer más)
Bla bla blá
por Alejandro Feijóo
(Leer más)
por El Conejo Editor
(Leer más)